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SEGUNDO INTERMEDIO

Alrededor, crisis de adolescencias incipientes, melancolías y rebeldías ya superadas por Martín. Los retretes vuelven a tener nuevos letreros y dibujos obscenos después del encalado del verano. La poesía florece en los cuadernos. Las niñas, seguidas en el paseo por los estudiantes de bachillerato, tienen ya pecho bajo sus chaquetas o sus abrigos. Un tierno círculo familiar: la luz verde de la lámpara. Círculo cortado por los suspiros y ¡ejems, ejems! del abuelo, que parece tener cien años. Carne dos veces por semana o tres veces. La abuela, al fin, vendió el solar que sólo producía disgustos.

Algunos compañeros explican un placer que a Martín le da vértigo. Placer secreto que saca ojeras a la cara. Hay chicos que mienten sobre lo que hacen con sus novias en los portales oscuros. Martín sabe que mienten. Martín se acerca a una chica en el paseo y los demás se apartan de ellos durante una semana al menos. Semana interminable y aburrida para la niña y para Martín, que al fin huye de ella cobardemente, cuando la niña empieza a hablar de matrimonio.

Cara radiante de la abuela. Le dicen que Martín va a ser un guapo mozo. Se está robusteciendo un poco. Muy poco aún. Sigue teniendo, a pesar de todos los esfuerzos, cierto parecido a los espantapájaros. Y crece. Crece aún. La abuela hace reformar sus pantalones y sus chaquetas. Hay guerra en el mundo. Millones de seres pasan hambre. Los judíos con perseguidos. Anita y Carlos Corsi viven en Madrid en una calle que se llama del Cisne y que Martín no puede imaginar. El abuelo Martín, que tantos años vivió en Madrid, no conoce la calle del Cisne, y si la ha conocido alguna vez la ha olvidado ya. En Navidades ha llegado una tarjeta con un Papá Noel y la firma de Anita y de Carlos. Por el remite de esta tarjeta sabe Martín que viven en la calle del Cisne. Martín escribe dos cartas a los Corsi. A estas cartas no obtiene contestación.

Este año la vida no es oscura. Es una vida muy difícil para todo el mundo y Martín lo sabe, pero la abuela ha vendido el solar. No falta cisco en el brasero ni sol en la calle. En Europa hay terribles hambres. El aceite no se encuentra más que con dificultades; la abuela lo raciona mucho. Martín sigue teniendo hambre. Siempre boniatos asados. Los aborrece pero se los come. A veces hasta come la cáscara tostada. Conversaciones sobre la estrategia de la guerra. La escuelita de arte sigue funcionando. Martín empieza a pintar al óleo bajo la dirección de su maestro. Se habla de arte abstracto en la escuela y el maestro se enfada. 1942 trae dentro de él muchas matanzas. Los alemanes se extienden por todo el mundo. En Alicante también hay alemanes. Aunque existe la División Azul, existe una paz en España. Es una paz débil, quizá, como un cascarón. Pero dentro del cascarón uno se siente protegido y puede hablar de estrategia con los amigos.

Martín se interesa por el tallado de la madera. Hace un mueble para la abuela con cajones viejos y la abuela queda extasiada ante su habilidad. En Reyes le han regalado un banco de carpintero, ya que le gusta tanto la carpintería. También le han regalado una maquinilla para que se afeite. La abuela ha vendido el solar. El abuelo se encorva cada día y la abuela se asusta de que salga solo y por primera vez en la vida le acompaña al paseo. La abuela con su abriguito negro y su mantilla y un broche con adornos de plata sujetando la mantilla sobre el pecho. Los aliados y los rusos -nadie lo sabe aún- hacen preparativos para un pacto que sirva -si la guerra se gana- para que Alemania no pueda volver a empuñar armas. Los alemanes tienen ganada la guerra a pesar de todo. A Martín le da lo mismo en el fondo, pero su abuelo sigue de parte de los aliados. La abuela ya no es germanófila. Ya no cree que ser germanófila significa ser defensora de la religión. Por las mañanas va a misa muy temprano y el abuelo, ahora, se obstina en acompañarla en vez de quedarse en cama como siempre. Martín está siempre en la calle menos ese rato en que el círculo de luz bajo la pantalla verde riega la mesa bajo la cual vive el alma rojiza del braserillo. El abuelo no quiere que Martín sea militar. Martín tampoco quiere serlo, pero no sabe qué va a ser de su vida si no le dejan ir a la academia de San Fernando en Madrid. La abuela dice que Martín es un niño y hay tiempo por delante para pensar en su porvenir. Ahora los niños saben más que nosotros los viejos, Jozú, Jozú, dice el abuelo. Martín está seguro de que el abuelo tiene razón en esto.

