Jokin andaba despacio, sin prisas, en parte por la consigna de actuar con tranquilidad y en parte por la inconsciencia juvenil que se había adueñado de él convencido, al igual que tú lo estabas, de que no podía pasarle nada, él no era más que un soldado del pueblo, un soldado desarmado que contaba con la protección divina, un hombre -un hombre de apenas diecisiete años- entregado a una causa justa que no temía a nada ni a nadie. No recuerdas quién de los cuatro dio el primero la voz de alarma pero todos visteis cómo de improviso, prácticamente surgidos del aire, aparecieron un montón de hombres uniformados con porras en las manos que se acercaron a Jokin y empezaron a golpearle con saña, rítmica y continuamente, haciendo caso omiso a sus desgarradores gritos de socorro y sus desesperadas súplica de compasión.
Tu primera reacción fue la de decir a tus compañeros que había que hacer algo, tenemos que rescatarle, gritabas, pero para cuando esas palabras surgieron casi inaudibles de tu garganta el hombre silencioso había arrancado bruscamente y enfilaba hacia arriba el puente del Arenal, que entonces se llamaba puente de la Victoria, en lo que a ti te pareció una ignominiosa huida. Es posible que tu reacción fuera más histérica de lo aconsejable, aunque te moviera un buen fin, el de rescatar a tu compañero; por eso el hombre que estaba contigo, el segundo de los no seminaristas, se vio obligado a darte un golpe que te dejó sin sentido durante un buen rato.
Cuando despertaste estabas ya enfrente del seminario y en el Dos Caballos, sentado junto a ti, tan sólo estaba el chófer, el hombre que no había hablado durante toda la noche.
– Lo siento -te dijo, y al oírle hablar te sobresaltaste, nunca hubieras imaginado que tu compañero de lucha tuviera un acento que delataba inexorablemente su origen inequívocamente andaluz-, pero no podíamos hacer nada, ellos eran muchos y armados y lo único que hubiéramos conseguido es que nos detuvieran a todos en vez de a uno tan sólo. Sé que te parecerá duro escuchar estas palabras, pero cuando decidimos entrar en el grupo perdemos nuestra importancia como seres individuales, somos tan sólo células de algo más importante, algo en lo que creemos y a lo que estamos supeditados. Siento lo de tu amigo, créeme, pero hicimos lo correcto. Espero que lo entiendas.
Lo entendiste, claro que lo entendiste, en el fondo era algo similar a lo de la comunión de la Iglesia y el cuerpo místico de Jesucristo, pero entenderlo no lo hacía mejor ni más fácil.
Al día siguiente nadie en el seminario comentó nada aunque presumiblemente todos conocían tus correrías. Tan sólo después de escuchar la primera misa alguien, no recuerdas quién pero eso no tiene la menor importancia, puso un periódico en tus manos. En él se informaba, en un pequeño recuadro dentro de la sección de noticias de última hora, sobre el fallecimiento de un seminarista cuyo nombre era Joaquín Torrente Uñarte. Por lo que había averiguado el redactor de la noticia, el tal Joaquín era un seminarista un tanto díscolo y conflictivo al que habían amenazado con la expulsión si seguía escapándose del seminario por las noches, como hacía habitualmente. Aquella noche, como otras muchas, se había fugado aprovechándose de la ausencia de vigilancia y había acudido a un prostíbulo de la calle de las Cortes, donde tras emborracharse había tenido una reyerta con un gitano, con la triste consecuencia de que una navaja penetró lo suficiente en su corazón para segarle la vida.
La vida no es lo único que te han quitado, Jokin, pensaste amargamente, también te han arrebatado el honor. Cualquier persona que lea esto desconocerá tu sacrificio, nadie llorará por un seminarista torcido que se escapaba para ir de putas, incluso muchos pensarán que lo que ocurrió te estaba bien empleado, nadie sabrá que has muerto por algo digno, tal vez ni siquiera tu familia, dijiste en voz baja, como en una oración. Cuando aquel día no acudiste a clase nadie se extrañó ni te lo reprochó, todo el mundo sabía que necesitabas estar solo para rezar y llorar amargamente, por Jokin y, sobre todo, por ti mismo.