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– Lo he olvidado -dijo Antoine.

– Si te refieres a tu billetero, no te preocupes, yo te invito -dijo Mathias a la vez que cogía la cuenta.

– Hace seis años que me limito a ser padre, y me doy cuenta de que ya ni siquiera sé cómo abordar a una mujer. Un día, mi hijo me pedirá que le enseñe a ligar, y yo no sabré qué decir. Te necesito, tendrás que volver a enseñármelo todo desde el principio.

Mathias se bebió su zumo de tomate de un trago y volvió a dejar el vaso sobre la mesa.

– Tendrás que aclararte respecto a lo que quieres, ¡si te niegas a que una mujer entre en nuestra casa!

– Eso no tiene nada que ver, ¡estaba hablando de seducción! ¡Va, déjalo estar!

– ¿Te digo la verdad? Yo también lo he olvidado, amigo mío.

– En el fondo, ¡creo que nunca lo he sabido! -suspiró Antoine.

– Con Karine supiste qué hacer, ¿no?

– Karine me hizo padre y después se fue a ocuparse de los hijos de otros. Hay mejores experiencias sentimentales, ¿no es cierto? Venga, vamos a trabajar.

Dejaron la terraza y volvieron a subir por la calle, caminando uno junto al otro.

– Espero que no te moleste que vuelva a probarme la chaqueta, y esta vez, ¡dame tu opinión de verdad!

– Si me juras que la llevarás delante de nuestros hijos, yo mismo te la regalo.

De vuelta a South Kensington, Antoine aparcó el Austin Healey frente a su despacho. Apagó el motor y esperó unos instantes antes de salir del coche.

– Me siento fatal por lo de ayer noche, tal vez llegué un poco demasiado lejos.

– No, no, tranquilízate, comprendo tu reacción -dijo Mathias con un tono forzado.

– ¡No estás siendo sincero!

– ¡Pues no, no lo estoy siendo!

– Eso es lo que yo pensaba, ¡todavía me guardas rencor!

– ¡Está bien, escucha Antoine, si tienes algo que decir sobre el tema, dilo ya, de verdad que tengo trabajo!

– Yo también -repuso Antoine mientras salía del coche.

Y al entrar en sus oficinas, oyó la voz de Mathias a su espalda.

– Gracias por haberte pasado, lo aprecio de veras.

– No me gusta cuando nos enfadamos, ya lo sabes -respondió Antoine al tiempo que se daba la vuelta.

– A mí tampoco.

– No hablemos más entonces, ya está olvidado.

– Sí, está olvidado -contestó Mathias.

– ¿Vuelves tarde esta noche?

– ¿Por qué?

– Le prometí a McKenzie que iríamos a cenar juntos al local de Yvonne para agradecerle que viniera a ayudarnos con la casa, así que sería genial si pudieras hacerte cargo de los niños.

De vuelta a la librería, Mathias descolgó el teléfono y llamó a Sophie.

El teléfono sonaba. Sophie se excusó ante su cliente.

– Claro que puedo -dijo Sophie.

– ¿No te molesta? -insistió Mathias al otro lado del hilo telefónico.

– No te voy a ocultar que me disgusta la idea de mentir a Antoine.

– No te pido que mientas, sólo que no le digas nada.

La frontera entre la mentira y la omisión era mínima; pero, de todos modos, aceptó hacerle a Mathias el favor que le pedía. Cerraría la tienda un poco antes y se reuniría con él hacia las siete, tal y como había prometido. Mathias colgó.


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