La escuadra argentina nota que Garibaldi y sus hombres se alejan en una pequeña embarcación y comienzan a perseguirlos. Explota la santabárbara de la Constitución . Una lluvia de fragmentos en llamas cubre el Tío y los alrededores. La escena es sobrecogedora. Pareciera haberse estremecido el planeta. Garibaldi prosigue la fuga. Algunos oficiales proponen encender los pajonales de la isla "para quemar como ratas hasta el último salvaje unitario". El almirante los aparta con un gesto.
– ¡Garibaldi es un valiente! ¡Dejen que se escape! Luego ordena investigar en la maleza para rescatar heridos, recoger armas abandonadas y salvar algunos cañones de los buques incendiados.
El propio Brown, acompañado por el cirujano Hugo Tomás Sheridan, recorre los pajonales salpicados de víctimas. De pronto está frente al cadáver del capitán Arana Urioste, desnudo y mutilado. Retrocede con horror. Aferra el brazo de su acompañante y prorrumpe:
– ¡Ah! ¡Si yo supiera quién ha hecho esto, lo mando fusilar en el acto!
Le entregan la espada de Arana Urioste, que se niega a recibir. Vuelto a bordo de su buque, ahíto de rabia y asco, ordena la inhumación de aquellos despojos profanados y que se instale una cruz en el lugar.
Este triunfo no le da satisfacción. A la inversa de lo que ocurrió en la guerra contra el Brasil, cuenta con una fuerza superior a la del adversario. Y es un adversario magnífico… Para colmo, se han cometido actos miserables de carnicería que no pueden justificarse ni perdonarse.
Juan Manuel de Rosas, por el contrario, se pone muy contento cuando recibe las noticias. Las huestes del "pardejón Rivera" metidas en los ríos interiores podían hacerle trepidar el régimen, perturbar el comercio, sublevar más caudillos, incrementar la virulencia de ingleses y franceses. La acción del "viejo Bruno" le viene de perillas. Y resuelve convertir la batalla de Costa Brava en un hito histórico. Manda organizar festejos y que sus servidores exalten la expectativa para cuando se produzca el regreso del almirante.
Brown, por diversas causas, demora, su retorno. Aparece frente a la rada de Buenos Aires recién el 8 de setiembre. La ciudad aparece embanderada. Los cañones del Fuerte lo saludan. Bandas militares y la orquesta del teatro Victoria llenan el aire con música. Se comienza a preparar un asado con cuero en la Alameda para la multitud de gauchos y negros que invaden la costa.
Manuelita Rosas, seguida por damas y altos funcionarios, se adelanta al buque insignia para darle la bienvenida. Las campanas y las aclamaciones estremecen toda la ribera. Brown llega a tierra con su brillante, uniforme de gala. Pasa una correntada de lavanderas haciendo tremolar paños, como una murga.
Lo conducen hacia la Capitanía del Puerto que fue acondicionada para la ocasión. Se cubrió el techo con maderas y el piso con alfombras; las paredes fueron tapizadas con bramante festoneado de punzó y se colgaron, en forma alternada, espejos y grabados. Doce magníficas arañas penden del techo y una infinidad de candelabros rutilantes emergen de las columnas. En la cabecera lucen grandes retratos del Restaurador, del destituido presidente uruguayo Oribe y del almirante Brown, rodeados de una profusa simbología marcial: cañones, fusiles, espadas, lanzas, cornetas y hasta cuatro buques [8] .
Al inaugurar el vigesimosegundo período de la Legislatura, Juan Manuel de Rosas expresa en su mensaje:
"El invicto brigadier don Guillermo Brown, pertenece a los defensores ilustres de nuestra independencia".