Desde luego que no -añadió Penosa Convivencia-. ¿Tiene corazón?
Desde luego que sí. Quiere a mi madre, y mi madre a él -replicó Armanoush. Se dio cuenta de que era la primera vez que reconocía el amor entre su madre y su padrastro, como si los viera a través de otros ojos-. En fin, el caso es que puedo quedarme con su familia. Al fin y al cabo soy su hijastra y supongo que tendrían que aceptarme en su casa. De lo que no tengo ni idea es de cómo me recibirán los turcos corrientes, quiero decir, una familia turca auténtica, no esos intelectuales americanizados.
¿De qué vas a hablar con turcos corrientes? -preguntó Lady Pavo Real/Siramark-. Mira, hasta los que están bien educados son nacionalistas o ignorantes. ¿Tú crees que la gente corriente tendrá algún interés en aceptar verdades históricas? ¿Esperas que digan: «Ay, sí, sentimos haberos aniquilado y deportado, y luego haberlo negado todo alegremente»? ¿Por qué quieres buscarte problemas?
Eso lo entiendo. Pero deberíais intentar comprenderme a mí también -se desanimó de pronto Armanoush. Al revelar un secreto tras otro se le había disparado la sensación de estar sola en este mundo enorme, algo que siempre había sabido pero a lo que todavía, como si esperase el momento propicio, no se había enfrentado-. Todos vosotros habéis nacido en la comunidad armenia y nunca habéis tenido que demostrar que pertenecéis a ella, mientras que yo estoy atrapada en este umbral desde el día que nací, siempre fluctuando entre una orgullosa pero traumatizada familia armenia, y una madre histéricamente antiarmenia. Para poder llegar a ser armenia americana como vosotros, necesito encontrar primero mi naturaleza armenia. Si para eso hace falta viajar al pasado, pienso viajar, por mucho que digan o hagan los turcos.
Pero ¿cómo te van a dejar tu padre y su familia viajar a Turquía? -Era Alex el Estoico, un americano de Boston, de origen griego, que disfrutaba de esta vida mientras hiciera sol y tuviera buena comida y mujeres guapas. Como leal seguidor de Zenón creía que había que hacer lo posible por no forzar los límites de cada cual y estar satisfecho con lo que se tiene-. ¿No crees que tu familia de San Francisco se va a preocupar?
¿Preocupar? Armanoush hizo una mueca al pensar en las caras de sus tías y su abuela. Se iban a morir de preocupación.
No tienen que saber nada, por su propio bien. Se acercan las vacaciones de primavera y puedo pasar los diez días en Estambul. Mi padre pensará que estoy en Arizona con mi madre, y mi madre creerá que sigo aquí en San Francisco. Nunca hablan entre ellos. Y mi padrastro nunca habla con su familia de Estambul, así que nadie se enterará de nada. Será un secreto. -Armanoush miró la pantalla con ojos entornados, como pasmada por lo que acababa de escribir-. Si sigo llamando a mi madre todos los días y a mi padre cada dos o tres, lo tendré todo bajo control.
¡Un plan genial! Podrías enviar informes al café todos los días desde Estambul -sugirió Lady Pavo Real/Siramark.
¡Vaya! Serás nuestra reportera de guerra -se entusiasmó Anti-Javurma. Pero siguió una pausa todavía más larga, nadie se unió a la broma.
Armanoush se reclinó en la silla. En la honda quietud de la noche se oía la serena respiración de su padre y a su abuela dando vueltas en la cama. Notó que su cuerpo se inclinaba hacia un lado, como si una parte de ella ansiara pasar toda la noche en aquella silla para saber qué era el insomnio, mientras que la otra parte quería ir a la cama y caer en un sueño profundo. Masticó el último bocado de manzana, y sintió una descarga de adrenalina al pensar en su arriesgada decisión.
Por fin apagó la lámpara de la mesa; el ordenador emitía una luz nebulosa. Pero justo cuando estaba a punto de salir del Café Constantinopolis, apareció un texto en la pantalla.