A casi ningún compañero le interesa otra cosa que tener un porvenir seguro. No saben qué porvenir. Lo que digan los padres. Hay chicos a los que los rojos les mataron sus padres, y hay chicos que tienen a sus padres en la cárcel o que quedaron huérfanos después de la victoria de los nacionales. A Martín esto no le importa mucho. No le importa nada. Tampoco le importa mucho su propio padre, que casi nunca manda dinero en vista de que la abuela vendió el solar. El abuelo comenta a gritos que está manteniendo al nieto. Lo dice con sus voces de sordo en el café del sol y en la escalera de la casa. La voz sale por las ventanas del patío. La abuela calla, como siempre, sin hacerle caso. Martín pregunta un día a la abuela si cree ella que las mujeres deben estudiar como los hombres y si sirven para eso. La abuela le dice que ella cree que las mujeres sólo deben servir para llevar su casa y cuidar a su marido y a sus hijos. Si no tienen hijos ni marido la cosa es distinta. De todas maneras la abuela siente desconfianza por las mujeres que estudian. El abuelo hizo estudiar a la madre de Martín en una época en que las mujeres no estudiaban. La madre de Martín guardó los diplomas en un cajón. A los treinta años de edad y sin que los estudios le hubiesen servido de nada se casó con un militar de cuchara mucho más joven que ella. De ínfima graduación. El abuelo aún habla de la mala boda de su desgraciada hija. Se le presentó la tuberculosis y no podía besarte, Martín, ésta fue su mayor pena, dice la abuela.

En mayo llegan noticias de Beniteca, Adela tuvo otra niña en el mes de febrero pasado. Jozú, Jozú, dice el abuelo, esa mujer tan joven y no tiene más que hembras. Jozú, Jozú, quisiera ver la cara de tu padre. ¿Hay algún medio de tener varones en vez de hembras?, pregunta Martín. A la abuela no le gustan estas preguntas. Y esta otra de pronto. ¿Por qué valen los varones más que las mujeres? Todo consiste en una pequeña diferencia, dice un compañero de clase. Y le cuenta el chiste de la pequeña diferencia y muchos otros chistes de Otto y Fritz. La chica con la que salió Martín de paseo durante la semana más aburrida del mundo se llama Mari Tere y pasea ahora con otro muchacho y Martín sabe que ha dicho que él es el chico más aburrido de los que conoce. Se empeñaba siempre en hablarle de pintura y decirle versos raros y además, dice ella, Martín no vale nada como hombre. Martín sufre la tentación de acompañar a otra chica, pero la resiste por miedo a aquel mortal aburrimiento. A Martín le parece que todos los compañeros de clase se aburren con las novias y que están más a gusto jugando al guá y a la rana o charlando de cosas de hombres. El abuelo dice a Martín que cuando él tenía su edad, en Sevilla, a todas las chicas las llamaba novias y a todos los chicos les llamaba amigos. Estas cosas son como una lluvia que va calando y calando. Aunque nunca llueve en realidad, excepto algunos días. Pocos días.

Cuando llega la época de los exámenes, resulta que Martín no tiene miedo a los exámenes. Pasó la mala época en que estudiar le costaba trabajo. Ahora no le cuesta, pero la abuela hace que don Narciso, el médico vecino que ya no tiene hijo, le ponga una tanda de inyecciones reconstituyentes. El pecho de Martín se está ensanchando un poco. Pero la abuela tiene miedo. No le darán por inútil en el servicio militar, dice el abuelo. Ahora tampoco le darían, dice don Narciso el médico. Jozú cuando le tallen, dice el abuelo, no le van a dar inútil por poca talla, no. Siempre dije que sería alto, dice la abuela con aquel poco de color rosado en las mejillas. Martín siente que no puede ser malo con la abuela. No le inspira ahora rebeldía alguna. Los días son muy cálidos. Martín sigue estudiando. Aunque este año no tiene miedo, deja la escuela de arte en la época de los exámenes. A primeros de junio Martín envía un telegrama a Beniteca diciendo que ha obtenido sobresaliente en este curso.

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