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Giuseppe Garibaldi, luego de servir a la causa republicana de los brasileños riograndenses, se construye una cabaña y disfruta algún tiempo de paz en la provincia argentina de Corrientes con su hermosa compañera Anita y su hijo. Pero carece de noticias sobre sus padres y se siente demasiado aislado. Cuando se agotan las reservas, decide hacerse de una hacienda en el Uruguay. Solicita permiso de radicación provisoria y, con gran fatiga y evidente inexperiencia, logra reunir algunos centenares de vacunos. Pierde muchas cabezas en el trayecto a Montevideo y con el magro producto de las ventas de cueros apenas sostiene a su familia y a dos compañeros de armas. Se emplea como profesor de matemáticas. Curiosas peripecias del guerrero.

Advertido el Gobierno uruguayo de sus antecedentes brillantes en el terreno militar, le ofrece el mando de la corbeta Constitución y poco después le encomienda una difícil misión bélica: dirigirse a Corrientes por vía fluvial para llevar armas y hombres a su gobernador, general Pedro Ferré, sublevado contra Rosas. Su enemigo en las aguas será el almirante Guillermo Brown.

Garibaldi acepta. Su fuerza se compone de la mencionada Constitución , el bergantín Pereira (comandado por el valiente capitán Arana Urioste, que sufrirá una muerte vil) y el transporte Prócida. Sostiene un primer combate contra las fortificaciones de Martín García. Embarranca su nave insignia y, para reflotarla, debe transportar los objetos pesados a la Prócida. Mientras realiza la agobiante tarea, Garibaldi descubre que siete buques de la escuadra argentina se le vienen encima a toda vela. Su Constitución está hundida en la arena y desprovista de los cañones que ya se amontonaron en la Prócida . Sólo queda el bergantín Pereira para el combate. Garibaldi oye los rugidos triunfales del adversario. No desespera. Tiene treinta y cinco años y una cadena de naufragios, catástrofes y también vuelcos de la suerte. Esta vez se repite el vuelco; pero en su favor: el buque insignia de Brown también encalla cerca de la isla y una densa niebla empieza a cubrir el río. Garibaldi consigue escapar con sus tres navíos.

Su plan supone un viaje por el río Uruguay. Es el más corto a Corrientes. Pero por allí lo perseguiría Brown. Cambia entonces de plan. Los prácticos expresan estupor y miedo: una de las orillas del río Uruguay es aliada; en cambio las dos del Paraná son enemigas. Garibaldi rechaza el argumento. Insisten los prácticos en que no saben conducir por el Paraná. "Al cabo de muchas indagaciones -relataría después Garibaldi-, supe que uno de ellos conocía algo el río" pero se callaba por temor. Mi sable allanó bien pronto la dificultad y tuvimos práctico".

Con acciones nocturnas se provee de transportes y otros prácticos en San Nicolás. Lucha contra tropas de caballería. Vence obstáculos fluviales. Apresa naves provenientes del Paraguay. La expedición va culminando con éxito. En Caballo-Guatiá se le une la flotilla correntina. Alborozo. El italiano está a punto de concluir su misión.

Costa Brava es un paraje cercano al límite de Entre Ríos con Corrientes. La falta de profundidad impide el avance de la Constitución . "Según los prácticos, no se había visto tal en medio siglo". Tiene que esperar la subida de las aguas. Esto es grave. Muestra un vuelco de la suerte: ahora en su contra. Llegará Brown quien, luego de buscado infructuosamente por el río Uruguay, ya navega por el Paraná aplicando una rigurosa técnica que no disminuye el ritmo del avance: cuando el viento afloja, aplica remolques y sirga. Todas las tripulaciones y todos los oficiales sin distinción deben ocuparse alternativamente de los remolques, tanto en las balleneras como en las costas empantanadas. El agotamiento y la disconformidad, sin embargo, no desembocan en motín por el respeto que suscita el infatigable anciano. La única medida disciplinaria importante que tuvo que aplicar fue contra su propio hijo, el capitán Eduardo Brown, a quien releva del mando y envía de regreso a Buenos Aires en la primera embarcación que los cruza.

Garibaldi se prepara para el desigual enfrentamiento. Ubica sus naves en forma transversal al río. "Disponer así las cosas me costó mucho trabajo por causa de la corriente que, aunque poca en el punto elegido, nos obligaba a usar todas las cadenas, áncoras y cables para anclar barcos, principalmente la Constitución , que calaba dieciocho pies (…). No habíamos terminado aún nuestros trabajos cuando apareció la escuadra enemiga, compuesta por siete buques. Era superior en mucho a la nuestra y se encontraba en situación de poder recibir toda clase de refuerzos y víveres. Nosotros -prosigue Garibaldi- no sólo estábamos lejos de la ciudad de Corrientes, única que podía socorremos, sino que teníamos la casi seguridad de no recibir ningún auxilio, como lo probaron los hechos. Pero era necesario combatir, aún teniendo la certeza de encontrar la muerte."

Iban a chocar dos fortalezas. Garibaldi, que pronto se convertiría en "héroe de dos mundos" y Brown, a quien el mismo Garibaldi califica "primera celebridad marítima de la América meridional, con justos títulos".

