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XII. INTRIGANTES Y DRAGONES

Entre fines de setiembre y mediados de octubre de 1989, luego de inscribir mi candidatura en el Jurado Nacional de Elecciones, hice un viaje relámpago por cuatro países a los que, desde el principio de la campaña, me refería como ejemplo del desarrollo que puede alcanzar cualquier país de la periferia que elija la libertad económica y se inserte en los mercados mundiales: Japón, Taiwan, Corea del Sur y Singapur.

Carecían de recursos naturales, estaban superpoblados y habían partido de cero, por su condición colonial o atrasada o a causa de una guerra que los devastó. Y los cuatro habían conseguido, optando por el desarrollo hacia afuera -la exportación- y promoviendo la empresa privada, una industrialización y modernización rapidísimas, que acabaron con el desempleo y elevaron sus niveles de vida de manera notable. Los cuatro -pero, sobre todo, Japón- competían ahora en los mercados mundiales con los países más avanzados. ¿No eran un ejemplo para el Perú?

El viaje tenía como objetivo mostrar a los peruanos que algo que preconizábamos -la apertura de nuestra economía hacia el Pacífico- lo poníamos en marcha desde ahora, adelantando gestiones con autoridades, empresas e instituciones financieras de esos países. Y que yo era lo bastante conocido en la escena internacional como para ser recibido en aquellos medios. [20] Álvaro consiguió que cada noche de mi gira, entre el 27 de setiembre y el 14 de octubre de 1989, la televisión peruana pasara las imágenes que le enviaba por satélite el bigotudo camarógrafo que nos acompañó: Paco Velázquez.

Este camarógrafo viajó con nosotros gracias a Genaro Delgado Parker, uno de los dueños del Canal 5, quien pagó sus gastos. Para entonces, Genaro, viejo conocido y amigo, pasaba por un entusiasta de mi candidatura. La noche del lanzamiento de ésta, en Arequipa, el 4 de junio de 1989, nos regaló un millón de dólares en espacios publicitarios, luego de una discusión con Lucho Llosa, en la que éste lo acusó de ambiguo y oportunista en sus operaciones políticas. Genaro me visitaba de tanto en tanto para hacerme sugerencias y contarte chismes políticos; y para explicarme que si en los noticieros y programas del Canal 5 se me atacaba, era culpa de su hermano Héctor, miembro del partido aprista, íntimo amigo y asesor de la presidencia durante el primer año de gobierno de Alan García.

Según Genaro, Héctor había ganado para su causa al hermano menor, Manuel, y entre ambos lo habían puesto en minoría en el canal, de modo que se había visto obligado a renunciar a tener cargo ejecutivo alguno y al directorio de la empresa. Genaro me hacía sentir siempre que yo había sido la causa original de su ruptura con Héctor -en la que, incluso, había mediado hasta un puñete-, pero que él prefirió esa crisis familiar a abdicar de una visión de la economía y la política que coincidía con la mía. Desde que trabajé con él, como periodista, aún adolescente, en radio Panamericana, había sentido una irremediable simpatía por Genaro, pero siempre tomé con un grano de sal sus declaraciones de amor político. Pues creo conocerlo lo bastante para saber que su gran éxito como empresario se ha debido no sólo a su energía y talento (que tiene de sobra) sino, también, a su genio camaleónico, su habilidad mercantilista para nadar en el agua y el aceite y persuadir al mismo tiempo a Dios y al diablo de que es hombre suyo.

