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Aunque su interés por la geografía jamás se apagó con los años, le inspiró otra área de interés de la que disfrutaba enormemente: accidentes y desastres. Todos los días repasaba la prensa sensacionalista. Accidentes de coche, asesinatos en serie, huracanes, terremotos, incendios e inundaciones, enfermedades terminales, enfermedades infecciosas y virus desconocidos… Feride lo leía todo con gran detenimiento. Su memoria selectiva absorbía calamidades locales, nacionales e internacionales para poder transmitírselas a los demás cuando menos lo esperaban. Nunca necesitó mucho tiempo para ensombrecer cualquier conversación, puesto que ya de nacimiento estaba inclinada a detectar la negrura en cada anécdota y a crearla cuando no la había.

Pero sus noticias no perturbaban a nadie, puesto que ya hacía mucho que habían renunciado a darle crédito. Su familia había dado con la forma de tratar la locura: confundirla con la falta de credibilidad.

A Feride le diagnosticaron una «úlcera de estrés», un diagnóstico que nadie de la familia se tomó en serio porque el «estrés» se había convertido en una especie de catástrofe general. En cuanto se introdujo en la cultura turca, la palabra «estrés» fue recibida con tal euforia por los estambulíes que por toda la ciudad surgían pacientes de estrés como setas. Feride había viajado constantemente de una enfermedad relacionada con el estrés a otra, sorprendida al descubrir la inmensidad de aquel territorio, puesto que no parecía haber absolutamente nada que no pudiera relacionarse con el estrés. Después anduvo merodeando en torno al desorden obsesivo-compulsivo, la amnesia disociativa y la depresión psicótica. En otra ocasión logró envenenarse y le diagnosticaron intoxicación por dulcamara, el nombre de todas sus enfermedades que más le entusiasmaba.

En cada etapa de su viaje a la demencia, Feride se cambiaba el color y el corte del pelo, de manera que al cabo de un tiempo los médicos, en sus esfuerzos por ir siguiendo los cambios en su psicología, comenzaron a confeccionar una tabla de estilos. Pelo corto, media melena, muy largo y, una vez, totalmente afeitado; de punta, liso, cardado y en trenzas; con toneladas de gomina, gel, cera o espuma; adornado con gorros, broches o cintas; cortado a lo punky, recogido en moños de bailarina, con mechas y teñido de todos los colores posibles, cada uno de los estilos había sido un fugaz episodio mientras que su enfermedad permanecía firme y fija.

Después de un largo período de «grave desorden depresivo», Feride había evolucionado a «borderline», un término interpretado con bastante arbitrariedad por los miembros de la familia Kazancı. Su madre interpretaba la palabra border, «frontera» en inglés, como un problema relacionado con la policía, los oficiales de aduanas y la ilegalidad, de modo que veía a un «delincuente extranjero» en la persona de Feride, y, por lo tanto, sospechaba cada vez más de aquella hija loca en la que, para empezar, no había confiado nunca. En marcado contraste, para las hermanas de Feride el concepto de «border» invocaba principalmente la idea de borde, y la idea de borde invocaba la imagen de un precipicio mortal. De manera que durante un tiempo la trataron con infinito cuidado, como si fuera una sonámbula andando por una tapia de muchos metros a punto de caerse en cualquier momento. A Petite-Ma, sin embargo, la palabra «border» le sugería las estilizadas líneas de una celosía, y observaba a su nieta con profundo interés y simpatía.

Feride había emigrado recientemente a otro diagnóstico que nadie era capaz de pronunciar, y mucho menos de interpretar: «esquizofrenia hebefrénica». Desde entonces permanecía fiel a su nueva nomenclatura, como contenta al fin de lograr la clarificación nominal que tanto necesitaba. Fuera cual fuese el diagnóstico, vivía de acuerdo con las reglas de su propio país de fantasía, fuera del cual jamás ponía el pie.

Pero aquel primer viernes de julio, Zeliha no prestó atención alguna al renombrado desagrado de su hermana por los médicos. En cuanto empezó a comer se dio cuenta del hambre que había pasado todo el día. Se zampó casi mecánicamente un trozo de çörek, se echó un vaso de ayran, se sirvió otro dolma verde y lanzó la noticia que crecía dentro de ella:

– Hoy he ido al ginecólogo…

– ¡Al ginecólogo! -repitió Feride al instante, pero sin añadir ningún comentario específico. Los ginecólogos eran justo el grupo de médicos con el que tenía menos experiencia.

