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George se sentó frente a Quaid, a poca distancia.

– Ahora bien, mi hermano Kuato es un mutante. Por favor, no muestre revulsión al verlo.

– Por supuesto que no -repuso Quaid, preparándose interiormente para la visión.

Así que el hombre tenía tres brazos o dientes en los oídos. Lo que importaba era lo que podía hacer.

George se desabotonó la camisa. Quaid notó que su pecho era extraño. Había mostrado un aspecto robusto, como si el hombre siempre lo estuviera sacando igual que un fanfarrón. En este momento comprendió que se trataba de una forma plástica. ¿La versión masculina de los senos postizos? No debía de ser muy agradable si alguien le golpeaba ahí: no muy agradable para el puño del hombre.

Entonces George se quitó la cubierta de plástico, revelando…

Quaid tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse boquiabierto. ¡Una segunda cabeza pequeña crecía del pecho del hombre!

Arrugada y peluda, la cabeza era una mezcla entre la de un feto y la de un anciano. Tenía los ojos cerrados, como sumido en el sueño. Evidentemente, sólo se hallaba formada a medias, como la mano-garra de Benny. Las mutaciones en muy contadas ocasiones resultaban beneficiosas; la mayoría eran negativas, y no sólo grotescas, sino también inútiles. Sin embargo, algunas eran distintas…

George se volvió hacia Quaid y extendió las manos.

– Coja mis manos -dijo. Luego, al notar la vacilación de Quaid, insistió-: Adelante.

Con gesto titubeante, Quaid estrechó las manos de George. Intentaba no parecer remilgado, pero la sola idea de estar cerca del mutante le repelía. Lo mismo que sostener las manos del hombre.

– Le dejaré con Kuato -comentó George.

Cerró los ojos y pareció quedarse dormido.

Simultáneamente, la cabeza de Kuato se movió y bostezó, como si despertara. Uno de sus ojos era anormalmente grande.

Kuato observó con una intensa mirada a Quaid, abrió su boca sin dientes y preguntó:

– ¿Qué desea, señor Quaid?

– Lo mismo que usted -repuso Quaid, con voz tan impasible como le fue posible-. Recordar.

– Pero, ¿por qué?

Quaid se quedó anonadado. Si Kuato conocía su nombre, ¿por qué no estaba al corriente de su misión?

– Para saber quién soy.

– Usted es lo que hace -comentó Kuato.

Se detuvo, dándole tiempo para que sus palabras penetraran en su mente. Lamentablemente, casi todo lo que Quaid había estado haciendo últimamente era buscar sus recuerdos, al tiempo que intentaba sobrevivir.

– Un hombre es definido por sus acciones, señor Quaid -prosiguió Kuato-. No por sus recuerdos.

Observó fijamente a Quaid, que tuvo dificultad en devolver esa mirada tan desigual. ¡Un ojo era tan grande y el otro tan pequeño!

– Ahora, abra sus pensamientos a mi presencia…

Quaid no pudo evitar centrarse en el ojo grande de Kuato. Era hipnótico. Descubrió que caía en un trance.

– Abra… -dijo Kuato.

Quaid pareció caer en dirección al enorme ojo. Se vio reflejado en la pupila. Parecía como si estuviera abalanzándose sobre su propia cabeza reflejada, su ojo, su pupila, en la que vio el reflejo de…

21 – Revelación

Quaid vio que la Mina Pirámide se alzaba como el Monte Cervino a un lado del cañón. Flotó, aparentemente separado de su cuerpo, contemplándolo.

– Entre -dijo Kuato, desde alguna parte de otra realidad.

Quaid descubrió que podía moverse simplemente con desearlo. Saltó a la ladera de la montaña; luego, como en un sueño, se adentró en el túnel que tenía a un costado. El túnel penetraba en las profundidades para acabar en un callejón sin salida en un agujero que había en la pared de piedra. Se deslizó a través del agujero y penetró en el abismo.

Una gigantesca estructura de metal parecía llenar el núcleo central de un foso negro. El foso de su sueño…, pero, de alguna forma, distinto. La estructura, a su manera, estaba viva, no muerta, y era dinámica más que pasiva. Ya la había visto antes y creyó que era algo muerto; ahora sabía que no era así.

