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Capítulo ocho

El registro de la habitación del padre Gajate no dio ningún resultado práctico, pero confirmó al padre Vázquez en su opinión de que la huida había sido voluntaria, al encontrar un listado de teléfonos del que había sido arrancada una página. Desgraciadamente, el padre Gajate era bastante desordenado, y en ese listado no había una continuidad alfabética, por lo que era imposible saber siquiera si el apellido de las personas que habían estado en esas páginas empezaba por c o por j. Lo que sí parecía evidente era que si había arrancado esa página tenía que haber sido motivado por el hecho de que uno de los nombres no saliera a la luz. Parecía un claro signo de que estaba maquinando algo. Sin embargo, la confirmación de su teoría no le ayudaba lo más mínimo a encontrar al sacerdote desaparecido.

Sin mucha fe, cosa extraña en un sacerdote pensó irónicamente, se acercó hasta la sucursal bancaria en la que se había cobrado el talón, siendo recibido por el director. El mullido sofá en el que tomó asiento le recordó la época en que trataba de tú a tú a gobernadores civiles y directores generales del Ministerio del Interior. La única diferencia estaba en el mobiliario, todo luz y cristal en contraste con la penumbra y los muebles de maderas nobles pero apolilladas que acostumbraba ver en los centros oficiales. El director le aseguró que podía contar tanto con su colaboración como con su total discreción, es un honor y un placer colaborar con la Iglesia, padre, pero lamentablemente no sabía en qué podía ayudarle.

– No hace muchos días se cobró un talón al portador por valor de cien millones de pesetas, ¿recuerda usted este hecho?

– Por supuesto que lo recuerdo, no todos los días se presentan al cobro talones al portador por esa cantidad. De hecho atendí yo en persona a la clienta, ya que el empleado que estaba en ventanilla entró en mi despacho para ponerme al corriente de la situación. En casos así lo normal es que sea yo quien trate con los clientes.

– ¿A qué se debe eso, hay algún motivo especial?

– Bueno, son cantidades muy fuertes, así que nos gusta asegurarnos de que todo estaba en orden.

– ¿Y lo estaba?

– Sí se refiere al talón, no había ninguna pega. Era un talón al portador extendido en uno de los talonarios expedido por nuestro banco a una clienta, y en el que constaba su firma auténtica, como lógicamente comprobé en cuanto lo tuve en mi poder. Por otra parte, en la cuenta corriente contra la que se libraba el talón había fondos más que sobrados para proceder al pago. Así que desde ese punto de vista todo era correcto. Y lo mismo si nos atenemos al punto de vista legal. Cuando un talón es superior a quinientas mil pesetas debe avisarse con antelación pero una vez hecho esto la única obligación que tiene quien lo cobra es firmar por detrás el talón y anotar el número de su D.N.I.

– Eso significa que ustedes ya sabían que se iba a presentar al cobro ese talón.

– Sí, intentamos disuadirla diciendo que sería mucho más seguro realizar una transferencia e insinuando que los cobradores podrían habilitar en nuestro banco una cuenta corriente o libreta para no tener que salir con cien millones de pesetas en la mano, pero fue inútil. La señora insistió en que era una donación que su difunto marido había querido legar al colegio en el que se educó y que desde el propio colegio se le habían dado las instrucciones precisas para llevar a cabo la entrega del legado. A ella, mientras le firmaran el oportuno recibo, el resto le daba perfectamente igual. A lo único que accedió fue a decirnos el número de serie del talón que iba a firmar y el nombre de quien lo presentaría al cobro, pese a ser el talón al portador, como garantía adicional de que todo estaba en orden.

– Sin embargo, tengo entendido que fue una mujer quien cobró el talón.

– Eso es cierto, pero la acompañaba el hombre que, según nuestra cliente, iba a cobrarlo en principio. De todos modos eso no era importante para nosotros ya que nuestras instrucciones eran bien claras, pagar ese talón a la persona que lo presentara al cobro.

– ¿Y no le produjo cierta extrañeza ese cambio de planes a última hora, sobre todo teniendo en cuenta que fue una mujer quien lo cobró, cuando estaba destinado a una orden religiosa masculina?

