– No es sólo porque os quiero a ti y a Graham, sino que te estaré siempre agradecida por la clase de vida que me has ahorrado, la vida que tuve…
– Lo sé, ya me lo has contado
Ahora parecía menos paciente con ella, como si no quisiera oírle decir de nuevo que, de soltera, se metía una y otra vez en líos, que hasta conocer a Allan su juicio acerca de los hombres no era de fiar
– En Amsterdam… -intentó decirle, pero entonces pensó que, para ser sincera, debería empezar por aquel partido de squash con Scott Saunders y lo que ocurrió después del juego. Sin embargo, se había interrumpido, y lo intentó de nuevo. Mira, me resulta más difícil enseñarte esta novela porque tu opinión significa para mí mucho más que nunca, y tu opinión siempre ha sido muy importante para mí
¡Ya habían empezado los subterfugios! Se sentía tan paralizada por la cobardía como lo había estado en el ropero de Rooie
– Tranquilízate, Ruth -le dijo Allan, tomándole la mano-. Si crees que cambiar de editor será más conveniente para ti, quiero decir, para nuestra relación…
– ¡No! -exclamó Ruth-. ¡No me refiero a eso!
– No se había propuesto apartar la mano, pero lo hizo. Entonces intentó tomársela de nuevo, pero él la tenía en el regazo-. Quiero decir que si tuve un último novio granuja, fue gracias a ti. No es sólo un título, ¿sabes?
– Lo sé, ya me lo dijiste
Terminaron hablando de la temible cuestión, a menudo comentada, de quién sería el tutor de Graham en caso de que les sucediera algo a ambos. Era muy improbable que a los dos les ocurriera algo y Graham se quedara huérfano, pues el niño iba con ellos a todas partes. Si su avión se estrellaba, el pequeño también moriría
No obstante, ese asunto no daba a Ruth descanso. Los padrinos de Graham habían sido Eddie y Hannah. Ni Ruth ni Allan podían imaginar a Hannah como madre. A pesar de lo mucho que quería al niño, Hannah llevaba una clase de vida que era incompatible con las responsabilidades de una madre. Si bien sus amigos estaban impresionados por las atenciones que tenía con Graham, con esa entrega que las mujeres decididas a no tener hijos pueden mostrar a veces hacia los hijos ajenos, Hannah no era la persona más apropiada como tutora de Graham
Y si Eddie había prescindido de las mujeres más jóvenes, no parecía tener la menor idea de cómo debe tratarse a los niños. Cuando estaba con Graham se comportaba de una manera torpe, incluso ridícula. Al lado del niño estaba tan nervioso que transmitía su nerviosismo a Graham, quien no era en absoluto un niño nervioso
Cuando regresaron al Stanhope, tanto Allan como Ruth estaban bebidos. Dieron un beso al pequeño, que dormía en su habitación, en una camita plegable, y también dieron las buenas noches a Conchita Gómez. Antes de que Ruth hubiera terminado de cepillarse los dientes y se hubiera preparado para acostarse, Allan ya dormía profundamente
Ruth observó que había dejado la ventana abierta. Aunque aquella noche el aire tuviera una suavidad especial, nunca era una buena idea dejar abierta una ventana en Nueva York, pues el ruido del tráfico a primera hora de la mañana podría despertar a un muerto. (Pero no despertaría a Allan.)
En todo matrimonio hay un reparto de tareas. Uno de los dos suele ser el responsable de sacar la basura, y el otro se encarga principalmente de evitar que falte el café, la leche, el dentífrico o el papel higiénico. Allan se encargaba de la temperatura: abría y cerraba las ventanas, manipulaba el termostato, encendía el fuego o dejaba que se extinguiera. Y por ello Ruth dejó abierta la ventana de su dormitorio en el Stanhope. Cuando el tráfico temprano la despertó a las cinco de la mañana, y cuando Graham se metió en la cama entre sus padres, porque tenía frío, Ruth dijo:
– Allan, si cierras la ventana, creo que todos podremos volver a dormirnos
– Tengo frío, papá -dijo Graham, y añadió-: Papá está muy frío
– Todos estamos muy fríos, Graham -replicó Ruth.