Flotó hacia ella. Tenía enormes puntales de metal, como la estructura inferior arqueada de un puente.

Continuó su avance hacia el centro de la estructura y vio un bosque de gigantescas columnas de metal oxidado.

La voz de Kuato surgió otra vez.

– ¿Qué es?

Quaid no respondió. No le hacía falta; Kuato leía su mente. Las preguntas, simplemente, eran para centrar su atención.

Descendió a las profundidades, como si estuviera sujeto por un cable, igual que lo hiciera en el sueño. Pero, cuando pasaba por el punto en el que el sueño había terminado…

Sus manos, por voluntad propia, encontraron el cable que llevaba a la cintura y se cerraron a su alrededor. Se aferraron a él de forma automática y, de repente, fueron sacudidas hacia arriba cuando intentaron detener su caída. Casi perdió de cuajo los brazos en el momento en que soportaron todo el peso de la caída de su cuerpo. Incluso en la gravedad inferior de Marte, resultó un gran impacto. Dio vueltas, lastimándose…, y chocó contra la pared del abismo. La sacudida recorrió todo el traje, atontándolo. Los guantes resbalaron sobre el cable y empezó a caer de nuevo. Sabía que no podía permitirse eso; aún se hallaba a mucha distancia del fondo.

Le ordenó a sus manos que resistieran, sin importar el coste. Sin embargo, el precio resultó ser la pérdida de sentido. Sintió que una vez más daba vueltas hacia…

La galaxia estaba atravesada por líneas de comunicación y comercio. A un nivel interestelar, la velocidad de la luz limitaba ambas cosas; sin embargo, las especies que adoptaban el punto de vista a largo plazo eran las que prosperaban. Enviaban naves misioneras, con el conocimiento de que no verían ningún resultado durante las vidas de aquellos que iban a bordo, o las vidas de cualquiera de las criaturas supervivientes. Aun así, continuaron, ya que ésa era la naturaleza del punto de vista a largo plazo.

En realidad, la galaxia eran los escombros que estaban siendo arrastrados hacia el monstruoso agujero negro que había en su centro. Comenzó como una nube, se transformó en un quasar y sorbió el gas y el polvo de su entorno hacia sí misma, pues su apetito era insaciable. Durante el transcurso de miles de millones de años se había apagado un poco, ya que la sustancia que la rodeaba se había ido diluyendo; sin embargo, siguió siendo un sistema bien organizado.

Hauser recobró el sentido. Se hallaba en el fondo del abismo. Había experimentado un visión fugaz de un agujero negro pero, mientras su mente estuvo inconsciente, su manos, de forma inequívoca, le hicieron bajar a salvo.

Se separó del cable. Necesitaba libertad de movimientos para explorar. Luego subiría de nuevo y…

¿Y qué? Melina le había oído caer. Sabía que algo había ido mal, y habría ido en busca de ayuda. Debió decirle que todo estaba bien, aunque no pudo hacerlo a causa del golpe que le dejó medio inconsciente. No sabía cuánto tiempo había estado sin sentido. De modo que su misión…

¿Cuál era su misión? No conseguía recordarlo. Esa pérdida de orientación…

Ya retornaba a él. Lo que intentaba era averiguar algo acerca del artefacto alienígena. Qué era, qué hacía, quién lo dejó ahí, cualquier cosa. Así que Melina…

Fuera cual fuese el pensamiento que empezó a surgir en su cerebro, se vio reemplazado por otro. Amaba a Melina. Cerró los ojos y apretó una mano contra su frente. ¿Cómo podía haber permitido que ocurriera esto? Él era un profesional experimentado, no un recluta enamorado. Su amor por ella había sido una pose, un medio para llegar a un fin, el truco más viejo del libro. La había utilizado para infiltrarse en las fuerzas rebeldes de Kuato y había tenido éxito en ello, aunque no había conseguido localizar al propio Kuato. Ahora ya era hora de que el resto del plan entrara en acción. Ya era hora de que él regresara a Cohaagen, al mundo de intrigas y traiciones y fríos cálculos.

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