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Se rió y dijo:

– Algunos miembros de mi familia son lectores ávidos. Yo no soy una de ellos.

– ¿No lees por placer, Clara?

– No. Leo para informarme. Pero algunos de los otros sí leen por placer.

– ¿Entonces por qué no he notado nunca que falte algún libro? -pregunté, tratando de aparentar indiferencia.

Clara soltó una risita.

– Cuentan con su propia biblioteca del lado izquierdo de la casa -indicó, y luego me preguntó- ¿Tú no lees por placer, Taisha?

– Desafortunadamente, también leo sólo para informarme -repliqué.

Le conté a Clara que el placer de la lectura fue cortado en flor, en mi caso, cuando iba en la primaria. Uno de los amigos de mi padre, dueño de una distribuidora de libros, tenía la costumbre de regalarle a éste cajas llenas de libros agotados. Mi padre solía revisarlas y pasarme las obras literarias, que me mandaba leer además de mi tarea normal. Siempre di por sentado que se refería a que las leyera de principio a fin. Es más, creí que debía terminar un libro antes de seguir con otro. Fue una sorpresa total para mí cuando más adelante averigüé que algunas personas se ponen a leer varios libros en forma simultánea, alternando entre ellos de acuerdo con su estado de ánimo.

Clara me miró y meneó la cabeza, como si fuera una causa perdida.

– Los niños hacen cosas extrañas cuando se encuentran bajo presión -afirmó-. Ahora entiendo por qué saliste tan compulsiva. Apuesto a que si recapitularas las historias que leíste en esos libros te sorprenderías con lo que te saldría al encuentro. De niños no podemos debatir lo que nos es presentado, así como tú no pudiste debatir tu idea de que tuvieras que leer un libro desde la primera hasta la última página. Todos los miembros de mi familia tenemos un serio debate con el resto del mundo acerca de lo que se les hace a los niños.

– Conocer a tu familia se ha convertido en una obsesión para mí, Clara.

– Es muy natural. He hablado mucho sobre ellos.

– No es sólo eso, Clara -dije-. Más bien se trata de una sensación física. No sé por qué, pero no puedo dejar de pensar en ellos. Incluso sueño con ellos.

En cuanto hube dado voz a este hecho, algo encajó en mi mente. Bruscamente confronté a Clara con una pregunta. Puesto que ella me había conocido desde antes y su primo, siendo mi casero, también me conocía, se me vino a la mente la idea de que yo ya debía conocer a sus otros parientes.

– Naturalmente todos te conocen -dijo Clara, como si fuera de lo más obvio, pero no respondió a mi pregunta.

No me imaginaba quiénes pudiesen ser.

– Déjame hacerte una pregunta directa, Clara. ¿Los conozco yo? -insistí.

– Todas éstas son preguntas imposibles, Taisha. Sería mejor, creo, que no las hicieras.

Me enfurruñé y me levanté de mi asiento de hojas, pero con un suave empujón Clara me obligó a tomar asiento de nuevo.

– Está bien, está bien, señorita averigualotodo -dijo-. Si eso sirve para que te quedes donde estás, te lo diré. Los conoces a todos, pero definitivamente no recuerdas haberlos conocido. Aunque te toparas de frente con alguno de mis parientes, creo que ni siquiera así sentirías el menor atisbo de reconocimiento. Pero al mismo tiempo algo dentro de ti se agitaría en extremo. ¿Estás satisfecha ahora?

Su respuesta no me satisfizo en lo más mínimo. De hecho, me convenció de que pretendía confundirme deliberadamente, tentarme, jugar con las palabras.

– Creo que disfrutas atormentándome, Clara -dije, asqueada.

Clara soltó una carcajada.

– No estoy jugando contigo -me aseguró-. Explicar lo que somos y lo que hacemos es lo más difícil del mundo. Ojalá pudiera aclarártelo mejor, pero no puedo. Así que no tiene caso insistir en explicaciones cuando no las hay.

Incómoda, cambié de posición en el suelo. Se me habían dormido las piernas. Clara sugirió que me acostara boca abajo y que apoyara la cabeza sobre el brazo derecho, con el codo doblado. Lo hice y encontré cómoda la posición. El suelo y las hojas parecían mantenerme arraigada, mientras que mi mente estaba quieta pero alerta. Clara se inclinó y me acarició la cabeza afectuosamente. Luego fijó la mirada en mí de una manera tan extraña que le agarré la mano y la sujeté por unos instantes.

– Tengo que irme ahora, Taisha -indicó con voz queda, soltando mi mano-, pero puedes estar segura de que volveré a verte-. Sus ojos verdes estaban salpicados de claras motas ambarinas. Y su brillo fue lo último que vi.

Desperté cuando alguien me picó la espalda con un palo. Una mujer extraña se encontraba de pie a mi lado. Era alta, esbelta e increíblemente atractiva. Tenía los rasgos exquisitamente cincelados; una boca pequeña, dientes uniformes, la nariz perfectamente definida; una cara ovalada; un cutis nórdico blanco y delicado, casi transparente; cabello gris lustroso y rizado. Cuando sonrió pensé que era una chica adolescente, llena de osadía y sensualidad. Al adoptar un aspecto sereno, parecía una mujer europea cosmopolita, elegante y madura. Su ropa estaba a la moda y era distinguida, especialmente sus cómodos zapatos, lo cual no había visto nunca en los Estados Unidos, donde las mujeres bien vestidas que calzaban zapatos cómodos siempre tenían un aire matronal.

