La última muralla de resistencia de Quaid se derrumbó. Era verdad: ¡Hauser se había presentado voluntario! Pero, ¿por qué? ¿Por qué traicionar a Melina y…?
– Me gustaría desearte felicidad y una larga vida, muchacho; pero, lamentablemente, eso no va a suceder -continuó Hauser desde la pantalla-. ¿Sabes?, el cuerpo que llevas es el mío y, bueno… -la figura se encogió de hombros como si se disculpara-, quiero que me lo devuelvas.
Quaid estaba helado. Si su identidad actual había sido inventada, entonces podían eliminarla en cualquier momento. ¡El villano Hauser volvería a vivir en él!
– Lamento traicionarte -dijo Hauser-. Pero lo justo es justo, y yo estaba primero. Así que, adiós, amigo, y gracias por no dejar que te mataran. -Sonrió, como un vencedor generoso con su enemigo caído-. ¿Quién sabe? Quizá nos encontremos en nuestros sueños.
El mensaje del videodisco terminó.
Quaid, bajo la presión del fuerte impacto, miró a Melina, ella aparecía tan furiosa como él, comprendiendo al fin la forma en que ambos habían sido traicionados.
Pero aún seguía allí la insistente pregunta: entonces, ¿qué pasaba con el amor que Hauser sentía por Melina? ¿Por qué le habría hecho esto a ella? Y el mensaje de los No'ui…
En ese momento estableció la relación. Hauser sabía que no debía hablarle a Cohaagen acerca de los No'ui, pero, ¿cómo podía evitarlo, ya que trabajaba para Cohaagen? ¿Y sabía que éste atraparía a Melina y la torturaría para que le revelara dónde estaba Kuato? Había necesitado una forma en que salvar a Melina, al tiempo que ocultaba el secreto alienígena. Hasta que encontrara a la gente adecuada a quien revelárselo.
Así, planeó una forma de realizar ambas cosas. ¡Se había presentado voluntario para una misión que no sólo necesitaba que dejaran en paz a Melina, sino que hacía que ella estuviera allí para que Quaid la encontrara, al mismo tiempo que suprimía el mensaje alienígena de su mente! ¡Le presentó a Cohaagen una serie de cosas que hicieron que éste mismo ocultara lo que más anhelaba! Mantenía la esperanza de que Quaid recordara a los No'ui antes de conducir a Cohaagen hasta Kuato. Y casi lo había conseguido.
Casi.
Ahora bien, cuando le devolvieran todos los recuerdos a Hauser, seguro que también descubrirían sus secretos. Resultaba posible realizar un implante de memoria sin leer los recuerdos anteriores; simplemente, se los suprimía. Era algo parecido a grabar un mensaje nuevo en un videodisco usado; a nadie le importaba lo que se borraba. Sin embargo, restaurar la memoria antigua…, para ello tendrían que comprobarla en cada punto, cerciorándose de que era exacta. ¡Ahí no había secretos inviolables!
Cohaagen, una vez barridos los rebeldes, ganaría mucho más de lo que había soñado. Todo debido a que el plan desesperado de Hauser no había funcionado por completo.
¡Maldición!
Lo peor era que Melina jamás sabría lo que Hauser había intentado hacer. Eso, de alguna forma, dolía más que cualquier daño tangible provocado por el fracaso de Hauser.
24 – Huida
A su debido momento, Quaid y Melina fueron sujetos a unos sillones de exámenes en una versión a escala industrial de la clínica de implantes de Rekall. Quaid había esperado una oportunidad para escapar; pero los matones fueron lo bastante cuidadosos como para mantenerlos todo el tiempo con los grilletes. Aunque él mismo hubiera dispuesto de la opción de liberarse, Melina habría seguido siendo una rehén.
¿Y si aceptaba el implante? ¿Existía la posibilidad de que los técnicos pasaran por alto la importancia de lo que estaban manipulando, de modo que Hauser fuera restaurado con su secreto intacto? Lo dudaba; además, el equipo de implantes hacía sonar una alarma si sucedía algo fuera de lo normal, y el mensaje alienígena dispararía un clamor de seis alarmas juntas. Pero, ¿qué podía hacer, inmovilizado como estaba?
