Y Quiteria, que había logrado distraerse de sus melancolías, se quedó pensativa y acaso pensó que la sobrina llevaba razón, y dijo al fin, como esa madre que aún antes de saber lo que hará, con tal de tranquilizar a un hijo, le dice:
– No te apures. Déjame a mí, que ya se me ocurrirá algo.
«No, no se te ocurrirá nada, porque aún no te he contado lo peor», pensó con tristeza Antonia, y la muchacha dudó si desvelar lo único que en realidad le abrumaba de veras. Pero esa noche, abundante en abrazos, besos y lágrimas, quedó sin desatar el nudo de su verdadero drama: estaba esperando un hijo de Cebadón.