Estaba terminando su reportaje y charlaba con algunos colegas. Cuando lo vio en la explanada, se le cambió la expresión de la cara. Cruzó la plaza corriendo para ir a su encuentro.
Él llevaba un traje elegante. Audrey miró las manos de Mathias, que temblaban ligeramente. Se dio cuenta de que se había olvidado de ponerse los gemelos.
– Nunca sé dónde los guardo -dijo él, mirándose los puños.
– He traído tu taza de té conmigo, pero no tus gemelos.
– Ya no tengo vértigo, ¿sabes?
– ¿Qué quieres, Mathias?
Él la miró a los ojos.
– He madurado, démonos una segunda oportunidad.
– Las segundas oportunidades no funcionan.
– Sí, lo sé, pero nos acostábamos juntos.
– Lo recuerdo.
– ¿Crees que podrías querer a mi hija, si viviera en París?
Ella lo miró fijamente durante un buen rato, lo cogió de la mano y se puso a sonreír.
– Ven, quiero verificar una cosa.
Y Audrey se lo llevó corriendo al último piso de la torre Eiffel.