Ignoraba cuán novelesca había sido la vida del almirante Guillermo Brown. Explorarla y luego escribirla, fue un placer que renuevo al corregir con deleite esta versión que ahora se brinda al público. Integra la galería de personajes cuya riqueza de aventuras hubiera entusiasmado a los mejores cultores del género. Los documentos sobre sus vicisitudes no sólo proporcionan asombro, sino fantasía. Parece inverosímil cuánto le sucedió y cuánto hizo. Es un personaje que deslumbra y enternece desde el principio al fin.
Sólo la pésima enseñanza de la historia y el reaccionario culto de los héroes explica que haya sido tan poco y tan mal conocido. En otra ocasión comenté que me atreví a describir sus peripecias en circunstancias penosas. Eran años de dictadura, de crímenes y corrupción. Había decidido humanizarlo con un doble objetivo: por una parte contribuir a ablandar el enfrentamiento cívico-militar y, por la otra, infligir una elíptica crítica a quienes, cubriéndose con oropeles inmerecidos, pretendían lucir como herederos del prócer. Era imperativo recuperar lo mejor de su conducta para lograr el doble resultado.
Entendí que para ello bastaba mostrar sin encubrimientos idólatras sus conflictos de hombre, sus padecimientos, ambición, fatiga, rabia y locura. Su decencia. Sobre todo su decencia. Y recordar con fuerza su marcha dolorosa bajo el granizo de las injusticias, las mismas que muchos de sus corifeos aplicaban al resto de la ciudadanía: persecuciones, tormentos, ofensas. Narrar las miserias que diezman a los mejores. Las cuotas de alucinación con las que se avanzó hacia la libertad. El nivel de heroísmo, mezquindad y ambición con los que se amasaron las primeras décadas de vida emancipada como un modelo que aún no perdió su vigencia.
Este libro es también un homenaje a muchos escritores que animaron mi juventud y aún pueblan mis ensueños: Stefan Zweig, Emilio Salgari, Joseph Conrad, Julio Verne, Herman Melville, Alejandro Dumas, Romain Rolland. A cualquiera de ellos -pese a sus estilos y preferencias disímiles- les hubiese conmovido el incansable luchador que fue Guillermo Brown. Lo hubieran amado por su intrepidez, generosidad, frustraciones, compulsión y trastornos psíquicos. Por su humana complejidad y por las circunstancias excepcionales que le dieron marco.
Por su mensaje desde el ayer para el hoy tan confundido.
Marcos Aguinis
Buenos Aires, mayo de 1995