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Agua

Voy a decirles que bajen eso? -preguntó la tía Feride. Estaba delante de la habitación de las chicas con la vista clavada en el pomo.

– ¡Ay, déjalas en paz! -exclamó la tía Zeliha desde el sillón donde se había dejado caer-. Han bebido un poco, y cuando la gente está un poco alegre pone la música alta. -Y para dejarlo claro repitió-: ¡ALTA!

– ¡Han bebido! -bramó la abuela Gülsüm-. ¿Y cómo es que han bebido? ¿Es que no te basta con ser siempre la vergüenza de la familia? Mira qué falda llevas. ¡Los trapos de la cocina son más largos que tu falda! Eres madre soltera, una divorciada. ¡Escúchame bien! No he visto jamás una divorciada con un aro en la nariz. ¡Debería darte vergüenza, Zeliha!

La tía Zeliha alzó la cabeza del cojín al que se abrazaba.

– Mamá, para ser una divorciada tendría que haberme casado primero. No tergiverses las cosas. A mí no pueden llamarme «divorciada» ni «abandonada» ni ninguno de esos peliagudos términos de tu vocabulario reservados para mujeres desafortunadas. Tu hija es una pecadora que lleva minifaldas y le encanta el aro en la nariz y quiere a la niña que tuvo fuera del matrimonio. ¡Te guste o no te guste!

– ¿No te basta con haber malcriado a tu hija y haberla obligado a beber? ¿Por qué has tenido que hacer que beba también la pobre invitada? Mustafa es el responsable de ella. Esa muchacha es la invitada de tu hermano en esta casa. ¡Cómo te atreves a pervertirla!

– ¡Responsabilidad de mi hermano! ¡Sí, vamos! -La tía Zeliha lanzó una risa triste y cerró los ojos.

Mientras tanto, en la habitación de las chicas sonaba Johnny Cash a todo volumen. Ellas estaban sentadas a la mesa mirando la pantalla del ordenador, Sultan Quinto acurrucado entre ellas con los ojos medio cerrados. Las chicas estaban tan absortas en internet que no oyeron la discusión. Armanoush acababa de entrar en el Café Constantinopolis, decidida esta vez a que Asya entrara con ella.

¡Hola a todos! ¿No habéis echado de menos a Madame Mi Alma Exiliada? -tecleó.

Nuestra reportera de Estambul ha vuelto. ¿Dónde estabas? ¿Te han devorado los turcos? -escribió Anti-Javurma.

Bueno, uno de los devoradores está conmigo ahora mismo. Os quiero presentar a una amiga turca.

Se produjo una pausa.

Tiene un apodo, por supuesto: Una Chica Llamada Turca.

¿Eso qué es? -no pudo evitar preguntar Alex el Estoico.

Es una reinterpretación del título de una canción de Johnny Cash. Pero bueno, se lo puedes preguntar tú mismo. Aquí está. Querido Café Constantinopolis, os presento a Una Chica Llamada Turca. Una Chica Llamada Turca, aquí el Café Constantinopolis.

¡Hola! Saludos desde Estambul -comenzó Asya.

No hubo respuesta.

Espero que la próxima vez vengáis a Estambul con Arman… -Asya solo se dio cuenta de su error cuando Armanoush le dio una palmada en la mano-… Con Madame Mi Alma Exiliada.

Ah, gracias, pero francamente no tengo ganas de hacer turismo por un país que ha causado tanto sufrimiento a mi familia. -Era de nuevo Anti-Javurma.

Ahora le tocó a Asya quedarse parada.

Oye, no nos malinterpretes, no tenemos nada contra ti, ¿vale? -terció Triste Convivencia-. Seguro que la ciudad es bonita y agradable, pero la verdad es que no nos fiamos de los turcos. Mesrop se agitaría en su tumba si, Aramazt no lo quiera, olvidara mi pasado sin más.

– ¿Quién es Mesrop? -preguntó Asya a Armanoush con apenas un hilo de voz, como si pudieran oírla.

Bueno, vamos a empezar con lo básico. Los hechos. Si podemos aclarar los hechos, podremos hablar de otras cosas -decretó Lady Pavo Real/Siramark-. Primero, esto del viaje turístico a Estambul. Las magníficas mezquitas que enseñáis hoy a los turistas, ¿qué arquitecto las construyó? ¡Sinan! Proyectó palacios, hospitales, hoteles, acueductos… Vosotros explotáis la inteligencia de Sinan y luego negáis que era armenio.

