– Yo he ido como un mandando, no me pidas demasiado.,!Qué quieres que te cuente?
– Sería un buen comienzo empezar explicándome qué te ha contado la maestra…, e incluso un buen final, teniendo en cuenta la hora que es.
– ¡Todo va perfecto! Tu hijo es absolutamente perfecto en todos los aspectos. Su maestra incluso temió a principio de curso que fuera superdotado. Puede resultar halagador para los padres, pero muy difícil de sobrellevar; no obstante, puedes estar tranquilo, ya que Louis sólo es un alumno excelente. Pues ya está, ya te lo he dicho todo, sabes tanto como yo. Me he sentido tan orgulloso de él que incluso le he dejado creer que era su tío. ¿Estás contento?
– ¡Estoy en éxtasis! -dijo Antoine al tiempo que volvía a sentarse furioso.
– ¡Eres increíble! Te digo que tu hijo está en la cumbre de su carrera escolar, y a ti te importa un bledo. No eres nada fácil de satisfacer, viejo amigo.
Antoine abrió un cajón para sacar una hoja de papel, que empezó a agitar en el aire.
– ¡Estoy loco de alegría! Dado que soy padre de un niño que no llega al mínimo en historia y geografía, que tiene apenas un 11 en francés, y un 10 pelado en cálculo, me siento verdaderamente sorprendido y alabado por el comentario de su maestra.
Antoine dejó el boletín de notas de Louis sobre la mesa y lo empujó hacia la dirección de Mathias, que, dubitativo, se acercó, lo leyó y lo volvió a dejar enseguida.
– Pues es un error administrativo, no entiendo cómo ha podido pasárseles -comentó él con una mala fe que frisaba en la indecencia-. Bueno, me voy a acostar, te veo tenso y no me gusta cuando te pones así. ¡Que duermas bien!
Entonces, Mathias volvió a dirigirse con paso decidido a la escalera. Antoine volvió a llamarlo por tercera vez. Alzó la mirada al techo y se volvió de mala gana.
– ¿Y ahora qué?
– ¿Cómo se llama ella?
– ¿Quién?
– Eso me lo tienes que decir tú… La que te ha hecho faltar a la reunión de padres de alumnos, por ejemplo. ¿Es guapa al menos?
– ¡Mucho! -acabó por admitir Mathias, avergonzado.
– ¡Ya estamos! ¿Cómo se llama? -insistió Antoine.
– Audrey.
– Es bonito… ¿Audrey qué más?
– Morel -susurró Mathias con una voz apenas audible.
Antoine aguzó el oído con una pequeña esperanza de no haber oído bien el nombre que Mathias acababa de pronunciar. La preocupación se leía ya en sus rasgos.
– ¿Morel? ¿Algo así como señora Morel?
– Sí, algo así-dijo Mathias, terriblemente avergonzado esta vez.
Antoine se levantó y miró a su amigo, acogiendo con sarcasmo la noticia.
– Veo que cuando te pedí que fueras a la reunión, te lo tomaste muy a pecho.
– Bueno, ya sabía yo, no debería haberte dicho nada -dijo Mathias mientras se alejaba.
– ¿Perdón? -gritó Antoine-. ¿Has dicho algo? Aclárame una duda, ¿en la lista de tonterías posibles, crees que todavía podrías encontrar alguna que no hayas hecho, o ya las has agotado?
– Oye, Antoine, no exageremos, ¡he vuelto solo, e incluso antes de medianoche!
– Ah, ¿encima te jactas de no haber traído a la maestra de mi hijo a casa? ¡Formidable! Gracias, así no la verá demasiado ligera de ropa a la hora del desayuno.
Al no hallar otra opción que la huida, Mathias subió al primer piso. Cada uno de sus pasos parecía querer contestar a las reprimendas que le hacía Antoine.
– ¡Eres patético! -gritó él a su espalda.
Mathias levantó la mano en señal de rendición.
– Está bien, para. Alguna solución habrá.