Su conducta, durante la campaña contra la estatización, fue errática. Al principio, tomó una actitud frontal contra la medida y el Canal 5, que entonces dirigía, nos abrió sus puertas y fue poco menos que vocero de nuestra movilización. La víspera del mitin de la plaza San Martín, vino a verme con sugerencias, algunas muy divertidas, para mi discurso, que el Canal 5 transmitió en directo. Pero, en los días siguientes, su posición fue mudando de la solidaridad a la neutralidad, y luego a la hostilidad, de manera astronáutica. La razón era una convocatoria, en lo más arduo de la campaña, que recibió de Alan García, quien lo invitó a tomar desayuno a Palacio de Gobierno. Acabando esa entrevista, Genaro corrió a mi casa, a contármela. Me dio una versión de su charla con el presidente, en la que éste, además de despotricar contra mí, le había hecho veladas amenazas que no me detalló. Lo noté bastante removido por aquel encuentro: entre asustado y eufórico. El hecho es que, inmediatamente después, Genaro partió a Miami, donde se hizo humo. Fue imposible localizarlo. El menor de los Delgado Parker -Manuel, gerente también de Radioprogramas-, que quedó a cargo de la empresa, nos eliminó de los boletines y puso muchas trabas y dificultades para pasar incluso nuestros avisos pagados.

Luego de unos meses, Genaro volvió a Lima, y, como si nada hubiera ocurrido, reanudó sus contactos conmigo. Me visitaba con frecuencia en mi casa de Barranco, me ofrecía ayuda y consejos, pero indicándome que su influencia en el canal era ahora limitada, pues Héctor y Manuel se habían coaligado contra él. Pese a ello, el millón de dólares en publicidad que nos donó fue respetado por la empresa aun después de que Genaro dejó de dirigir el canal. A lo largo de casi toda la campaña, Genaro posó de hombre nuestro. Estuvo en el lanzamiento de mi candidatura en Arequipa y para promoverla reunió un pequeño grupo de periodistas que, de acuerdo con mi hijo Álvaro, distribuía a los medios de prensa materiales que podían ayudarnos. Así fue como el camarógrafo Paco Velázquez viajó por el Asia conmigo.

Menos inteligente y habilidoso que Genaro, su hermano Héctor optó por comprometerse con el apra, asumiendo delicadas responsabilidades en el gobierno de Alan García. Fue comisionado de éste para negociar con el gobierno francés la reducción de compra de veintiséis aviones Mirage, que el gobierno de Belaunde había encargado, y parte de los cuales Alan García decidió devolver. La larga negociación -por la que, al final, el Perú retuvo doce y devolvió catorce- terminó en un acuerdo que nunca quedó claro. Éste era uno de los asuntos en que, se rumoreaba con insistencia, había habido malos manejos y millonadas comisiones. [21] Yo anuncié que, si llegaba al gobierno, el asunto de los Mirage sería investigado al igual que todos aquellos en los que había presunción de delito.

En repetidas ocasiones fui aconsejado por asesores y aliados del Frente de que evitara referirme a los Mirage, por el riesgo de que el Canal 5 se convirtiera en enemigo despiadado de mi candidatura. Deseché el consejo por la razón ya consignada: para que nadie se engañara en el Perú sobre lo que iba a hacer si era elegido. No acuso de manera formal en este asunto a Alan García y Héctor Delgado Parker. Pues, aunque traté de informarme al detalle sobre la negociación de los Mirage, nunca llegué a hacerme una idea definitiva al respecto. Pero, por ello mismo, era necesario averiguar si el acuerdo había sido limpiamente negociado, o no.

En pleno viaje por Asia, una noche me llegó al hotel de Seúl un fax de Álvaro: Héctor Delgado Parker había sido secuestrado, el 4 de octubre de 1989, en las vecindades de Panamericana Televisión, por un comando del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, que, en la operación, asesinó a su chofer y lo hirió a él. Héctor permaneció secuestrado 199 días, hasta el 20 de abril de 1990, en que sus captores lo soltaron en las calles de Miraflores. Durante este tiempo, el director ejecutivo del Canal 5 fue el menor de los hermanos, Manuel, pero Genaro volvió a tener injerencia en la empresa. En una conferencia de prensa, en el Foro sobre Economía y Agricultura 1990-1995, organizado por la Universidad Agraria, el 30 de enero de 1990 (en la que, dicho sea de paso, exasperado por la ferocidad de las calumnias del oficialismo que arreciaban en esos días, me excedí, llamando al de Alan García «un gobierno de cacasenos y bribones»), mencioné, entre los asuntos que serían objeto de una investigación futura, el de los Mirage. Días después, en uno de los más misteriosos episodios de la campaña, los captores de Héctor autorizaron a éste a responderme y a proclamar su inocencia, desde la «cárcel del pueblo», en un vídeo que fue pasado en el programa de César Hildebrandt, en el Canal 4, el domingo 11 de febrero de 1990. La víspera, Manuel Delgado Parker había buscado a Álvaro para hacerle saber la existencia de ese vídeo y asegurarle que la familia no autorizaría su difusión. La prensa aprista me acusó de poner en peligro la vida de Héctor, por mencionar los Mirage mientras se hallaba secuestrado. A partir de aquel episodio, el Canal 5 se convertiría en pieza clave de la campaña orquestada por el gobierno contra nosotros.