El italiano se atrinchera parcialmente en tierra. El viento escaso y la poca profundidad también determinan un desembarco parcial de Brown. Se disputan palmo a palmo las orillas hasta entrada la noche. A la primera claridad se reanuda la lucha con tiros de fusilería y cañonazos. Al impulso de una gritería feroz se intentan abordajes. Garibaldi sufre la pérdida de varios oficiales. "No fueron pocos los daños sufridos por ambas escuadras, tantos que nuestros barcos quedaron en esqueleto. La corbeta Constitución , a pesar de que no se dejaron de tapar las bocas producidas por los tiros, hacía tanta agua que apenas se la podía eliminar manejando las bombas sin reposo y empleando por turno a toda la gente."

El capitán Arana Urioste concibe un plan arriesgadísimo para atacar por sorpresa a Brown. Atraviesa los pajonales seguido por varios hombres. Los argentinos descubren la intentona y esperan con la rodilla en tierra y absoluto silencio. Al tenerlos a tiro de fusil hacen una descarga mortífera. En la oscuridad no pueden ser reconocidos los heridos sino por sus estertores. Entre ellos, con la cabeza sangrante, yace Arana Urioste, comandante del bergantín Pereira . Una columna de federales lo reconocen y protagonizan una escena de salvajismo: le cortan la barba con lonjas de piel, le abren el vientre y arrancan la vejiga, lo castran y cuelgan de los brazos.

La tropa de Garibaldi incrementa sus pérdidas. Los sobrevivientes están agotados de luchar y bombear el agua. Pero el italiano no se rendirá mientras le quede pólvora.

Llega otra vez la noche. Garibaldi prepara brulotes (embarcaciones minadas). A las dos de la mañana lanza uno, que se dirige hacia la escuadra argentina siguiendo el curso de la corriente. Brown no duerme; recorre la cubierta y el castillo empuñando el catalejo. Descubre el solitario bulto flotante y, en el acto, se da cuenta de la inminente explosión. Encomienda al primero que tiene cerca lanzarse a conjurar la amenaza. Este, acompañado por algunos marineros, salta a un bote y a fuerza de remo consigue llegar al brulote y desviado hacia un banco de arena donde estalla. El almirante recibe al valiente joven. Estrechándole la mano, dice:

– Lo que acaba de hacer en cumplimiento de su deber, es demasiado para sus doce años.

El fracaso no desanima a Garibaldi. A las tres de la madrugada lanza otro brulote. Es más poderoso que el anterior: contiene barriles de pólvora y alquitrán para explotar varios buques. Lo camufla con cueros y bolsas de cerda. El práctico genovés Luis Cavassa es quien en esta ocasión detecta el peligro, porque alcanza a distinguir un chisporroteo que se balancea. La llama ya corre cerca de los explosivos. No hay tiempo para desviar el brulote. Rema con vigor, trepa a la embarcación minada, arranca la mecha y la arroja al agua.

Brown, al felicitado, no lo llama práctico, sino teniente Cavassa. Con los años Cavassa alcanzaría la más alta graduación de la Marina nacional.

El comandante de la escuadrilla correntina, impuesto del revés que aflige a Garibaldi, lo abandona. Esto le amputa la capacidad de resistencia. "Bien justificada era mi tristeza -refiere el italiano-, porque la mayor parte de nuestros pequeños barcos había quedado fuera de servicio durante la lucha. Yo contaba con los barcos correntinos en la inevitable retirada, para salvar muchos heridos y embarcar los víveres necesarios… La última esperanza se desvanecía con la miserable defección de nuestros aliados (…). Necesitaba combatir, y no veía en torno mío más que gente dominada por la fatiga; no oía otros sonidos, otros rumores que los lamentos desgarradores de los desgraciados heridos que aún no habían sido transportados al buque hospital, porque era incapaz de contenerlos a todos."

Nuevas pérdidas para Garibaldi. Los cartuchos confeccionados durante la noche contienen pólvora inferior, los tiros no dan en el blanco, las cadenas que disparan los cañones no hacen mella a la distancia. Ha llegado el momento límite: debe retirarse. Pero sus buques son ruinas. Sólo puede salvar algunos hombres y después incendiar los restos de la flotilla. Ordena trasbordar heridos y municiones a una pequeña embarcación mientras prosigue el combate. Que con aguardiente rocíen los objetos combustibles y les prendan fuego: no cederá presas al enemigo.

"Conviene aquí narrar un hecho bien desconsolador -añade Garibaldi- originado por el exceso de las bebidas espirituosas. Los equipajes que yo mandaba estaban compuestos por hombres de todas las naciones. Los extranjeros eran en su mayor parte marinos y casi todos desertores de barcos de guerra; debo confesar que estos eran los menos díscolos. Entre los americanos, la generalidad había sido expulsada de los ejércitos de tierra por delitos, muchos por homicidios. De modo que eran verdaderos canallas y se necesitaba todo el rigor posible para mantener el orden. Sólo en los días de lucha estaba disciplinada esta mezcla de gentes y se batían como leones. Ahora, para hacer el incendio más eficaz, se habían reunido muchos objetos combustibles y sobre ellos se esparcía una buena cantidad de aguardiente que formaba parte de nuestras provisiones. Por desgracia, aquellos hombres acostumbrados a vivir con una pequeña cantidad de espíritu, al encontrarlo en tal abundancia, se embriagaron hasta el punto de quedar imposibilitados para moverse. Fue un caso bien doloroso: encontrarse en la imperiosa necesidad de abandonar a aquellos valientes y desgraciados hombres para que fuesen presas de las llamas. Hice cuanto pude, obligando a los compañeros más serenos a no abandonarlos; yo mismo recogí cuantos me fue posible hasta el último instante, cargándolos sobre mi espalda para ponerlos a salvo."

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