Cuando Mathias entró en su habitación, escuchó a Antoine que, en la planta baja, todavía lo acusaba de tener muy mal gusto. Cerró la puerta, se acomodó en su cama y suspiró mientras se desabrochaba el cuello de su gabardina.
En su mesa, Antoine hundió una tecla de su ordenador. En la pantalla, un coche de Fórmula 1 quemaba el asfalto de la pista.
A las tres de la mañana, Mathias seguía dando vueltas en su habitación. A las cuatro, en calzoncillos, se sentó tras su escritorio colocado cerca de la ventana y empezó a mordisquear su bolígrafo. Un poco más tarde, redactó las primeras palabras de una carta que iba dirigida a la atención de la señora Morel. A las seis, la papelera recibía el undécimo borrador que Mathias desechaba. A las siete, con el cabello enredado, releyó una última vez su texto y lo metió en un sobre. Los peldaños de la escalera crujían; Emily y Louis bajaban ya a la cocina. Con la oreja pegada a la puerta, alcanzó a oír los ruidos del desayuno, y cuando oyó a Antoine llamar a los niños para ir a la escuela, se puso un albornoz y se precipitó a la planta baja. Mathias atrapó a Louis en el portal. Le dio la carta, pero antes de tener tiempo de explicar de qué se trataba, Antoine cogió la carta y les pidió a Emily a Louis que fueran a esperarlo un poco lejos.
– ¿Qué es esto? -le preguntó a Mathias a la vez que agitaba el sobre.
– Una carta de ruptura. Es lo que querías, ¿no?
– ¿No puedes encargarte tú mismo de tus líos? ¿Tienes que mezclar a los niños en esto? -susurró Antoine, llevándose a Mathias un poco más lejos.
– Me pareció que era mejor así-acertó a balbucear este último.
– ¡Y encima cobarde! -dijo indignado Antoine, antes de reunirse con los niños.
No obstante, cuando se montó en el coche, puso la nota en la mochila de su hijo. Después de que el coche desapareciera, Mathias cerró la puerta de la casa y subió a arreglarse. Cuando entró en el baño, sonreía divertido.
La puerta de la tienda acababa de abrirse. Desde la trastienda, Sophie reconoció los pasos de Antoine.
– ¿Te llevo a tomar un café? -dijo él.
– Vaya, pones cara de haber tenido una mala racha -respondió ella a la vez que se secaba las manos en su blusa.
– ¿Qué te has hecho? -preguntó Antoine al fijarse en la gasa manchada de sangre negruzca del dedo de Sophie.
– Nada, un corte, pero no acaba de cicatrizar, es imposible con toda esta agua.
Antoine le cogió la mano, le quitó el esparadrapo e hizo una mueca. Sin darle tiempo de rechistar a Sophie, la condujo hasta el botiquín, limpió la herida y le hizo un nuevo vendaje.
– Si no se te ha curado en dos días, te llevo a ver a un médico -farfulló él.
– Vale, vamos a tomar ese café -respondió Sophie, agitando el dedo índice vendado-. Y ¿me harás el favor de contarme lo que te fastidia?
Puso el cerrojo, se guardó la llave en el bolsillo y se llevó a su amigo del brazo.
Un cliente esperaba impaciente frente a la librería. Mathias subía por Bute Street a pie, y se encontró a Antoine y Sophie, que iban en su dirección; su mejor amigo, sin ni siquiera mirarlo, entró en el bistró de Yvonne.
– ¿Qué ha pasado entre vosotros dos? -preguntó Sophie tras dejar su taza de café con leche sobre la mesa.
– ¡Te ha salido bigote!
– Muchas gracias, ¡qué amable!
Antoine cogió su servilleta y le secó los labios a Sophie.
– Hemos discutido un poco esta mañana.
– ¡La vida de pareja, amigo mío, no puede ser perfecta todos los días!
– ¿Te ríes de mí? -preguntó Antoine con la mirada fija en Sophie, que tenía dificultades para contener su risa.