La mujer era al mismo tiempo más vieja y más joven que Clara; en edad definitivamente era más vieja, pero años más joven en apariencia. Y poseía algo que sólo es posible calificar de vitalidad interior. En comparación, Clara aún parecía encontrarse en una etapa formativa, mientras que ese ser era el producto terminado. Sabía que una persona increíblemente diferente, quizá tan diferente como un miembro de otra especie, me estaba examinando con auténtica curiosidad.

Me incorporé y rápidamente me presenté. Me correspondió con calidez.

– Yo soy Nélida Abelar -dijo en inglés-. Vivo aquí con mis demás compañeros. Ya conoces a dos de ellos, Clara y el nagual, Juan Miguel. Pronto conocerás a los demás.

Hablaba con una ligera inflexión extranjera. Su voz me resultó atractiva y totalmente familiar, a tal grado que no pude más que mirarla fijamente. Se rió, creo que debido al hecho de que, a causa de mi sorpresa, tenía los músculos de la cara paralizados en un rictus inmóvil. El sonido de su dura risa también me pareció remotamente familiar; tenía la sensación de haber escuchado esa risa antes. Cruzó mi mente la idea de que había visto a esa mujer en otra ocasión, aunque no pude imaginar dónde. Entre más la miraba, más me convencía de que la conocía de algún lado, pero se me había olvidado dónde.

– ¿Qué te pasa, querida? -preguntó en tono solícito-. ¿Tienes la impresión de que nos conocemos de antes?

– Sí, sí -contesté, excitada, porque me sentí a punto de recordar dónde la había visto.

– Tarde o temprano lo recordarás -dijo en un tono tranquilizador, dándome a entender que no había prisa-. Con el tiempo, la respiración purificante que practicas al recapitular te permitirá recordar todo lo que has hecho en tu vida, incluso tus sueños. Entonces sabrás dónde y cuándo nos conocimos.

Me dio pena haberla mirado fijamente y que me hubiera tomado completamente desprevenida. Me puse de pie y la encaré, no de manera desafiante sino con admiración temerosa.

– ¿Quién es usted? -pregunté, ofuscada.

– Ya te dije quién soy -afirmó, sonriente-. Ahora bien, si quieres saber si soy alguna clase de eminencia, te decepcionarás. No soy nadie importante. Sólo pertenezco a un grupo de personas que busca la libertad. Conociste al nagual y el siguiente paso era conocerme a mí. Eso es porque soy responsable de ti.

Al escuchar que era responsable de mí, experimenté una punzada de temor. Desde siempre había luchado por ganar mi independencia; había peleado por ella con todas mis fuerzas.

– No quiero que nadie sea responsable de mí -dije-. He luchado demasiado duro para ser independiente como para someterme a alguien ahora.

Pensé que se ofendería, pero se rió y me dio unas palmaditas en el hombro.

– No lo decía en ese sentido -indicó-. Nadie quiere sojuzgarte. El nagual tiene una explicación de tu personalidad inquieta. Realmente cree que posees un espíritu combativo. De hecho cree que estás loca, indudablemente, pero en un sentido positivo.

Según ella, el nagual explicaba mi locura por el hecho de haber sido concebida en insólitas y desesperadas circunstancias. Nélida prosiguió a relatarme ciertos detalles de la historia de mis padres de los que nadie, excepto ellos mismos, estaban enterados. Reveló que antes de concebirme, cuando ellos vivían y trabajaban en Sudáfrica, mi padre fue encarcelado por razones que nunca reveló. Yo siempre cultivé la fantasía de que en realidad no estuvo en prisión sino en un campo de detención política. Nélida afirmó que mi padre le salvó la vida a un guardia, quien luego le ayudó a escapar, dando la espalda en un momento decisivo.

– Con los perseguidores pisándole los talones -continuó Nélida-, fue a ver a su esposa, para estar con ella por última vez en este mundo. Estaba seguro de que sería atrapado y muerto. Durante aquel abrazo apasionado de vida y muerte, tu madre quedó embarazada de ti. Te fueron trasmitidos el intenso temor y la pasión por la vida que tu padre estaba sintiendo. Por consiguiente, naciste inquieta, ingobernable y con una gran pasión por la libertad.

Apenas escuché sus palabras. Me pasmó a tal grado lo que me estaba revelando que me zumbaron los oídos y perdí la fuerza en las rodillas. Tuve que apoyarme en el tronco de un árbol para evitar caerme. Antes de que pudiera decir algo, ella continuó.

– La razón por la que tu madre era tan infeliz y en secreto despreciaba a tu padre fue porque él usó, para pagar por sus errores, la herencia que la familia de ella le dejó. El dinero se les acabó y tuvieron que abandonar Sudáfrica antes de que tú nacieras.

– ¿Cómo es posible que usted sepa cosas acerca de mis padres que ni siquiera yo tengo claras? -pregunté.

Nélida sonrió.

– Sé esas cosas porque soy responsable de ti -replicó.

Otra vez sentí que me recorría una punzada de temor, haciéndome temblar. En vista de que Nélida estaba enterada de los secretos de mis padres, temía que también supiera cosas acerca de mí. Siempre me había creído a salvo, escondida en la inexpugnable fortaleza de mi subjetividad. Viví arrullada por una falsa sensación de seguridad, convencida de que mis sentimientos, pensamientos y acciones no importaban mientras los mantuviese ocultos, mientras nadie estuviese enterado de ellos. Pero ahora resultaba obvio que esa mujer disponía de acceso a mi ser interior. Sentí la desesperada necesidad de reafirmar mi posición.

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