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La gente iba y venía con indiferencia bajo los techos bajos. Una parte importante de la población, si lo visible era típico, mostraba algún tipo de deformación. Quaid sintió un escalofrío.

Todos los edificios se hallaban en un estado lamentable y cubiertos por variadas clases de pintadas. Las casetas psíquicas parecían ser bastante populares. Numerosos carteles con el lema se busca ofrecían recompensas por Kuato y, como los del tren, ninguno mostraba su fotografía. Kuato, el legendario líder del Frente de Liberación de Marte. ¡Quaid comprendió por qué los habitantes de un lugar como éste podían anhelar la liberación! Si depositaban sus esperanzas en una figura inexistente…, bueno, quizás eso fuera mejor que no tener ninguna esperanza.

Algo flotó casi hasta la superficie de su mente; sin embargo, se deslizó antes de que pudiera atraparlo. ¿Acaso él conocía alguna forma de liberar Marte? ¿Liberarlo de qué? El hecho real es que la pobreza era algo endémico; también en la Tierra abundaba. No existía ninguna varita mágica que pudieras agitar para liberar a las pobres masas oprimidas de Marte.

¿O sí existía? Vio que los soldados patrullaban las calles por parejas. La hostilidad que había entre ellos y la gente era palpable. ¿Existía alguna forma de sacar a estas pobres personas del gueto oscuro hacia el lado soleado? ¿Proporcionarles tierras con suficiente luz para todos ellos?

Sacudió la cabeza. Él no era ningún asistente social. Siempre que los domos fueran imprescindibles para hacer viable la atmósfera, la gente corriente sería esclava de aquellos que los construían y controlaban. Era la forma de ser de Marte.

El taxi se acercó al lado de una mujer atractiva con un andar muy sensual… visto desde atrás. Llevaba a un niño pequeño de la mano.

– No está mal, ¿eh? -preguntó Benny.

Quaid tuvo que reconocer que incluso este agujero del infierno tenía sus puntos luminosos. Mientras adelantaban a la mujer, se volvió para mirarla a la cara.

Estaba horriblemente deformada. Su hijo tenía el mismo defecto congénito.

¡La oscuridad y la pobreza no eran los únicos males que los azotaban! Quaid se volvió hacia Benny.

– Dígame, ¿por qué hay tantos…?

– ¿Monstruos? -finalizó Benny por él-. Por culpa de los domos baratos, amigo. Y la falta de aire que sirva como protección contra los rayos.

Oh. No cabía duda de que el material de los domos, si era situado adecuadamente, filtraba la radiación solar dañina al tiempo que dejaba pasar la luz inofensiva. Sin embargo, un domo barato lo dejaba pasar todo. Marte se encontraba más apartado del Sol que la Tierra, de modo que la luz resultaba menos intensa; pero, aun así, seguía teniendo componentes dañinos. En la Tierra, la capa de ozono servía para filtrar casi todos los rayos peligrosos. Surgieron problemas cuando el descuido del hombre eliminó ese ozono, y no se hizo nada hasta que los casos de cáncer de piel se quintuplicaron. Eso, finalmente, atrajo la atención de los políticos, que comenzaron a escuchar a los científicos que llevaban décadas advirtiendo del peligro; entonces se decidieron a poner en práctica programas para recuperar la capa de ozono. Fueron muy caros, y tomaron su tiempo, y aún no se había terminado la tarea; sin embargo, los casos de cáncer empezaban a disminuir. Aquí en Marte, era evidente que se trataba de algo más que el cáncer; era un daño genético. Sufrían una tiranía que ni siquiera un sistema social progresista podía aliviar. Era algo inherente a las condiciones del planeta.

¡Si tan sólo hubiera una respuesta sencilla y universal! Un cambio que solucionara todos los problemas de los desvalidos. Pero ése era un sueño poco piadoso.

El taxi aparcó delante de El Último Reducto. Era un antro siniestro, incluso para los cánones que regían aquí.

– ¿Está seguro de que quiere entrar ahí, amigo? Corre el peligro de pillar alguna enfermedad.

¡Una advertencia lógica! A Quaid no le resultaba muy atractivo el lugar. Aun así, ¿dónde debía buscar, si no en el sitio que apuntaba el confuso mensaje?

