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– ¿De verdad?

Él escudriñó sus ojos acerados. No vio ninguna esperanza en ellos.

¡Maldición! Esto no sólo era una pérdida de información, sino que se trataba de algo personal. Por fin había hallado a la mujer de sus sueños, y ella le odiaba.

Con una sensación de profunda pérdida, retrocedió por la habitación. Cuando hubo cerrado la puerta, Melina abandonó sus intentos de retener las lágrimas. Había sido una estúpida al creer que Hauser la había amado alguna vez.

Él se había unido a la causa rebelde, proclamando que había visto los errores de su anterior forma de actuar y que deseaba ayudar a la gente pobre de Marte a liberarse del yugo de la opresión de Cohaagen. Ella había dudado de su sinceridad desde un principio. Cohaagen debía de tener una opinión muy pobre de los rebeldes para pensar que podía plantar un espía entre ellos tan fácilmente. Nunca había permitido que Hauser se acercara a Kuato.

Sin embargo, había pasado mucho tiempo con Hauser, en su papel de vigilante de la Resistencia, y aunque su mente había seguido manteniendo su desconfianza original, su corazón, al final, la había traicionado. El hombre era inteligente, divertido y magnéticamente atractivo, y había afirmado estar enamorado de ella. Antes de que pudiera detenerse, Melina se había dado cuenta de que ella también se estaba enamorando de él. Ahora se censuró lacrimosamente a sí misma. ¿Cómo había permitido que ocurriera? ¿Una rebelde, enamorada de un espía de la Agencia? Era algo obsceno.

Cuando él había desaparecido, ella había intentado borrarlo de su mente y de su corazón. Había intentado meterlo en un mismo saco con todos los demás secuaces y matones en la nómina de Cohaagen.

Pero había fracasado. Cuando lo vio en el bar, los viejos sentimientos habían aflorado de nuevo. Sabía que él estaba intentando aprovecharse de esos sentimientos. Estaba intentando utilizarla de nuevo con esta ridícula historia de amnesia e implantes de memoria. Era un insulto a su inteligencia, y se resentía amargamente de ello, pero, ¿qué podía hacer? En lo más profundo de su corazón sabía que todavía le quería.

En el salón, Benny recorría con las manos el cuerpo de Mary, que le mantenía a raya con su experiencia, aunque sin verdadera convicción.

– He dicho que estoy disponible, pero no gratis -le recordó.

– No pido nada gratuito, nena -protestó él-. Es algo más parecido a una comisión.

Entonces vio a Quaid bajar por las escaleras con aspecto abatido.

– Más tarde continuaremos con esto -le prometió.

Se apresuró a interceptar a Quaid en la puerta.

– ¡Eh! No le llevó mucho tiempo.

Quaid le hizo una mueca feroz y salió del recinto.

Quaid se metió entre la densa multitud de la plaza, procurando evitar a los soldados, que parecían estar por todas partes. Benny se apresuró a seguirle.

– ¿Lo ha hecho alguna vez con una mutante? -preguntó.

– No.

– Conozco a unas gemelas hermafroditas… -dijo Benny-. Amigo, le aseguro que no sabrá si va o viene.

– No estoy de humor -repuso Quaid. El pensamiento echó sal en la herida. ¡Qué estupendo podría haber sido, debería de haber sido, con Melina! Pero, ¿cómo podía convencerla cuando le resultaba imposible recordar algo de su relación juntos?

Benny seguía aún a sus talones.

– ¿Qué le parece una psíquica? -dijo-. ¿No le gustaría que le leyera una psíquica?

¿Acaso podría decirle cómo arreglar las cosas con Melina? ¡Ni en sueños!

– ¿Dónde está su taxi? -Benny señaló al otro lado de la calle. Quaid suspiró-. Lléveme a mi hotel.

Benny se encogió de hombros mientras abandonaban la oscura cloaca y penetraban en el conducto de tráfico bien soleado. Al menos lo había intentado.

De algún modo, todo ese resplandor no consiguió levantarle el ánimo a Quaid.

