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En un momento, todos estaban riendo. Pronto estaban de pie y bailando de alegría. Salieron bailando a la calle, y otros se les unieron, hombres, mujeres y niños…, formando una loca hilera de conga que se abrió camino en torno a la plaza de Venusville y se adentró por las calles. ¡Había aire! ¡La tiranía del monopolio de Cohaagen sobre el aire había terminado!

Parecía un milagro.

Quaid y Melina bajaron la vista a sus pies. La nieve se derretía a medida que caía al suelo, y éste aparecía mojado y esponjoso. El agua se deslizaba en pequeños riachuelos por el suelo manchado. Habría cierta erosión…, aunque las plantas de los No'ui ya estaban aterrizando. En poco tiempo asentarían sus raíces, reteniendo la tierra, inmovilizándola a su alrededor para convertirla en humus. ¡El Marte Rojo se volvería verde!

Melina se acurrucó entre sus brazos.

– Bueno, señor Quaid, espero que haya disfrutado usted de su viaje a nuestro maravilloso planeta.

– «Disfrutado» no es la palabra -replicó él con cierta hosquedad.

Habían ganado el derecho a mudarse aquí, como pareja y como especie; pero el terrible precio pagado aún estaba fresco en su mente.

– Vamos. ¿Es que no viste el paisaje, no mataste a los tipos malos y salvaste el planeta? -Le sonrió con gesto seductor-. Incluso encontraste a la chica de tus sueños.

Se estaba burlando de él; sin embargo, esas palabras tan familiares le hicieron sentir un escalofrío.

– He tenido un pensamiento terrible -dijo-. ¿Y si esto fuera de verdad un sueño?

– Entonces bésame deprisa -repuso ella con seriedad-. Antes de que te despiertes.

Quaid alejó ese fantasma. Tomó a Melina en sus brazos y la besó apasionadamente. Ya había acabado con los sueños; la realidad era mucho mejor.

Piers Anthony

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