– ¿Largué? ¿Sobre qué? -Antes de que tuviera tiempo de descifrar el acertijo, los matones lo arrojaron contra una pared y le retorcieron violentamente los brazos a la espalda.
– Hubieras debido escucharme, Quaid. -La voz de Harry era muy baja ahora, pero esto no conseguía otra cosa que hacerla más amenazadora-. Yo estaba ahí para mantenerte lejos de cualquier problema.
¿Lejos de qué problemas? ¿Algo que tenía que ver con un recuerdo? ¿Cómo podía un recuerdo hacerle daño a nadie? O quizá tenía que ver con su sueño. No, eso era más ridículo aún. Quaid no tenía ninguna respuesta, no podía recordar lo suficiente ni siquiera para aventurar una suposición. Pero resultaba obvio ahora que no importaba lo que recordara; iban a matarle de todos modos. Había creído que Harry era su amigo. Ahora sabía que había sido engañado. Aquella maniobra estaba planeada; no era el resultado de una decisión repentina, y Harry estaba evidentemente a cargo de todo. Lo cual significaba que, cuando hiciera su movimiento, al primero que tenía que abatir era a Harry.
– Harry, estás cometiendo un error -dijo, sabedor de que, si no planteaba su caso ahora, nunca tendría ninguna otra oportunidad-, ¡Me has confundido con otra persona!
Harry ni siquiera dejó entrever el más ligero rastro de una sonrisa.
– Oh no, amigo. Tú te has confundido con otra persona. -Uno de los matones dio un tirón del brazo de Quaid, y éste perdió el equilibrio. Por un momento pensó que estaba cayendo…
Su visión-sueño le inundó de nuevo, y de pronto estuvo seguro. ¡Marte tenía algo que ver con esto! ¡Ese sueño era demasiado real, demasiado persistente! Quizás había estado realmente allí… No, eso era imposible; él solamente había deseado ir allí. Toda su vida adulta la había pasado en la Tierra, con Lori; sus recuerdos de eso eran tan claros como nebulosos eran los de Marte. Sin embargo…
Harry alzó la pistola hacia la sien de Quaid. Tensó levemente el dedo sobre el gatillo. Parecía lamentar sinceramente tener que hacer aquello; la vieja expresión de Esto Me Duele Más A Mí Que A Ti estaba en sus ojos.
El gesto de Quaid se endureció. Al igual que el muchacho perdido entre las zarzas, tenía sus dudas acerca cuál de los dos dolores era el peor. A otro nivel, también era consciente de que la disposición de los hombres era perfecta para lo que deseaba. Ya era hora de derribar las fichas de dominó.
Harry había cometido el error clásico de acercar demasiado el arma al objetivo. El puño de Quaid se alzó a tanta velocidad que fue como una mancha borrosa que hizo a un lado el brazo de Harry. La pistola disparó al pozo de la escalera.
El brazo de Quaid golpeó contra el cuello de Harry, aplastándole la nuez de Adán. Harry apenas tuvo tiempo para derrumbarse, jadeante, tratando de respirar, antes de que Quaid girara en redondo y aplastara el puño con la fuerza de un martillo contra el corazón del matón más próximo. El hombre aún seguía de pie, muerto en esa postura, en el momento en que Quaid saltó hacia el siguiente. Cogió la cabeza del hombre entre las manos y la retorció con tanta ferocidad que hubo un crujido audible, y el rostro quedó mirando desde el lado equivocado del cuerpo, con los ojos muy abiertos en perplejidad. El último matón había dispuesto de tres segundos para reaccionar; en ese instante se lanzaba contra él, con la pistola alzada. Quaid levantó la rodilla contra su cabeza, incrustándole la nariz en el cerebro. Con el rostro aplastado, el matón cayó al suelo.
Había transcurrido un total de cinco segundos desde que el dedo de Harry se tensara sobre el gatillo. Cuatro hombres estaban muertos.
¡Estás perdiendo velocidad, muchacho!
¿Qué? Quaid sacudió la cabeza. No había nadie más presente. Sólo él y los hombres muertos, horriblemente desparramados al lado del pozo de la basura. En una ocasión, quizá uno de ellos había sido su amigo.
Miró con expresión asombrada los cuerpos. ¿Cómo…, qué…?
