Muchísima gente entró a esa librería, pero vagamente recordaba a una mujer hermosa, vestida con elegancia, que entró una vez y habló conmigo amablemente. Fue un hecho insólito, porque nadie me hacía caso. Muy bien pudo haber sido Nélida.
En un nivel profundo, todo lo dicho por Emilito tenía sentido. Sin embargo, para mi mente racional parecía tan descabellado que hubiera tenido que estar loca para creerlo.
– Está usted diciendo puros disparates -dije, en un tono más defensivo de lo que era mi intención.
Mi reacción dura no lo perturbó en lo más mínimo. Estiró los brazos arriba de la cabeza y los hizo girar en círculos.
– Si lo que dije realmente son puros disparates, te desafío a que me expliques lo que te está pasando -me retó, con una sonrisa-. Y no trates de hacerla de niñita conmigo, poniéndote toda llorona y alterada.
Me escuché gritar, con voz entrecortada:
– Está diciendo puras pendejadas, maldito… -y mi furia candente se disipó ahí mismo.
No podía creer que estuviera gritando groserías. De inmediato empecé a pedir disculpas; dije que no estaba acostumbrada a gritar ni a usar un lenguaje soez. Le aseguré que fui educada en forma muy decente, por una madre con buenos modales que nunca hubiera soñado siquiera con levantar la voz.
El cuidador se rió y levantó la mano para interrumpirme.
– Basta de disculpas -dijo-. Es tu doble el que está hablando. Siempre es directo y va al grano, puesto que nunca le has permitido expresarse, se encuentra lleno de odio y amargura.
Explicó que en ese momento mi doble se encontraba en un estado de extrema inestabilidad, puesto que había sido bombardeado por truenos y rayos y especialmente a causa de los sucesos de cinco días antes, cuando Nélida me empujó al pasillo izquierdo para que iniciara el cruce de los brujos.
– ¡Hace cinco días! -exclamé-. ¿Quiere decir que estuve colgada del árbol durante dos días y dos noches?
– Pasaste exactamente dos días y tres noches ahí -indicó con una sonrisa maliciosa-. Tomamos turnos para subir contigo, para ver si te encontrabas bien. Estabas fuera de combate pero muy bien, de modo que te dejamos en paz.
– ¿Pero por qué me amarraron en esa forma?
– Fracasaste terriblemente al tratar de realizar una maniobra que llamamos el vuelo abstracto o donde cruzan los brujos -contestó-. El intento agotó tus reservas de energía.
Aclaró que en realidad no se trató de un fracaso de mi parte, sino más bien de un esfuerzo prematuro que tuvo desenlaces desastrosos.
– ¿Qué hubiera pasado si lo logro? -pregunté.
Me aseguró que lograrlo no me hubiera colocado en una posición más ventajosa, pero hubiera servido como punto de partida, como una especie de aliciente o faro que me hubiera marcado con precisión el camino a seguir en algún momento del futuro, cuando tendría que realizar el vuelo final por mi propia cuenta.
– En este momento estás usando la energía de todos nosotros -prosiguió-. Todos estamos obligados a ayudarte. De hecho, estás usando la energía de todos los brujos que nos precedieron y que alguna vez vivieron en esta casa. Estás viviendo de su magia. Es exactamente como si estuvieras acostada sobre una alfombra mágica capaz de llevarte a lugares increíbles, a lugares que sólo existen en la ruta de la alfombra mágica.
– Pero sigo sin entender por qué estoy aquí -indiqué-. ¿Sólo porque el nagual Juan Miguel Abelar cometió un error y me encontró?
– No, no es tan sencillo -dijo, mirándome directamente a los ojos-. En realidad, Juan Miguel no es verdaderamente tu nagual. Existe un nuevo nagual y una nueva era. Tú perteneces al grupo del nuevo nagual.
– ¿Qué está usted diciendo, Emilito? ¿A qué nuevo grupo? ¿Quién decide todo eso?
– El poder, el espíritu, la fuerza sin límites que está allá afuera lo decide todo. Para nosotros, la prueba de que perteneces a la nueva era es tu similitud total con Nélida. En su juventud era igual que tú ahora; hasta el extremo de que ella también agotó todas sus reservas de energía al intentar por primera vez el vuelo abstracto. Y, al igual que tú, casi se muere.