Cohaagen observó mientras un doctor y seis ayudantes preparaban el procedimiento de reprogramación. Melina ya tenía colocado un sistema intravenoso en el dorso de la mano. Quaid se resistió y se esforzó por soltarse cuando un técnico le introdujo una aguja en su mano. No era el aguijón momentáneo del pinchazo lo que le molestaba, sino la finalidad de la droga que recorrería su sistema y lo aplacaría para lo que iba a ser la pérdida de su personalidad…, y algo peor.
– Relájate, Quaid -pidió Cohaagen-. Te gustará ser Hauser.
– El tipo es un jodido gilipollas.
En realidad lo había sido hasta un cierto punto: el punto en el que comprendió el amor que sentía por Melina y cuando recibió el mensaje de los No'ui. Luego, intentó todo lo que estaba a su alcance para corregir una vida mal llevada… y, en el proceso, destruyó el Frente de Liberación de Marte. Así que la definición seguía siendo válida.
– Cierto -corroboró Cohaagen-. Pero tiene una casa grande y un Mercedes. Y a ti te gusta Melina, ¿verdad? -Miró a la mujer, que le hizo una mueca, sin apreciar su mirada-. Bueno, pues podrás joderla todas las noches. Se va a convertir en la mujer de Hauser. Y no sólo eso, sino que la reprogramaremos para que sea respetuosa, complaciente y apreciativa…, la forma en que ha de ser una mujer.
Quaid y Melina se miraron con horror. Si hubiera deseado una mujer así se habría sentido satisfecho con Lori, que interpretó su papel a la perfección. Pero, antes incluso de que estropeara sus recuerdos falsos, se había sentido insatisfecho con ella, añorando a Melina. Su gusto iba hacia una mujer de verdad, independiente y valerosa. ¡Si se apartaba de su camino, ella le situaría de nuevo en él en un abrir y cerrar de ojos! La idea de convertir a semejante mujer en una mascota dócil le asustaba. Y ella…, él sabía que no deseaba transformarse en esa clase de puta real, igual que no quería ser una traidora a su causa. Interpretó el papel de puta; pero sólo había sido eso: un papel. ¿Qué le haría a su interior verse encerrada en ese aspecto de su vida? Bien podrían hacerle una lobotomía…, aunque eso se parecía mucho.
Llegó una llamada por el videófono. Respondió un ayudante, luego se volvió hacia Cohaagen:
– Es para usted, señor.
Cohaagen se volvió impaciente hacia la pantalla, donde un nervioso técnico permanecía de pie frente a una pared de diales e indicadores.
– ¿Qué ocurre? -restalló Cohaagen.
– Señor -respondió el técnico-, el nivel de oxígeno está en su límite más bajo en el Sector G. ¿Qué es lo que desea que haga?
– No haga nada -dijo Cohaagen.
– No van a durar ni una hora, señor -indicó el técnico.
Cohaagen pulsó un botón en el videófono, y éste mostró tres rápidas vistas de Venusville. Por todas partes, la gente estaba tendida en el suelo o derrumbada en los portales, con las bocas abiertas, jadeando en busca de un poco de aire. Melina volvió la cabeza hacia un lado, incapaz de mirar, mientras Quaid luchaba furiosamente contra sus ataduras. ¡Tenía que liberarse! ¡Tenía que detener aquella locura!
Cohaagen volvió a conectar con el técnico.
– Entonces, pronto habrá terminado todo -dijo. Cortó la transmisión.
– ¡No seas estúpido, Cohaagen! -gritó Quaid-. ¡Dales a esa gente aire!
– Amigo mío, dentro de cinco minutos a ti no te importará una mierda esa gente. -Cohaagen se volvió hacia el doctor-. Adelante.
El doctor bajó el casco a la cabeza de Melina. Ella intentó apartarla, pero no lo consiguió; estaba atrapada.
Entonces, el doctor se aprestó a bajar el casco de Quaid, momento en el que Richter le interrumpió.
– Eh, perdóneme, Doc, pero…, cuando sea Hauser, ¿recordará algo de esto?
– Nada -le aseguró el doctor.
– Gracias.
Entonces Richter golpeó a Quaid con todas sus fuerzas.
Vio las estrellas. Tendría un ojo amoratado y, quizá, una contusión, aunque el apoyacabezas frenó la mayor parte del impacto. Miró con ojos furiosos a Richter, que le sonrió.