Te lleve donde te lleve tu viaje interior, por favor, cuídate, mi querida Madame Mi Alma Exiliada, y no dejes que los turcos te traten mal.
Era el Barón Baghdassarian.
7
Trigo
Llevaba despierta más de dos horas, pero Asya Kazancı seguía en la cama bajo el edredón de plumas, escuchando el guirigay de sonidos que solo se oye en Estambul, mientras componía mentalmente un meticuloso manifiesto personal de nihilismo.
Artículo uno: si no encuentras una razón por la que te guste tu vida, no finjas que te gusta.
Reflexionó sobre esta declaración y decidió que era bastante adecuada para ser la primera línea del manifiesto. Mientras continuaba con el segundo artículo, alguien dio un frenazo en la calle. Al instante se oyó al conductor maldiciendo a voz en cuello a algún peatón que se había echado de pronto a la carretera, atravesando un cruce en diagonal y con el semáforo en rojo. El conductor siguió chillando hasta que el zumbido de la ciudad se tragó su voz.
Artículo dos: la inmensa mayoría de la gente no piensa nunca, y los que piensan nunca son una inmensa mayoría. Elige tu bando.
Artículo tres: si no puedes elegir, limítate a existir; sé un champiñón o una planta.
– ¡No puedo creer que sigas en la misma postura que hace una hora y media! ¿Qué demonios haces en la cama, so vaga?
Era la tía Banu, que se había asomado sin molestarse en llamar primero a la puerta. Esa mañana llevaba un llamativo pañuelo en la cabeza, de un rojo tan deslumbrante que a lo lejos parecía un gigantesco tomate maduro.
– Nos hemos terminado todo un samovar de té mientras esperábamos a la reina. ¡Venga, espabila! ¿No hueles el sucuk a la parrilla? ¿No tienes hambre? -Y cerró la puerta de golpe sin esperar respuesta.
Asya masculló entre dientes mientras se subía el edredón hasta la barbilla y se daba media vuelta.
Artículo cuatro: si no te interesan las respuestas, no preguntes.
En el típico ajetreo de los desayunos de fin de semana se oía el agua cayendo del diminuto grifo del samovar, los siete huevos hirviendo frenéticos en el cazo, las lonchas de sucuk chisporroteando en la parrilla y alguien cambiando constantemente de canal en la televisión, pasando de dibujos animados a videoclips de música pop y de ahí a las noticias locales e internacionales. Asya sabía sin necesidad de verlo que era la abuela Gülsüm quien estaba a cargo del samovar y que la tía Banu preparaba el sucuk, ahora que había recuperado su incomparable apetito tras los cuarenta días de penitencia sufí y se había declarado vidente con gran éxito. Asya sabía también que era la tía Feride la que cambiaba de canal, incapaz de decidirse por ninguno y con sitio suficiente en el vasto territorio de su esquizofrenia para absorberlos todos, dibujos animados y música pop y noticias a la vez, igual que aspiraba a realizar múltiples tareas en la vida sin lograr terminar ninguna.
Artículo cinco: si no tienes motivos o capacidad para conseguir nada, limítate a practicar el arte de llegar a ser.
Artículo seis: si no tienes motivos o capacidad para practicar el arte de llegar a ser, limítate a ser.
– ¡¡Asya!! -La puerta se abrió de golpe y la tía Zeliha irrumpió en la habitación con sus ojos verdes llameando como dos piedras de jade-. ¿Cuántos emisarios tenemos que enviarte para que vengas a desayunar?
Artículo siete: si no tienes motivos o capacidad para ser, limítate a soportar.
– ¡¡¡Asya!!!
– ¡¡¿Qué?!!
La cabeza de Asya apareció de debajo del edredón como una bola de furia rizada y negra. Se levantó de un brinco y dio una patada a las zapatillas color lavanda que había junto a la cama. Falló una, pero la otra logró catapultarla directamente sobre la cómoda, donde golpeó el espejo antes de caer al suelo. Luego se remangó el amplio pantalón del pijama de forma bastante graciosa, lo cual, la verdad sea dicha, no contribuyó demasiado al efecto dramático que quería generar.