– ¿Cuál era el motivo de vuestra disputa?
– Nada, déjalo estar.
– Tú eres el que debería dejarlo estar, si vieras la cara que llevas… ¿De verdad no quieres decirme de qué se trata? Un consejo femenino siempre puede ayudar, ¿no?
Antoine miró a su amiga y se rindió ante la sonrisa que ella le brindaba sin maldad. Buscó en los bolsillos de su chaqueta y le ofreció un sobre.
– Toma, espero que sea de tu agrado.
– Siempre me gustan.
– Lo único que hago es reescribir lo que tú me pides -repuso Antoine mientras volvía a leer el texto.
– Sí, pero lo haces con tus propias palabras y, gracias a ti, las mías adquieren un sentido que yo no consigo darles.
– ¿Estás segura de que este tipo te merece de verdad? Una cosa puedo asegurarte, si yo recibiera unas cartas como ésas, y no es porque yo las escriba, fueran cuales fuesen mis obligaciones personales o profesionales, ya habría venido a llevarte conmigo.
Sophie apartó la mirada.
– No era eso lo que quería decir -repuso Antoine apesadumbrado, tomándola en sus brazos.
– Ves, de vez en cuando deberías fijarte en lo que dices. No se cuál es el motivo de la riña, pero necesariamente será una pérdida de tiempo, así que coge tu teléfono y llámalo.
Antoine dejó su taza de café.
– ¿Por qué debería dar yo el primer paso? -gruñó él.
– Porque si los dos os hacéis la misma pregunta, vais a arruinaros el día sin motivo.
– Tal vez, pero en esta ocasión, él ha sido el que ha metido la pata.
– ¿Qué es eso tan grave que ha hecho?
– Puedo decirte que ha hecho una tontería, pero no lo voy a denunciar.
– ¡Como dos críos! ¿Se ha disculpado?
– En cierta manera, sí -respondió Antoine, volviendo a pensar en la notita que Mathias le había entregado a Louis.
Sophie descolgó el teléfono de la barra y lo llevó hasta la mesa.
– ¡Llámalo!
Antoine volvió a dejarlo en su lugar.
– Mejor iré a verlo -dijo él levantándose.
Pagó los cafés, y ambos volvieron a salir a Bute Street. Sophie se negó a volver a su tienda antes de ver a Antoine franquear la puerta de la librería.
– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó Mathias, levantando la mirada de su lectura.
– Nada, pasaba sin más, a ver si todo iba bien.
– Todo va bien, te lo agradezco -dijo él al tiempo que pasaba una página del libro.
– ¿Tienes clientes?
– Ni un alma, ¿por qué?
– Me aburro -susurró Antoine.
Antoine giró el cartelito colgado en la puerta de vidrio del lado de Cerrado.
– Ven, te llevo a dar una vuelta.
– Creía que tenías una montaña de trabajo.
– ¡Deja de discutir todo el tiempo!
Antoine salió de la librería, se subió a su coche, que estaba aparcado frente al escaparte, e hizo sonar dos veces el claxon. Mathias dejó su libro protestando y se encontró con él en la calle.
– ¿Dónde vamos? -preguntó al subir al coche.
– ¡A hacer novillos!
El Austin Healey cogió Queen's Gate, atravesó Hyde Park y se dirigió a Notting Hill. Mathias encontró sitio en la entrada del mercado de Portobello. Las aceras estaban invadidas por tenderetes. Bajaron esa calle, parándose en cada puesto. En el de un ropavejero, Mathias se probó una chaqueta con grandes rayas y un sombrero de dibujos variados; cuando se dio la vuelta para pedirle la opinión a Antoine, éste se había alejado ya, demasiado avergonzado para quedarse junto a él. Mathias devolvió la prenda al colgador y le confió a la vendedora que Antoine no tenía gusto alguno. Dos bonitas mujeres bajaban por la calle vestidas de verano. Sus miradas se cruzaron; ellas les sonrieron al pasar por su lado.