– ¿Quiere usted decir que pude haber muerto en el acto, Emilito?
– Claro que sí. No porque el vuelo de los brujos sea tan peligroso, sino porque eres muy inestable. A otra persona que hubiera hecho lo mismo sólo le habría dado dolor de barriga. Pero no a ti. Tú, al igual que Nélida, tienes que exagerarlo todo, de modo que por poco te mueres.
"Después de eso, la única manera de restablecerte era dejarte subida en el árbol, despegada del suelo por el tiempo que fuera necesario para que recobraras el sentido. No había nada más que pudiéramos hacer.
Por increíble que todo ello pareciera, lo sucedido gradualmente empezó a adquirir cierto sentido para mí. Algo anduvo terriblemente mal durante mi encuentro con Nélida. Algo dentro de mí se salió fuera de control.
– Te di de beber de mi calabaza del intento ayer, para averiguar si tu doble aún estaba inestable -explicó Emilito-. ¡Y lo está! La única manera de fortalecerlo es por medio de la actividad. Y, aunque no te agrade, soy el único capaz de guiar a tu doble en esta actividad. Esta es la razón por la que soy tu maestro ahora. O, mejor dicho, el maestro de tu doble.
– ¿Qué cree que me pasó con Nélida? -pregunté, aún insegura acerca de qué fue lo que salió mal exactamente.
– Quieres decir qué es lo que no pasó -me corrigió-. Supuestamente debías cruzar el abismo de manera fácil y armoniosa, para despertar tu doble a la conciencia plena en el pasillo izquierdo -empezó a darme una complicada explicación de lo que habían esperado que sucediera.
Dirigida por Nélida, debía desplazar mi conciencia, una y otra vez, entre mi cuerpo y mi doble. Este desplazamiento tenía que haber eliminado todas las barreras naturales desarrolladas a lo largo de mi vida, las barreras que separan al cuerpo físico del doble. El plan de los brujos, indicó, era permitirme conocerlos a todos en persona, puesto que mi doble ya los conocía. No obstante, debido a mi locura no crucé de manera fácil y armoniosa. Dicho de otro modo, la conciencia adquirida por mi doble no tuvo relación alguna con la conciencia cotidiana de mi cuerpo. Esto resultó en la sensación de estar volando y no poder detenerme. Toda mi energía de reserva se me escapó sin control alguno y mi doble enloqueció.
– Lamento tener que decirle esto, Emilito, pero no entiendo de qué está hablando -dije.
– Llegar adonde cruzan los brujos consiste en desplazar la conciencia de la vida cotidiana, presente en el cuerpo físico, al doble -replicó-. Escucha con atención. La conciencia de la vida cotidiana es lo que queremos desplazar del cuerpo al doble. ¡La conciencia de la vida cotidiana!
– ¿Pero eso qué significa, Emilito?
– Significa que buscamos la sobriedad, la mesura, el control. No nos interesan la locura ni los resultados confusos.
– ¿Pero qué significa en mi caso? -insistí.
– Te abandonaste a tus excesos y no desplazaste tu conciencia de la vida cotidiana a tu doble.
– ¿Qué hice?
– Otorgaste a tu doble una conciencia desconocida e imposible de controlar.
– A pesar de todo lo que ha dicho, Emilito, me resulta imposible creer todo esto -dije-. De hecho, es realmente inconcebible.
– Claro que es inconcebible -asintió-. Pero si lo que quieres es algo concebible, no tienes que estar sentada ahí, aferrada a tus dudas, gritándome. Para ti, algo concebible es estar desnuda con las piernas arriba.
Esbozó una sonrisa lasciva que me dio escalofríos. No obstante, antes de que pudiera defenderme, su expresión adoptó una seriedad absoluta.
– Sacar al doble de manera fácil y armoniosa y desplazar a él nuestra conciencia de la vida cotidiana es algo que no tiene igual -indicó con voz suave-. Hacer eso es inconcebible.
"Ahora hagamos algo totalmente concebible. Vayamos a desayunar.