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Cuando llegué al bar en donde nos habíamos citado él ya estaba sentado en una mesa, impecablemente vestido y con un vaso de whisky en la mano, un Chivas de doce años, haciendo gala de un nivel de vida incompatible con el sueldo que oficialmente ganaba, aunque admito que no era yo el más indicado para criticar ese extremo.

– ¡Cuánto tiempo sin verte, Emilín! -dijo el muy hipócrita nada más verme, con una ostentosa sonrisa en los labios. Acababan de matar a dos de mis hombres y este hijoputa me recibía con una falsa sonrisa. Me entraron ganas de romper su jeta de cerdo pero me contuve, aunque no pude ni quise evitar contestarle con brusquedad.

– ¡Déjate de chorradas!, ya sabes a lo que vengo.

– ¿Los asesinatos de esta madrugada? -contestó Usa- torre. Era un hijo de la gran puta, pero no era nada tonto. Y aunque personalmente no me gustara, en su campo era un gran profesional.

– Sí, eso mismo. Supongo que ya sabrás que los dos estaban bajo mis órdenes.

– Lo sabemos, aunque lógicamente ha sido desmentido. Bueno, al grano. ¿Qué es lo que deseas saber?

– En qué punto se encuentran las investigaciones.

– Eso será mejor que lo preguntes en el Grupo de Homicidios, que son los que se encargan de las muertes violentas.

– No te hagas el listo conmigo. Esta mañana un grupo desconocido ha reivindicado el asesinato de Cámara y Espinosa. Me parece que eso os afecta.

– Así es, pero todavía no sabemos nada. Acabamos de empezar. Ten en cuenta que puede ser una reivindicación falsa.

– Y tú, ¿piensas que es falsa?

– No, pienso que es auténtica.

– ¿Auténtica? ¿Y se puede saber en qué te basas para hacer esa afirmación?

– Básicamente en que la OPRA existe, no es una entelequia y, sin embargo, nadie conoce su existencia, no ha hecho ningún tipo de propaganda hasta el momento. Tú mismo acabas de reconocerlo. Hace tiempo que tenemos detectado a un grupo izquierdista susceptible de crear una sección armada, que opera básicamente en la Universidad Complutense, pero que hasta el momento no ha entrado en acción. Se trata del Partido Comunista de Liberación del Proletariado, uno de esos grupos iluminados que creen que el PCE es un traidor a la causa obrera; pues bien, el grupo armado que iban a crear llevaba el nombre de OPRA. Sería mucha casualidad que alguien se inventara un nombre para hacer una falsa reivindicación y coincidiera con el de un grupo ya existente pero totalmente desconocido.

– De acuerdo, pero podría darse el caso de que la misma OPRA, sin ser ellos, reivindicara el asesinato como estrategia publicitaria.

– Sí, podría ocurrir, pero no lo creo. Hemos estudiado el comunicado y aparecen datos que no conoce el público. Además, comparándolo con otros que están en nuestro poder, así como la línea de actuación del grupo, hemos llegado a la convicción de que está dentro de la lógica más razonable el suponer que es una acción de la auténtica OPRA, del grupo que tenemos detectado. Sí, creemos que la reivindicación es totalmente cierta y verosímil. ¿Sabes una cosa curiosa sobre este nuevo grupo? La mayor parte de los militantes que tenemos fichados proceden de ambientes católicos progresistas. ¡Ya ves adonde han ido a acabar! -concluyó con el gesto de incomprensión típico de quienes consideraban como la cosa más natural del mundo que el general Franco anduviera bajo palio.

Nos despedimos como lo que no éramos, como dos buenos amigos. Había merecido la pena reunirme con Usatorre, si bien no me había dado la tranquilidad que inconscientemente buscaba. Por una parte la breve charla mantenida me había dado esperanzas de que pronto detendrían a los asesinos de mis agentes, pero por otra se me habían originado nuevas dudas. ¿Cómo era posible que un grupo terrorista nuevo y sin significación alguna estuviera en posesión de los datos necesarios para saber quiénes eran y qué puesto ocupaban Espinosa y Cámara?

