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– Era hermoso -asintió Leo.

– Sí; pero lo cierto es que el lugar perdió todo su encanto desde que se marchó usted, Leo. ¿Sabe usted? Era el enfermo más simpático de todo el sanatorio, y todo el mundo le admiraba. ¡Oh, sólo platónicamente, querida, si esto la preocupa! -añadió sonriendo a Kira.

– ¡Oh, claro! -dijo ésta.

– Leo ha sido muy amable y me ha ayudado a estudiar el francés que estaba perfeccionando. Naturalmente, lo aprendí de pequeña, pero, por desgracia, los medios de mi familia no me permitieron alcanzar la perfección que deseaba… ¡y es un alivio tan grande encontrar a una persona como Leo, en estos tiempos! ¡Tiene usted que perdonarme, Leo! Tal vez soy una visitante inoportuna, lo reconozco, pero será excesivo pretender que una mujer renuncie a una amistad tan atractiva en una ciudad donde son tan escasas las personas de valía.

– De ningún modo, Tonia; estoy encantado de que se haya usted tomado la molestia de buscarme.

– ¡Ah, la gente de aquí! Conozco a mucha. Una les encuentra, habla con ellos, les estrecha la mano. Pero ¿qué significa todo ello? Nada. Nada más que un gesto inútil. ¿Quién hay entre todas estas personas que conozca el valor profundo del espíritu, aquella misteriosa llama interior que es el verdadero sentido de nuestra vida?

La ligera sonrisa de Leo no era precisamente de comprensión, pero le contestó amablemente:

– Si estos tiempos lo permitieran, podría intentarse olvidar estas preocupaciones en alguna actividad interesante. -¡Qué verdad tan profunda! Naturalmente, la mujer intelectual moderna es orgánicamente incapaz de permanecer inactiva. Tengo un programa tremendo para este invierno. Me propongo estudiar el antiguo Egipto.

– ¿Cómo? -preguntó Kira. -El antiguo Egipto -repitió Antonina Pavlovna-, quiero captar su espíritu en toda su integridad. Un lazo misterioso con el presente que nosotros los modernos no apreciamos enteramente. Estoy segura de que en precedentes encarnaciones… ¿no le interesa la filosofía, Leo?

– Francamente, no; no me ha interesado jamás. -Aprecio su punto de vista, naturalmente. Pero yo la he estudiado a fondo y he dedicado a ella muchos de mis pensamientos. Hay en ella una verdad trascendental, una explicación de muchos de los fenómenos complicados de nuestra existencia. Naturalmente, yo tengo uno de esos caracteres propensos al misticismo. Pero no deben ustedes juzgarme anticuada por ello, ni tienen que asombrarse de que estudie también Economía Política.

– ¿Usted, Tonia? ¿Y para qué?

– Hay que ponerse al unísono con los tiempos, ¿comprenden? Para criticar hay que comprender. Y a mí me parece enormemente interesante. Hay cierto romanticismo especial en el trabajo, el comercio, las máquinas. A propósito, ¿ha leído usted el último libro de poesías de Valentina Sirkina?

– No; no lo he leído.

– Verdaderamente delicioso. ¡Una profundidad de emoción! Y, sin embargo, ¡tan completamente moderno… tan esencialmente moderno! Hay unos versos sobre… ¿cómo dice? Sobre "mi corazón que es como el amianto y permanece frío en la ardiente hoguera de mis emocioTies", o algo parecido… Es realmente soberbio.

– He de reconocer que no he seguido a los nuevos poetas. -Se lo traeré, Leo. Sé que lo comprenderá usted y que le gustará. Y estoy segura de que también Kira Argounova lo encontrará muy hermoso.

– Gracias -dijo Kira-, pero nunca leo poesías.

– ¿De veras? ¡Qué raro! Pero sin duda le gustará la música.

– Los fox-trots -dijo Kira.

– ¿De veras? -y Antonina Pavlovna sonrió con condescendencia.

Cuando sonreía, su barbilla avanzaba todavía más, en la misma medida en que retrocedía su frente; se le entornaban los ojos como si fuera miope y los labios se abrían lentamente, como independientemente de su voluntad.

