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Ahora, aquí, en Los Angeles, en la Babel americana, el Bi-zancio del Pacífico, la utopía del siglo que se iniciaba, acaso yo cerraba el capítulo de mi ascendencia artística y familiar, la crónica que Enedina y yo decidimos llamar «Los años con Laura Díaz».

– ¿Hay algo más que decir? -me preguntó Enedina esa noche, abrazados los dos, desnudos, en nuestro apartamento de Santa Mónica, cerca del rumor del mar.

Sí, sin duda siempre había algo más, pero entre los dos, Enedina y yo, casi hermanos desde niños, pero amantes absolutos, entregados el uno al otro, sin explicaciones, desde que llegamos en la infancia a California y luego crecimos juntos, juntos fuimos a la escuela, juntos estudiamos en UCLA y nos apasionamos por sus cursos de filosofía y de historia, la Revolución Mexicana, la historia del socialismo y del anarcosindicalismo, el movimiento obrero en América Latina, la guerra de España, el Holocausto, el Macartismo en los Estados Unidos, el estudio de los textos de Ortega y Gasset, Edmundo Husserl, Karl Marx y Ferdinand de Lasalle, la visión de las

películas de Eisenstein sobre México y Leni Riefenstahl sobre la gloria hitleriana y Alain Resnais sobre Auschwitz, «noche y niebla», la revisión de las obras fotográficas de Robert Capa, Cartier-Bres-son, Wegee, André Kertesz, Rodtchenko y Álvarez Bravo, la suma de estos aprendizajes y curiosidades y disciplinas compartidas cimentó nuestro amor y ella voló a Detroit apenas supo del asalto que sufrí y pasó las horas junto a mí en el hospital.

Hablando.

Yo había sufrido una contusión cerebral, tuve sueños absolutos, debí guardar cama para recuperar el uso de una pierna rota, pero no perdí la memoria de los sueños, aunque recuperé lentamente el uso de la pierna.

Hablando.

Hablando con Enedina, recordando todo lo posible, inventando lo imposible, mezclando libremente la memoria y la imaginación, lo que sabíamos, lo que nos contaron, lo que las generaciones de Laura Díaz conocieron y soñaron, lo factible, pero también lo probable, de nuestras vidas, la genealogía de Felipe Kel-sen y Cósima Reiter, las hermanas Hilda, Virginia y María de la O, Leticia la Mutti y su marido Fernando Díaz, el primer Santiago hijo de Fernando, el primer baile de Laura en la Hacienda de San Cayetano, el matrimonio con Juan Francisco, el nacimiento de Dantón y el segundo Santiago, los amores con Orlando Ximénez y Jorge Maura, la devoción por Harry Jaffe, la muerte del tercer Santiago en Tlatelolco, la liberación, el dolor, la gloria de Laura Díaz, la hija, la esposa, la amante, la madre, la artista, la vieja, la joven: todo lo recordamos Enedina y yo, y lo que no recordamos lo imaginamos y lo que no imaginamos lo descartamos como indigno de una vida vivida para la posibilidad inseparable de ser y no ser, de cumplir una parte de la existencia sacrificando otra parte y sabiendo siempre que nada se posee totalmente, ni la verdad ni el error ni el conocimiento ni el recuerdo, porque descendemos de amores incompletos aunque intensos, de memorias intensas aunque incompletas, y no podemos heredar sino lo mismo que nuestros antepasados nos legaron, la comunidad del pasado y la voluntad del porvenir, unidos en el presente por la memoria, por el deseo y por la sabiduría de que todo acto de amor hoy cumple, al fin, el acto de amor iniciado ayer. La memoria actual consagraba, aunque la deformase, la memoria de ayer. La imaginación de hoy era la verdad de ayer y de mañana.

– ¿Por eso pusiste en la tarjeta amarrada al pie de tu padre muerto, tu propio nombre, SANTIAGO EL TERCERO, 1944-1968?

– Sí. Creo que morí con ellos para que ellos siguieran viviendo en mí.

Desde el lecho, Enedina y Santiago miraron largo rato la pintura de Adán y Eva ascendiendo desde el paraíso en vez de caer del paraíso, la pintura de los primeros amantes desnudos y dueños de su sensualidad, realizada por el segundo Santiago, Santiago el Menor, antes de morir. Laura Díaz, en su testamento, la había legado a la última pareja, Santiago y Enedina.

– Te quiero, Santiago.

– Y yo a ti, Enedina.

– Quiero mucho a Laura Díaz.

– Qué bueno que entre los dos pudimos recrear su vida.

– Sus años. Los años con Laura Díaz.

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