– Bueno, en primer lugar un talón al portador va dirigido a quien lo tiene en su poder, no a ninguna orden o institución; nuestra única obligación es comprobar que está en regla y que hay fondos suficientes para cubrirlo en la cuenta contra la que se ha librado. En cuanto a que sea un hombre o una mujer quien nos lo presente, como usted comprenderá nos es completamente indiferente.

– ¿Le pidieron en algún momento que se identificara?

– ¿A quién, a la mujer?

– Sí.

– No podíamos hacer eso -contestó el director-, le recuerdo que se trataba de un talón al portador. No tenía ninguna obligación de identificarse, aunque para serle sincero debo admitir que intenté que lo hiciera para ofrecerle nuestros servicios, independientemente de que hubiera cobrado ese dinero en nombre propio o en el de una congregación. Cien millones es una cantidad importante y nos hubiera interesado seguir gestionándola. Le ofrecí algunos de nuestros productos financieros, pero hizo caso omiso de todos. También le comenté la posibilidad de abrir una cuenta corriente o libreta de ahorros con unos intereses muy apetitosos, más elevados de los que en general se ofrecen al público, pero tampoco accedió. Por último le pregunté si nos permitía introducir su nombre y domicilio en nuestra base de datos, para poder informarla de aquello que pudiera ser de su interés, pero se negó rotundamente a proporcionárnoslos. De todos modos no insistimos demasiado ya que imaginábamos que, aunque era ella quien lo cobraba, al final el dinero iría a parar a su destinatario original, la congregación religiosa a la que el difunto marido de la señora que extendió el talón decidió donar esa importante cantidad. Lamento que haya habido irregularidades pero en ningún caso pueden achacarse al banco, que en todo momento ha actuado correctamente, sujetándose tanto a las disposiciones legales como a las instrucciones del propio Banco de España.

– En ningún momento hemos puesto eso en duda. Por lo que me está diciendo supongo que la mujer no es clienta de ustedes ni lo ha sido en el pasado.

– En estos momentos, desde luego, no es clienta nuestra, ni desde que yo dirijo esta sucursal hemos tenido relaciones con ella. Es posible que haya efectuado alguna operación en esta sucursal, como cobrar otro talón o ingresar en la cuenta de una tercera persona una cantidad en pago de algo, pero en todo caso nada significativo que merezca la pena recordar. Y eso que lo hemos intentado ya que, como antes le he dicho, el cobro de esa cantidad, así en mano, no es algo habitual, y todos los empleados se enteraron de ello, pero ninguno recuerda a esa mujer de nada.

– ¿Podrá describírmela?

– Me temo que no, desgraciadamente soy muy malo para esas cosas. ¿Qué le puedo decir?, que era de estatura mediana, pelo moreno y corto, usaba gafas de sol. No recuerdo ninguna característica especial, aunque admito que igual la tenía pero no me fijé. En definitiva, una mujer como seguramente habrá miles en este barrio.

– Qué le vamos a hacer -dijo el padre Vázquez levantándose de su sillón y estrechando la mano de su interlocutor-. Muchas gracias por su colaboración de todos modos.

– No hay por qué darlas -contestó jovial el director- y ya sabe, si tiene algún dinerillo ahorrado, no dude en llamarnos. Sabremos sacarle chispas.

Cuando el padre Vázquez estaba cruzando la puerta de la sucursal una llamada del director le hizo volver a su despacho.

– Se me olvidaba una cosa -le dijo-. No soy capaz de describirla, pero quizá haya un modo de obtener lo que usted desea. Como medida de seguridad, una cámara que hay en el interior de la sucursal graba a todas las personas que entran. Es posible que la mujer que a usted le interesa haya sido filmada por la cámara, en ese caso podría proporcionarle una foto de la misma. No sé para cuándo podrá estar hecho, pero si le interesa se lo comunicaría en cuanto estuviera listo.

– Se lo agradecería enormemente -contestó el padre Vázquez, vislumbrando por fin una pequeña esperanza.

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