Volví a coger el coche y a conducir sin rumbo, en un vano intento por relajarme. Casi sin darme cuenta aparecí en un pueblecito de las afueras de Madrid que había descubierto en otra correría similar hacía ya unos cuantos meses. Conservaba una pequeña iglesia de estilo herreriano a la que me había acostumbrado a entrar ya que en ella se respiraba una beatífica sensación de paz y recogimiento, que era justo lo único que me calmaba tras lo sucedido con Marisa. Si lo que me habían enseñado de pequeño era cierto, pensaba, Dios está en todas partes pero allí, en aquella modesta iglesia, me daba la sensación de ser más asequible, de estar más a mano, y yo necesitaba una paz y un perdón que sólo Él podía proporcionarme.

Aquel día, llevado por la inercia que me había atraído a ese lugar entré en el templo y como otras veces me recliné en los labrados bancos de madera, pero al contrario que en las anteriores ocasiones tal actitud no sirvió de bálsamo a mi espíritu. Algo que no era capaz de adivinar continuaba inquietándome. Me levanté y sin hacer siquiera la señal de la cruz salí de la iglesia por una puerta lateral, adentrándome en una huerta propiedad de la parroquia y contigua a ésta. Allí, bajo el furioso sol de Castilla, encontré al padre Llantada, el joven sacerdote que regía los destinos parroquiales. Nos conocíamos de anteriores visitas y habíamos congeniado, estableciéndose entre los dos una firme amistad. De hecho, en las ocasiones en que, tras años de abandono espiritual, me había decidido a practicar el sacramento de la confesión era a él a quien acudía. Como siempre que me veía dejó lo que estaba haciendo y se acercó sonriente hacia mí.

– Emilio, ¡qué sorpresa más agradable! No te esperaba hoy.

Fue sólo un momento, pero todo cambió como de la noche al día. Entonces comprendí lo que había sucedido.

– ¿No me esperabas? ¿Seguro? Yo creo que sí -contesté en un tono de voz cada vez más elevado-. Han asesinado a dos de mis hombres, pero creo que ya lo sabes, porque los has asesinado tú. No directamente, supongo, pero tú has sido la persona que ha dicho a los ejecutores a quién debían acribillar. Aunque en el fondo he sido tan culpable como tú. ¿Cómo he podido ser tan ciego? No hay nada peor que un policía en crisis y con escrúpulos religiosos. Cada vez que intentaba consolarme al lado tuyo, creyendo que me amparaba el secreto de confesión, iba hilvanando la cuerda con la que al final ahorcarías a mis hombres. Sólo tú conocías la identidad de Cámara y Espinosa. Sólo tú pudiste decir a la gente de la OPRA, muchos de ellos posiblemente catequistas, cuál debía ser el objetivo. ¿Me equivoco?

No me contestó, pero por su actitud callada y sumisa comprendí que no me equivocaba. Lentamente saqué de la chaqueta mi arma reglamentaria. Apunté al corazón y disparé. La muerte fue instantánea. Como un zombi volví a subirme al coche con intención de regresar al cuartel general y presentar la dimisión, pero algo me detuvo. No estaba dispuesto a echar por la borda mi carrera por una estúpida debilidad, por haberme entregado de nuevo a la práctica religiosa. Volví a la iglesia y penetré en la sacristía. Allí, pésimamente escondida, se encontraba una auténtica montaña de documentación acerca de la OPRA y de sus componentes. No había sido muy cuidadoso el padre Llantada, tal vez porque de un modo prepotente se sentía a salvo de cualquier peligro. Confisqué la documentación y volví a subir al coche, esta vez para ausentarme definitivamente del escenario de mi debilidad.

Cuando el general Martínez Olmos vio el regalo que le hacía su júbilo fue indescriptible. En pocos días se consiguió desarticular el embrión de grupo terrorista e incluso simpatizantes que no congeniaban del todo con la lucha armada cayeron en nuestras redes. Para desesperación de Usatorre fui yo quien, de nuevo, se apuntó el tanto y ese hecho, nacido de un error inconmensurable y de una crisis espiritual, consolidó aún más si cabe, mi posición. Sin embargo, y aunque la sangre derramada de un sacerdote había funcionado como un extraño bálsamo para mis heridas, comprendí que necesitaba cambiar de aires y de actividad, salir del pozo en el que me había sumergido. Fue entonces cuando decidí volver a la lucha diaria y solicité un nuevo destino. Fue entonces cuando solicité ir destinado al País Vasco, a la Brigada Anti terrorista.

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