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El comisario Ansúrez seguía pensando en ello mientras asimilaba la respuesta que acababa de darle el magistrado: la comisión rogatoria era absolutamente inútil.

– ¿Por qué, señoría? -preguntó respetuosamente el comisario.

– Porque su posible testigo, la ciudadana colombiana Noelia Chacón Torres, conocida como Nelly, ha fallecido. Murió en una reyerta. Parece ser, según me informó un magistrado de Bogotá con el que me une una buena amistad, que la reyerta fue provocada por una mafia de origen policial especializada en asuntos turbios. Me ha dicho que si se producen novedades me las comunicará, pero ha añadido que no cree que eso ocurra, así que, señor comisario, sintiéndolo mucho no me queda más remedio que reiterarle la imposibilidad de atender a su petición.

– Entiendo, señoría, y le agradezco de corazón el trabajo que se ha tomado para complacerme. De todos modos, si quiere que le sea sincero, no confiaba mucho en ellas, pero aun así debíamos explorar todas las oportunidades. Muchas gracias y, ya sabe, si necesita algo de mí no dude en pedírmelo.

Antes de que el comisario pudiera informar al inspector Vallejo del magro resultado de sus gestiones su subordinado, con cara de circunstancias, le dio las últimas noticias. Esa misma mañana una de sus enfermeras, al entrar en la consulta, había encontrado, sentado en uno de los sillones que utilizaba para atender a sus pacientes, el cadáver del doctor Iturbe. Aunque no había señales visibles de lucha o de violencia, una somera inspección por parte del médico forense llevó a la conclusión de que había sido asesinado con arma blanca. Así mismo, el ordenador del doctor Iturbe había sido manipulado y los disquetes habían sido robados, desapareciendo de ese modo toda la información que contenían.

– Bueno -dijo flemático el comisario-, menos mal que hicimos una copia en disquete de la información que nos interesaba.

El inspector Vallejo titubeó antes de contestar y, cuando lo hizo, en su cara había aparecido un color rojizo delatador de nerviosismo que su pronunciación entrecortada fue incapaz de disimular.

– Lo siento, señor comisario, pero algún manazas ha estado divirtiéndose con el ordenador de la brigada y toda la informaión que teníamos sobre el caso se ha perdido.

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