– Hoy he ido al ginecólogo para abortar -completó la frase Zeliha sin mirar a nadie.

Banu dejó caer el ala de pollo y se miró los pies como si tuvieran algo que ver con todo aquello; Cevriye frunció los labios con fuerza; Feride lanzó un chillido y luego, sorprendentemente, una carcajada; su madre se frotó tensa la frente, sintiendo el primer aura de una terrible jaqueca; y Petite-Ma… bueno, Petite-Ma siguió comiéndose su sopa de yogur. Tal vez porque se había quedado bastante sorda en el transcurso de los últimos meses, o tal vez porque sufría las primeras fases de la demencia senil. O quizá sencillamente pensó que la noticia no era motivo de aspaviento alguno. Con Petite-Ma nunca se sabía.

– ¿Cómo has podido asesinar a tu hijo? -preguntó Cevriye pasmada.

– No es un niño -declaró Zeliha indiferente-. En esta etapa se podría decir que es más bien un granito. ¡Eso sería más científico!

– ¡Científico! ¡Tú no eres científica, lo que pasa es que no tienes sentimientos! -Cevriye se echó a llorar-. ¡No tienes sentimientos! ¡Eso es lo que pasa!

– Bueno, pues entonces tengo buenas noticias. No lo he matado… la he matado… ¡Es igual! -Zeliha se volvió con calma hacia su hermana-. No es que no quisiera. ¡Sí quería! Quería abortar el grano ese, pero no sé por qué, no lo hice.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Banu.

Zeliha no quiso perder la calma.

– Alá me mandó un mensaje -declaró sin expresión, sabiendo que era un error decir aquello en una familia como la suya, pero diciéndolo de todas formas-. En fin, que ahí estoy tumbada con un médico y una enfermera a cada lado. En unos minutos empezará la operación y se acabó el niño. ¡Para siempre! Pero entonces, justo cuando me voy a quedar dormida en la mesa de operaciones, oigo la oración de la tarde en una mezquita cercana… La oración es suave como el terciopelo. Envuelve todo mi cuerpo. Y de pronto, en cuanto termina la oración, oigo un murmullo, como si me susurraran al oído: «¡No matarás a este niño!».

Cevriye dio un respingo, Feride tosió nerviosa en su servilleta, Banu tragó saliva y Gülsüm frunció el entrecejo. Solo Petite-Ma permaneció alejada, en una tierra mejor, aguardando obedientemente a que llegara el siguiente plato después de la sopa.

– Y entonces… -prosiguió Zeliha-, la misteriosa voz siguió diciendo: «¡Uuuuuh, Zeliha! ¡Uuuuuuh! ¡Tú, la réproba de la recta familia Kazancı! ¡Deja vivir a este niño! Todavía no lo sabes, pero este niño será un líder. ¡Este niño será rey!

– ¡Eso no puede ser! -interrumpió la profesora Cevriye, sin dejar pasar la oportunidad de demostrar sus conocimientos-. Ya no hay reyes, somos una nación moderna.

– ¡Oooooh, pecadora, este niño reinará! -prosiguió Zeliha, fingiendo no haber oído la lección-. No solo en este país, no solo en todo Oriente Próximo y los Balcanes, sino que el mundo entero conocerá su nombre. ¡Este hijo tuyo dirigirá a las masas y traerá paz y justicia a la humanidad!

Zeliha se interrumpió y lanzó un suspiro.

– En fin, ¡buenas noticias, familia! ¡El niño sigue dentro de mí! Pronto pondremos otro plato en esta mesa.

– ¡Un bastardo! -exclamó Gülsüm-. Quieres que una criatura nacida fuera del matrimonio, ¡un bastardo!, sea un miembro de esta familia.

El efecto de aquella palabra se extendió como las ondas que forma una piedra caída en aguas tranquilas.

– ¡Eres una vergüenza! ¡No has hecho más que traer la vergüenza a esta familia! -La cara de Gülsüm estaba desencajada por la ira-. Con ese piercing en la nariz… Y el maquillaje y esas asquerosas minifaldas, ah, ¡y esos tacones! Eso te pasa por vestirte como… como una puta. Deberías dar gracias a Alá noche y día, deberías agradecer que no haya hombres en esta familia, porque te habrían matado.

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