No sé quién era -escribió Asya, perpleja-. Pero Sinan es un nombre turco.

Bueno, es que se os da muy bien turquificar los nombres de las minorías -replicó Anti-Javurma.

Vale, ya entiendo lo que dices. Es verdad que la historia nacional turca se basa en la censura, pero como la historia nacional de cualquier país. Las naciones crean sus propios mitos y luego se los creen. -Asya alzó la cabeza, cuadró los hombros y prosiguió-: En Turquía hay turcos, kurdos, circasianos, georgianos, pontios, judíos, abazas, griegos… Me parece demasiado simplista y peligroso hacer esa clase de generalizaciones. No somos bárbaros brutales. Además, muchos intelectuales que han estudiado la cultura otomana os dirán que fue una gran cultura en muchos aspectos. La década de 1910 fue especialmente difícil, pero las cosas ya no son igual que hace cien años.

Lady Pavo Real/Siramark replicó al instante:

Yo no creo que los turcos hayan cambiado en nada. De lo contrario, habrían reconocido el genocidio.

«Genocidio» es un término peliagudo -escribió Una Chica Llamada Turca-. Implica un exterminio sistemático, bien organizado y con una ideología detrás, y la verdad, no estoy segura de que el Estado otomano fuera así en aquella época. Sí reconozco la injusticia que se cometió contra los armenios. No soy historiadora y tengo un conocimiento muy limitado y parcial, pero vosotros también.

Pues mira, ahí está la diferencia. Al opresor no le sirve de nada el pasado, pero el oprimido es lo único que tiene -comentó la Hija de Safo.

Sin conocer la historia de tu padre, ¿cómo puedes aspirar a crear tu propia historia? -añadió Lady Pavo Real/Siramark.

Armanoush sonrió para sus adentros. De momento todo iba tal como había imaginado. Excepto por el Barón Baghdassarian, que todavía no había dicho nada.

Mientras tanto Asya, con la vista todavía fija en la pantalla, contestaba:

Reconozco vuestra pérdida y vuestro dolor. No niego las atrocidades cometidas. De lo que huyo es de mi propio pasado. No sé quién es mi padre ni cuál es su historia. Si tuviera ocasión de conocer mi pasado, aunque fuera triste, ¿elegiría saberlo o no saberlo? Es el dilema de mi vida.

Estás llena de contradicciones -replicó Anti-Javurma.

¡Eso a Johnny Cash no le importaría! -terció Madame Mi Alma Exiliada.

Decidme, ¿qué puedo hacer yo, como una turca cualquiera de hoy, para aliviar vuestro dolor?

Hasta ahora ningún turco les había hecho esta pregunta a los armenios del Café Constantinopolis. Antes habían tenido dos visitantes turcos, ambos acalorados jóvenes nacionalistas que aparecieron de pronto con la aparente intención de demostrar que los turcos no habían hecho nada malo a los armenios, sino que fueron los armenios quienes se rebelaron contra el régimen otomano y mataron a los turcos. Uno de ellos había llegado incluso a sostener que si el régimen otomano hubiera sido tan atroz como decían, ahora no quedarían armenios para hablar de todo eso. El hecho de que hubiera tantos armenios hablando mal de los turcos era un claro indicio de que los otomanos no los habían perseguido.

Hasta ahora la relación del Café Constantinopolis con los turcos había consistido básicamente en un airado intercambio de difamaciones y soliloquios. Esta vez el tono era radicalmente distinto.

Tu gobierno podría pedir perdón -sugirió Triste Convivencia.

¿Mi gobierno? Yo no tengo nada que ver con el gobierno -escribió Asya, pensando en el Dibujante Dipsómano, perseguido por dibujar al primer ministro como un pingüino-. ¡Oye, que yo soy nihilista! -Estuvo a punto de mencionar su manifiesto personal de nihilismo.

Pues podrías pedir perdón tú misma -se entrometió Anti-Javurma.

¿Tú quieres que pida perdón por algo con lo que no tengo nada que ver?

– Tú lo has dicho -apuntó Lady Pavo Real/Siramark-. Todos nacemos en un tiempo continuo, y el pasado sigue viviendo en el presente. Venimos de una estirpe familiar, de una cultura, de una nación. ¿O me vas a decir que el pasado, pasado está?

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