– Papá está más frío -insistió el pequeño
– ¿Alían? -empezó a decir Ruth
Y lo supo. Tendió con cautela la mano alrededor de Graham, que estaba acurrucado contra ella, y tocó el rostro de Allan sin mirarlo. Deslizó la mano bajo la ropa de la cama; notó que bajo su cuerpo y el de Graham estaba caliente, pero, incluso allí, bajo la ropa, Allan estaba frío al tacto, tan frío como el suelo del baño de la casa de Vermont una mañana de invierno
– Cariño -dijo Ruth al niño-, vamos a la otra habitación. Dejemos que papá duerma un poco más
– Yo también quiero dormir un poco más, mamá -replicó Graham
– Vamos a la otra habitación -repitió Ruth-. A lo mejor podrás dormir con Conchita
Cruzaron la sala de estar de la suite, Graham arrastrando la manta y su osito de peluche, Ruth con una camiseta de media manga y bragas, pues ni siquiera el matrimonio había alterado su manera de vestir cuando dormía. Llamó a la puerta del dormitorio de Conchita y despertó a la anciana
– Perdona, Conchita, pero a Graham le gustaría dormir contigo -le dijo Ruth
– Pues claro, cariño, ven conmigo -le dijo Conchita a Graham, el cual pasó por su lado en dirección a la cama
– Aquí no hace tanto frío -observó el niño-. En nuestro cuarto hace mucho frío. Papá está congelado
– Allan ha muerto -le susurró Ruth a Conchita
Entonces, a solas en la sala de la suite, hizo acopio de valor para volver al dormitorio. Cerró la ventana antes de ir al baño, donde se apresuró a lavarse la cara y las manos, se cepilló los dientes y no se molestó en peinarse. Acto seguido se vistió sin mirar una sola vez a Allan ni volver a tocarlo. No quería verle la cara. Durante el resto de su vida, preferiría imaginarlo con el aspecto que tenía en vida. Ya era bastante penoso el hecho de que le acompañara hasta la tumba el recuerdo de la frialdad desmesurada de su cuerpo
Aún no eran las seis de la mañana cuando Ruth telefoneó a Hannah
– Será mejor que seas uno de mis amigos -dijo Hannah nada más descolgar el aparato
– ¿Quién coño es? -oyó Ruth que le preguntaba el ex guardameta famoso
– Soy yo -dijo Ruth-. Allan ha muerto, no sé qué hacer.
– Dios mío, cariño… ¡Voy ahora mismo!
– Pero ¿quién coño es? -preguntó de nuevo la antigua estrella del hockey
– ¡Mira, ve a buscarte otra puck! -Ruth oyó que decía su amiga-. Sea quien sea, no es puñetero asunto tuyo…
Cuando Hannah llegó al Stanhope, Ruth ya había telefoneado a Eddie, pues sabía que estaba en el Club Atlético de Nueva York. Eddie y Hannah se ocuparon de todo. Ruth no tuvo que hablar con Graham, quien por suerte había vuelto a dormirse en la cama de Conchita. El niño no se despertó hasta pasadas las ocho, y por entonces ya se habían llevado del hotel el cadáver de Allan. Hannah llevó al niño a desayunar, y mostró unos recursos asombrosos al responder a las preguntas de Graham sobre el paradero de su padre. Ruth había llegado a la conclusión de que era demasiado pronto para que Allan estuviera en el cielo, es decir, era demasiado pronto para hablar del cielo, un tema de conversación sobre el que más adelante se prodigaría tanto. Hannah se ciñó a las mentiras prácticas: "Papá ha ido a la oficina, Graham" y "Es posible que papá tenga que hacer un viaje"
– Un viaje, ¿adónde? -preguntó Graham
Conchita Gómez estaba desolada. Ruth se hallaba en un estado de aturdimiento. Eddie se ofreció para conducirles a todos a Sagaponack, pero no en balde Ted Cole había enseñado a conducir a su hija. Ruth sabía que era capaz de conducir dentro o fuera de Manhattan, adondequiera que hubiese que ir. Bastaba con que Eddie y Hannah se ocuparan del cadáver de Allan
– Puedo conducir -les dijo Ruth-. Pase lo que pase, puedo conducir
Pero no se sintió capaz de registrar la americana de Allan en busca de las llaves del coche. Eddie las encontró, mientras Hannah hacía un paquete con las prendas del difunto
Hannah se acomodó en el asiento trasero del coche con Graham y Conchita. Se encargó de charlar con el pequeño…, ése era su papel. Eddie tomó asiento al lado de Ruth. No estaba claro para nadie, ni siquiera para sí mismo, cuál era su papel, pero se dedicó a mirar el perfil de Ruth. Ésta no apartó en ningún momento la vista de la carretera, excepto para mirar por los espejos laterales o el retrovisor
Pobre Allan, pensaba Eddie. Debía de haber sufrido un paro cardíaco. Así era, había acertado. Pero lo que Eddie no acertó era más interesante. No acertó al creer que se había enamorado de Ruth, tan sólo contemplando el perfil de su rostro lleno de tristeza: no acertó a comprender hasta qué punto, en aquel momento, Ruth le recordaba intensamente a su desdichada madre
¡Pobre Eddie O'Hare! Le había acontecido algo muy ingrato: ¡la sorprendente ilusión de que ahora estaba enamorado de la hija de la única mujer a la que había amado! Pero ¿quién puede distinguir entre enamorarse e imaginar que se enamora? Incluso enamorarse de veras es un acto de la imaginación
– ¿Dónde está papá ahora? -preguntó Graham-. ¿Todavía está en la oficina?