– A propósito de música -dijo volviéndose de nuevo hacia Leo, -hay otro punto interesante en mi programa invernal. He logrado que Koko me prometiera un palco para todos los conciertos de la Filarmónica del Estado. ¡Pobre Koko! En el fondo es realmente un artista, pero temo que su desgraciada educación primaria no le puso en condiciones de apreciar la música sinfónica. Probablemente estaré sola en mi palco. A menos que quisiera usted compartirlo conmigo, Leo… y usted también, naturalmente, Kira Alexandrovna.

Sonrió a Kira y se volvió de nuevo a mirar a Leo.

– Gracias, Tonia -dijo éste sonriendo-, pero temo que no tendremos mucho tiempo disponible este invierno.

– Leo, querido -y abrió los brazos en un amplio gesto de simpatía-, ¿cree usted que no me hago cargo? Su posición financiera es… ¡ah!, estos tiempos no son para hombres como usted. Pero aun así, no hay que desanimarse. Con mis relaciones… Koko no puede negarme nada. Sintió mucho verme partir a Crimea, ¡y me echó tanto de menos! No pueden creer lo contento que se puso al volver a verme. No me querría más si fuera mi marido: seguro que ni siquiera me querría tanto. El matrimonio es un prejuicio pasado de moda… ya lo sabe usted… -y sonrió a Kira.

– Estoy seguro de que Crimea ha contribuido mucho a su salud -se apresuró a decir fríamente Leo.

– ¡Ah! No hay nada en Rusia comparable a aquello. ¡Cielo de terciopelo, estrellas de brillantes, el mar, aquel divino claro de luna…! ¿Sabe usted? Siempre me extrañó que pudiera usted permanecer tan indiferente a aquel mágico encanto. Le creí antirromántico. Naturalmente, ahora comprendo la razón.

Miró rápidamente a Kira. La mirada se le heló como si los ojos de Kira la hubieran recogido y sujetado. Luego los labios de Antonina Pavlovna se entreabrieron en una fría sonrisa y se volvió suspirando.

– Ustedes, los hombres, son unas criaturas muy raras. El comprenderles es una verdadera ciencia y constituye el primer deber de una mujer. Por mi parte la he aprendido en la más amarga escuela de la experiencia -y suspiró profundamente, encogiéndose de hombros-. He conocido a los heroicos oficiales del Ejército Blanco, he conocido a feroces y brutales comisarios… -y rió con una risa estridente-. Lo confieso abiertamente. Y ¿por qué no? Todos nosotros somos modernos. He conocido a muchas personas que no me han comprendido. Pero no me importa: se lo perdono. Ya saben ustedes: Noblesse oblige.

Mientras hablaban, Kira se había sentado en el brazo de un sillón, contemplando los tacones de sus viejas zapatillas y estudiándose las uñas. El cielo, al otro lado de las ventanas, era ya oscuro cuando Antonina Pavlovna miró su reloj de pulsera montado en brillantes y agitó sus cortas manos.

– ¡Oh, qué tarde es ya! Ha sido tan delicioso que no me di cuenta de cómo pasó el tiempo. Tengo que correr a casa. Koko estará probablemente preocupado por mí. ¡Pobre Koko! Abrió su bolso, sacó un espejito y, sosteniéndolo delicadamente entre sus dedos se estudió cuidadosamente la cara, entornando los ojos. Tomó un frasquito escarlata con un pincelito y se pintó una mancha roja en los labios.

– Es algo delicioso -explicó enseñando el frasquito a Kira-, infinitamente mejor que todos los lápices. Veo que no emplea usted mucho colorete, Kira Argounova. Pero se lo recomiendo. De mujer a mujer, le diré que no hay que descuidar nunca el aspecto exterior… especialmente… -rió con aire amistoso y confidencial- cuando se tiene una propiedad tan valiosa.

– Gracias -dijo Kira-, agradezco su interés.

Ya en la puerta, Antonina Pavlovna se dirigió a Leo. -No se preocupe usted por este invierno, Leo. Con mis relaciones… Koko, naturalmente, conoce a los principales… me daría miedo murmurar los nombres de las personas que conoce. Y, naturalmente… yo hago de Koko cuanto quiero. Tiene usted que conocerle, Leo. Podremos hacer mucho por usted. Ha de procurar que un magnífico joven como usted no se pierda en este pantano soviético.

– Gracias, Tonia, aprecio su oferta, pero espero que no me hallaré por completo sin recursos.

– ¿A qué se dedica exactamente? -preguntó Kira.

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