18 – Edgemar

Quaid se relajó precavidamente en su habitación del Hotel Hilton. Era un cuarto con una noche especial para turistas, distinta de la noche de Marte. La media hora añadida al día marciano quizá no fuera ningún problema para los trabajadores locales, pero para los turistas recién llegados de la Tierra podía significar la pérdida total de sincronización. De modo que en cada habitación se podía establecer cualquier ritmo y tiempo determinado que deseara su ocupante. Quaid no se había molestado en quitarle el horario que el cliente anterior había fijado. Después de todo, él también era un turista. De ese modo, en la habitación reinaba la noche, mientras que fuera aún no había empezado a anochecer.

Los lacayos de Cohaagen aún no habían venido en su busca. ¿Les había despistado de verdad, o todavía aguardaban el momento en que creyeran que dormía? Después de los varios intentos fallidos para liquidarle, quizás habían aprendido algo de cautela. Lo más probable era que no desearan armar un escándalo en el distrito turístico de Marte. Puede que lograran cogerle; pero, si ello les costaba una mala temporada con los turistas debido a que los viajeros tuvieran miedo de ser asesinados en las habitaciones de sus hoteles, sería un precio muy elevado. Así que, de momento, quizá se encontrara a salvo…, o tal vez no. Por las dudas, adoptaría medidas de precaución para dormir, poniendo un muñeco en la cama mientras él descansaba en otra parte.

Sin embargo, en ese momento su mente no se hallaba concentrada en la supervivencia. Pensaba en Melina. ¿Qué debió haber hecho para que ella le creyera? Ya no tenía ninguna duda de que se trataba de la mujer de su sueño, porque una impostora le habría seguido la corriente, intentando sacarle la mayor información posible mientras, supuestamente, mantenía una relación sexual espontánea con él. Luego haría que los matones le atraparan. Por el contrario, ella le había echado. A pesar de lo doloroso que le resultaba, eso le convenció. Quizá, después de todo, él había actuado bien, porque ahora sabía que podía confiar en ella…, si tan sólo lograba convencerla para que ella confiara en él.

Bueno, dormiría con eso en mente. Quizá volviera a soñar con ella y, en el sueño, ella le explicara cómo podía aproximársele. Mientras tanto, trataría de relajarse. Había comido un montón de barritas de chocolate Mars y unas cuantas vitaminas, con el fin de mantener el equilibrio. No es que fuera un fanático de los dulces; sin embargo, le hacían sentirse cercano a Hauser, lo que le permitía mantener la esperanza de llegar lo más lejos posible en el conocimiento de su personalidad y, de ese modo, tener la posibilidad de recordar algo vital. No era más psicólogo que un asistente social; pero le parecía que, cuanto más se sumergiera en las cosas que se asociaban con Hauser, más probabilidades tenía de activar algún recuerdo adicional que le permitiera adentrarse en el hombre. Algo así podría salvarle la vida, o darle más significado.

Conectó el video. La habitación no tenía una pantalla que abarcara toda una pared, ya que Marte no poseía una gran industria de consumo; no obstante, se acostumbraría a una más pequeña.

Apareció un documental local sobre ¿qué podía ser? Marte. Eran imágenes monótonas de unas rocas negras en el desierto. Eso mismo le había fascinado antes; pero, ahora que se había peleado con Melina, todo lo que no se pareciera a ella le resultaba aburrido.

– La primera evidencia de una presencia alienígena en Marte no fue descubierta hasta transcurridos cuarenta años de la primera expedición tripulada -comentó un locutor-. Cuando la arena vitrificada suministró pruebas de la visita que realizaron viajeros no humanos.

Quaid estaba tendido en su cama, a oscuras, en el cuarto del hotel, bañado por el pálido resplandor azul de la pantalla y el tenue brillo rojo del cielo. Sabía que el programa debería interesarle; sin embargo, la imagen del rostro colérico de Melina cubría lo demás. Con ella a su lado, todo lo referente a Marte resultaba maravilloso; sin ella, el encanto desaparecía.

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