Quizá tuviera algún sentido. Si la persona equivocada recibía el sobre, veía el anuncio y venía aquí, en busca del buen rato prometido, llegado a este punto se sentiría asqueado y se marcharía. Pero la persona correcta no se dejaría disuadir. De modo que era una buena forma de enviar un mensaje.

– Sé de una casa mucho mejor en la esquina -ofreció Benny-. Las muchachas son limpias, no se rebajan las bebidas y…

– Y el jefe les da una comisión a los taxistas -terminó Quaid.

Benny le miró con expresión de culpa y una amplia sonrisa. Tenía un buen número de dientes en mal estado y dos fundas de oro, una con el dibujo de una luna creciente, la otra con una estrella.

– Eh, amigo, tengo seis hijos que alimentar.

Quaid le dio una buena propina.

– Llévelos al dentista.

Benny se entusiasmó al contar el dinero. Quaid abrió la puerta y salió. Cuando Benny alzó la vista, ya se alejaba del taxi.

– ¡Eh, amigo! -le llamó Benny-. Le estaré esperando. Tómese su tiempo. Recuerde, me llamo Benny.

Sí, lo recordaba. Quaid se volvió a medias para hacerle un gesto de despedida con la mano; luego, entró en El Ultimo Reducto. Esperaba no estar cometiendo un gran error.

17 – Melina

Quaid se detuvo justo al cruzar la puerta y escudriñó el antro. Evidentemente, se trataba de un burdel de baja categoría para mineros. Las muchachas no paraban de salir y entrar, cogiendo clientes y llevándoselos arriba. El folleto no había sugerido nada menos… ni nada más.

Se sentó a la barra, al lado de un par de mineros. El impasible camarero se le acercó y aguardó a que Quaid le pidiera lo que deseaba beber. El hombre era lo suficientemente grande y feo como para obtener una rápida atención; probablemente alternaba este trabajo con la seguridad del local.

– Busco a Mel -dijo Quaid.

Una sospecha inmediata oscureció el semblante del hombre.

– Está ocupada. Pero Mary se encuentra libre.

Mary, una prostituta atractiva y con buen cuerpo, apareció de ninguna parte.

– Libre, no -ronroneó-. Disponible.

La miró. Se dio cuenta de que tenía tres pechos completos, y que mostraba su esplendor con un bikini especial. ¡Para cualquier hombre que se excitara con las tetas, aquí tenía una ración extra! Sin embargo, recordó a Lori, a pesar de lo ilusorio que resultara ser su matrimonio, y supo que, aunque su meta fuera el sexo, el recuerdo le habría estropeado la diversión.

– Gracias. Esperaré.

– Basura terrestre -comentó ella. Era el tipo de contestación que había esperado.

La mujer se tiró un pedo y se encaminó hacia otro cliente. Quaid no se había esperado eso. Puede que no conociera lo suficientemente bien este tipo de lugares.

Volvió a centrar su atención en el camarero. En esta ocasión le metió un billete rojo en la mano.

El camarero dejó de mostrarse tan hostil.

– Lo que ocurre, amigo, es que Mel es muy selectiva. Sólo va con sus clientes fijos.

Si la mujer podía permitirse el lujo de ser selectiva en un lugar como éste, ¡tenía que ser muy especial!

– Llámela. Le gustaré.

Con cierto nerviosismo, que Quaid observó con interés, el camarero habló en dirección de una mesa cercana.

– Eh, Mel. -Se produjo una pausa, como si alguien ignorara la llamada-. Melina.

Quaid miró en la dirección a la que llamaba el camarero. Había una mujer sentada a una mesa en compañía de unos mineros, riendo escandalosamente. Se perchó en las rodillas de un tipo hosco y sin afeitar, de espaldas a la barra. Uno de los mineros, sentado de cara a la barra, vio que el camarero intentaba llamar la atención de Melina. Le hizo una seña, y ella se volvió en redondo.

Quaid quedó perplejo. ¡Era la mujer de sus sueños!

– Está con Tony -murmuró el camarero-. Le daré un buen consejo, amigo: si no le gusta pelear…

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