Pero faltan unos meses para entonces y durante el viaje a Oriente, a comienzos de octubre de 1989, gracias a los buenos oficios de Genaro y su camarógrafo, Álvaro pudo inundar los canales y los diarios con imágenes en las que yo aparecía poco menos que como un jefe de Estado, conversando con el presidente de Taiwan, Lee Teng-hui o con el primer ministro de Japón, Toshiki Kaifu. Este último se mostró muy cordial conmigo. El 13 de octubre de 1989, para recibirme, aplazó una cita con Carla Hill, secretaria de Estado norteamericana para el Comercio, y en nuestra breve charla me aseguró que Japón apoyaría a mi eventual gobierno en sus esfuerzos para reinsertar al Perú en la comunidad financiera. Me dijo que veía de manera favorable nuestro empeño en atraer inversiones japonesas. El primer ministro Kaifu había sido presidente de un comité de amistad peruano-japonesa de la Dieta y estaba enterado de que yo había puesto con frecuencia al Japón como prueba de que un país podía levantarse de sus ruinas y postulado la apertura económica del Perú hacia el Pacífico. (En la segunda vuelta electoral, el ingeniero Fujimori sacaría buen provecho de esta prédica, diciéndoles a los electores: «Estoy de acuerdo con lo que dice el doctor Vargas Llosa sobre el Japón. Pero ¿no creen ustedes que un hijo de japoneses puede tener más éxito que él en esa política?»)

La Keidanren, confederación de empresas privadas del Japón, organizó una reunión en Tokio entre representantes de industrias y bancos japoneses y los empresarios que me acompañaron en la gira: Juan Francisco Raffo, Patricio Barclay, Gonzalo de la Puente, Fernando Arias, Raymundo Morales y Felipe Thorndike. Pedí a éstos que viajaran conmigo porque representaban en sus respectivas ramas -finanzas, exportaciones, minería, pesquería, textiles, metalmecánica- a empresas modernas, y porque los consideraba empresarios eficientes, deseosos de progresar y capaces de aprender de las empresas que visitamos en los «cuatro dragones». Era bueno mostrar a los gobiernos y a los inversionistas asiáticos que nuestro proyecto de apertura contaba con el apoyo del sector privado peruano.

[20] Antes de este viaje, me había entrevistado con otros jefes de Estado o de gobierno, tres de ellos europeos -el canciller alemán, Helmut Kohl, en julio de 1988; la primera ministra británica, Margaret Thatcher, en mayo de 1989; el presidente del gobierno español, Felipe González, en julio de 1989- y tres latinoamericanos: los presidentes de Costa Rica, Óscar Arias, el 22 de octubre de 1988; de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, en abril de 1989, y de Uruguay, Julio María Sanguinetti, el 15 de junio de 1989. Y lo haría después, con el presidente brasileño Collor de Mello, el 20 de febrero de 1990. En la publicidad de la campaña utilizamos fotos y películas de estos encuentros para inventarme una imagen de estadista.


[21] En julio de 1991, cuando el escándalo internacional del BCCI, el fiscal de Nueva York, Robert Morgentau, acusó al gobierno de Alan García de haber hecho perder al Perú cien millones de dólares, al ordenar que el Perú no interviniese en la operación de recompra de sus catorce aviones por un país del Medio Oriente, dando a entender que todo ello implicaba una operación escabrosa.


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