Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Clara explicó que dicho proceso, en el caso ideal, asegura que la mujer alimenta energéticamente a su hombre, a través de los filamentos depositados por él en su cuerpo, de modo que el hombre desarrolla una misteriosa dependencia hacia ella en un nivel etéreo. Esto se manifiesta en la conducta patente del hombre, al regresar una y otra vez con la misma mujer, a fin de conservar su fuente de subsistencia. De esta manera, afirmó Clara, la naturaleza asegura que los hombres, además del impulso inmediato de la gratificación sexual, establezcan lazos más permanentes con las mujeres.

– Las fibras de energía depositadas en las matrices de las mujeres también se funden con la composición energética de la prole, en caso de que ocurra la concepción -profundizó Clara-. Posiblemente se trate de los rudimentos de los lazos familiares, porque la energía del padre se funde con la del feto y permite al hombre sentir que el hijo es suyo. Estos son algunos de los hechos de la vida que una madre nunca cuenta a su hija, simplemente porque no los sabe. A las mujeres se les educa para ser fácilmente seducidas por los hombres, sin tener la menor idea de las consecuencias del coito, en términos de la pérdida de energía que produce en ellas. De eso se trata y eso es lo que es injusto.

Al escuchar hablar a Clara, tuve que admitir que una parte de lo que decía tenía sentido para mí en un recóndito nivel corporal. Me instó a no aceptar o rechazar su argumento simplemente, sino a meditarlo a fondo y a evaluar lo dicho por ella de manera valiente, sin prejuicios e inteligentemente.

– Es ya bastante malo que un hombre deje líneas de energía en el cuerpo de una mujer -prosiguió Clara-, aunque es necesario para tener prole y para asegurar la supervivencia de ésta. Pero llevar dentro las líneas de energía de diez o veinte hombres, alimentándose de su luminosidad, es más de lo que cualquiera puede soportar. Con razón las mujeres no consiguen nunca levantar la cabeza.

– ¿Puede una mujer deshacerse de esas líneas? -pregunté, cada vez más convencida de que había algo de verdad en lo que Clara decía.

– Una mujer carga esos gusanos luminosos por siete años -indicó Clara-; después de este tiempo, desaparecen o se desvanecen. Pero lo más funesto es que, cuando los siete años están a punto de cumplirse, todo el ejército de gusanos, desde el primer hombre que tuvo una mujer hasta el último, empieza a agitarse al mismo tiempo, de modo que la mujer se siente impulsada a tener relaciones sexuales de nuevo. Entonces todos los gusanos vuelven a la vida con más fuerza que nunca, a fin de alimentarse con la energía luminosa de la mujer durante otros siete años. En verdad es un ciclo sin fin.

– ¿Y si la mujer es célibe? -pregunté-. ¿Los gusanos se extinguen sin más?

– Sí, si logra resistirse al sexo por siete años. Pero es casi imposible para una mujer guardar este tipo de celibato en nuestra época, a menos que se haga monja o tenga el dinero suficiente para mantenerse. E incluso en estos casos requiere una forma de pensar totalmente distinta.

– ¿Por qué es eso, Clara?

– Porque no sólo constituye un imperativo biológico que las mujeres tengan relaciones sexuales, sino también un mandato social.

Entonces Clara me dio un ejemplo sumamente desconcertante y perturbador. Según afirmó, puesto que somos incapaces de ver el flujo de energía, es posible que sin necesidad estemos perpetuando patrones de comportamiento o interpretaciones emocionales relacionados con dicho flujo invisible de energía. Por ejemplo, es equivocada la exigencia social de que las mujeres se casen o al menos se ofrezcan a los hombres, así como también es equivocado que las mujeres no se sientan realizadas a menos de tener el semen de un hombre dentro de ellas. Es cierto que las líneas de energía de un hombre les otorgan un propósito y las obligan a cumplir con sus destinos biológicos: alimentar a los hombres y a su prole. Pero los seres humanos son lo bastante inteligentes como para exigirse algo más que sólo cumplir con el imperativo de la reproducción. Afirmó que evolucionar, por ejemplo, representa un imperativo igual en importancia, si no es que mayor, que reproducirse; y que, en este caso, evolucionar implica despertar a las mujeres a que vean su verdadero papel en el esquema energético de la reproducción.