Se contempló las ensangrentadas manos. ¿Eran de él? ¿Fueron ellas las que realizaron esta carnicería? Era como sí pertenecieran a otra persona.
Recordó haber pensado en disposiciones adecuadas y en fichas de dominó. Luego…, esto.
Recuperó la serenidad. Fuera lo que fuese lo que había ocurrido aquí, ¡si se quedaba le echarían la culpa a él! Debía alejarse de esa pesadilla y llegar sano y salvo a casa.
Se introdujo de un salto en la furgoneta. Allí estaba aún la llave del encendido. Arrancó el motor y puso el vehículo en movimiento. Al cabo de un momento derrapaba a toda velocidad alrededor de los pozos de basura, en dirección a la salida.
9 – «Esposa»
Quaid huyó escaleras arriba hasta el vestíbulo, ajeno a la atención de los demás residentes del edificio, que se quedaron mirándole mientras pasaba. Dejaron que tuviera un ascensor para él solo.
Una vez arriba, entró a toda velocidad en su apartamento, jadeante y falto de aire. ¡Qué alivio era encontrarse aquí! Sin embargo, aún no podía relajarse; si le habían enviado a una pandilla de matones, quizá le mandaran otra; además, sabían dónde vivía.
Lori se hallaba en la holoconsola, agitando su raqueta de tenis en perfecta sincronización con el holograma de una jugadora de tenis. El holograma brillaba con un color rojo intenso, lo cual indicaba que lo estaba haciendo bien. Sonrió cuando entró Quaid, satisfecha con su sesión de práctica.
– ¡Hola, cariño! -dijo.
Quaid fue de un lado para otro del apartamento, manteniendo la cabeza por debajo del nivel de la ventana. Apagó todas las luces de la sala, luego tiró de Lori fuera de la consola y desconectó ésta. Ella le miró, alarmada.
– ¡Unos hombres acaban de intentar asesinarme! -explicó él.
Ella se quedó inmóvil.
– ¿Te atracaron?
– ¡No! Espías o algo parecido. Y Harry, el del trabajo.
Lori se apartó ligeramente de él, pasando por delante de una ventana. Abrió la boca…
– ¡Agáchate! -gritó él, cogiéndola y arrojándola al suelo. La cubrió con su cuerpo, de modo que ninguna bala la alcanzara-. Harry era el jefe -explicó.
Asombrada, Lori salió de debajo de él y se pasó inútilmente las manos por el arrugado vestido. Parecía que trataba de encontrarle algún sentido a toda la situación.
– ¿Qué ocurrió? ¿Por qué querrían matarte unos espías?
¡Una pregunta excelente! Escudriñó por la esquina de una ventana.
– No lo sé -murmuró-. Puede que tenga algo que ver con Marte.
¡La palabra mágica! Lori frunció el ceño. Empezaba a cuestionarse la cordura de Quaid. En este momento, ya casi no se lo reprochaba.
– ¿Marte? ¡Si ni siquiera estuviste jamás en Marte!
– Lo sé. Es una locura. Después del trabajo, fui a ese lugar llamado Rekall y, al regresar a casa…
Ella se mostró incrédula.
– ¿Fuiste a ver a esos matarifes del cerebro?
– ¡Déjame acabar!
Sin embargo, teniendo en cuenta lo sucedido, no podía negar que se había producido una especie de carnicería. Antes de lo de Rekall, su vida era normal, incluso monótona, con la excepción del sueño sobre Marte. Después de ir a Rekall, su vida era un caos y estaba casi acabada. No obstante, ¿cómo podía incluso el recuerdo implantado más realista justificar lo de Harry y los matones?
– ¿Qué les pediste que hicieran? -preguntó ella, preocupada-. ¡Dímelo!
– Compré un viaje a Marte.
Aquel recuerdo, en algún momento durante el trayecto a casa, se había asentado en él: no el recuerdo mismo de Marte, que parecía estar ausente, sino su consentimiento para que le realizaran el implante. Algo debió haber salido mal, pero, ¿podía eso significar su sentencia de muerte?
– ¡Oh, Dios, Doug!
Seguro que ella creía que le había hecho olvidar su obsesión con Marte; parecía consternada.
– No es eso lo importante. Esos hombres iban a liquidarme… -Se detuvo, dándose cuenta con absoluta claridad de lo que había pasado-. ¡Pero yo los maté a ellos!