Entonces pasó a un nivel personal y señaló que yo, al igual que todas las mujeres, fui educada por una madre que consideraba como su función principal educarme para que hallara a un marido conveniente y no sufriera el estigma de ser una solterona. En realidad fui criada, como un animal, para tener relaciones sexuales, sea cual fuera el nombre que mi madre eligió darle.

– Tú, al igual que todas las mujeres, has sido engañada y obligada a someterte -declaró Clara-. Y lo más triste es que te encuentras atrapada dentro de este patrón, aunque no pienses procrear.

Sus aseveraciones eran tan inquietantes que me reí de los puros nervios. Clara no se perturbó en absoluto.

– Quizá todo esto sea verdad, Clara -dije, esforzándome por no sonar condescendiente-. Pero en mi caso, ¿qué cambiará con ponerme a recordar el pasado? ¿No está todo ya hecho y punto?

– Sólo puedo decirte que para despertar debes romper un círculo vicioso -replicó, mientras sus ojos verdes me escudriñaban en forma curiosa.

Reiteré que no creía sus teorías acerca de diabólicos imperativos biológicos ni hombres vampirescos que sangraban la energía de las mujeres, y argumenté que el simple sentarme en una cueva a recordar no cambiaría nada.

– Hay ciertas cosas en las que sencillamente no quiero volver a pensar nunca -dije bruscamente y di un puñetazo a la mesa de la cocina. Me puse de pie, dispuesta a irme, y le informé que no quería saber nada más sobre la recapitulación, la lista de nombres ni ningún imperativo biológico.

– Hagamos un trato -sugirió Clara, con el aire de un comerciante disponiéndose a defraudar a un cliente-. Eres una persona justa; te gusta ser honorable. Propongo que lleguemos a un acuerdo.

– ¿Qué clase de acuerdo? -pregunté con creciente inquietud.

Arrancó una hoja del cuaderno y me la entregó.

– Quiero que redactes y firmes una garantía promisoria declarando que intentarás el ejercicio de recapitulación durante un mes solamente. Si al cabo de un mes no percibes ningún incremento en tu energía ni mejoría alguna en tus sentimientos hacia ti misma o hacia la vida en general, estarás en libertad para regresar a tu hogar, dondequiera que eso esté. Si tal resulta ser tu caso, simplemente podrás descartar toda la experiencia como la petición extravagante de una mujer excéntrica.

Me senté nuevamente para calmarme. Al tomar unos sorbos de té, se me ocurrió que era lo menos que podía hacer, después de todas las molestias que Clara se había tomado conmigo. Además, era obvio que no iba a dejarme ir tan fácil. Podría fingir, simplemente, que estaba recapitulando mis recuerdos. Al fin y al cabo, ¿quién iba a saber si en la cueva me dedicaba a representarme las escenas y respirar o si sólo soñaba despierta o me echaba una siesta?

– Sólo es por un mes -insistió con sinceridad-. No estarás vendiendo tu vida. Créeme, realmente trato de ayudarte.

– Ya lo sé -dije-. Pero ¿por qué te molestas en hacer todo esto por mí? ¿Por qué yo, Clara?

– Hay una razón -replicó-, pero es tan descabellada que no puedo revelártela ahora. Lo único que puedo decirte es que al ayudarte estoy cumpliendo con un propósito digno: pagando una deuda. ¿Aceptarás mi pago de una deuda como una razón?

Clara fijó en mí una mirada tan esperanzada que tomé el lápiz para escribir la promesa, repasando las palabras deliberadamente para que no hubiese confusión acerca del plazo de un mes. Regateó conmigo para que en ese mes no incluyera el tiempo que requiriese para hacer la lista de nombres. Accedí y agregué un apéndice en este sentido; a continuación y a pesar de lo que me decía mi propio juicio, firmé.

14
{"b":"81645","o":1}