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– ¿Tiene un arma, Benny? -preguntó Quaid.

– Bajo el asiento, amigo.

Quaid hurgó debajo del asiento delantero y encontró una pistola en una funda oculta. La sacó y le echó un vistazo. Era un arma especial para profesionales, y estaba cargada. ¡Este taxista sí que sabía cómo protegerse cuando la situación lo requería!

Miró hacia atrás. Richter tenía el torso fuera del coche. Captó el resplandor del cañón de un arma. El espejo retrovisor de Benny saltó hecho pedazos. ¡Richter mejoraba la puntería!

Quaid se inclinó fuera de la ventanilla y tomó puntería. La bala dio en el blanco; el parabrisas del coche de Richter se hizo añicos.

El coche dio unos bandazos, aunque no perdió el control. Eso indicaba que no le había acertado al conductor. Una pena. Vio que una mano que empuñaba una pistola quitaba los fragmentos de cristal que aún quedaban en el parabrisas. Luego, el fuego se reanudó desde el interior del coche.

¡Lo único que había conseguido era hacerle más fácil a Richter la tarea de dispararles! En realidad, parecía que el hombre estaba buscando una artillería más pesada. ¿De qué disponía?

Richter abrió fuego. Un guardabarros saltó del coche. Disparó de nuevo. Otra ventanilla voló hecha pedazos. ¡De acuerdo, ya había demostrado que tenía un arma de gran calibre!

Quaid volvió a disparar; sin embargo, su arma no parecía adecuada para la situación. Los dos hombres del otro coche iban agazapados, de modo que no podía lanzar un buen disparo y, a menos que le diera a uno de ellos, no iba a conseguir gran cosa. Parecía que unas protecciones metálicas cubrían las ruedas delanteras, razón por la que el coche era casi invulnerable al daño que le podía infligir su arma. No obstante, ese cañón de Richter…

Richter disparó de nuevo. En esta ocasión, el techo del taxi saltó por los aires.

– ¡Maldita sea! -gritó Benny-. ¡Ni siquiera he terminado de pagar el taxi!

Aún se les avecinaba algo peor. Uno de los neumáticos del coche de Benny reventó cuando tomó una curva. El taxi perdió el control y dio una voltereta, deteniéndose en posición invertida en uno de los arcenes del conducto.

Quaid apenas fue consciente de lo que hacía; probablemente, su personalidad de Hauser había tomado de nuevo las riendas, como hacía siempre en momentos de crisis graves. Se dio cuenta de que cogía a Melina y la envolvía entre sus brazos todo lo posible, tratando de protegerla del impacto.

Antes de que se detuvieran por completo entró en acción.

– ¡Fuera! -ordenó. Se contorsionaron debajo de los asientos suspendidos y salieron por el parabrisas roto-. ¡Aprisa! ¡Aprisa! -les urgió, poniéndose de pie y tirando de Benny y de Melina.

– Oh, Cristo -gruñó Benny-. ¡Ahora van tras de mi!

Los tres echaron a correr, apenas a tiempo. El coche de Richter tomó la curva y se detuvo con un chirriar de frenos. Él y Helm bajaron, y acribillaron el destrozado coche con sus metralletas.

20 – Kuato

El sonido de los disparos debía de haber alertado al encargado del Último Reducto. Mantuvo la puerta abierta mientras Melina, Quaid y Benny entraban en tromba, y la cerró rápidamente tras ellos apenas estuvieron dentro. Quaid se detuvo en seco, momentáneamente confuso ante la escena que lo recibió.

Tony y los otros mineros habían alzado su mesa y, con ella, una sección del suelo. Un agujero boqueaba allí. ¿Era una vía de escape de algún tipo?

Melina sabía exactamente lo que era. Se metió en el agujero y desapareció en la oscuridad. Benny la siguió, lanzando aterradas miradas por encima del hombro. Quaid se arrancó de su inmovilidad y se metió también rápidamente.

Los mineros volvieron a colocar la mesa y reanudaron su partida de póquer justo en el momento en que Richter, Helm y seis soldados entraban a la carga en el bar, dispuestos a todo.

Los jugadores de cartas contemplaron a los hombres armados con una pizca de curiosidad. La escena era tan tranquila y pacífica como un club de bridge una bochornosa tarde de jueves, pero Richter no se dejó engañar. Sabía que aquellas criaturas subhumanas estaban protegiendo al hombre que había matado a Lori y, por esa sola acción, habían puesto en entredicho su derecho a vivir. No le importaba a cuántos de ellos tuviera que matar a fin de conseguir la información que necesitaba.

Agarró a Mary y apoyó el cañón de la pistola en su cabeza. Era la misma pistola que había arrancado el techo del taxi de Benny.

– ¿Adonde fueron? -preguntó.

– ¿Quiénes? No sé de qué… -La cabeza de Mary voló en pedazos, arrancada de sus hombros. Richter echó el cuerpo a un lado y agarró a Thumbelina.

– Quizá lo sepas -sugirió, con voz amenazadoramente fría.

Antes de que ella pudiera responder, Tony dio un poderoso salto y derribó a Richter al suelo. Mientras Helm corría para apuntar con su arma a Tony, Thumbelina hizo un rápido movimiento hacia arriba, destripándolo desde la ingle hasta el esternón con un cuchillo bowie.

Fue como arrojar una cerilla a un barril de pólvora. El resto de los mineros estallaron en acción y atacaron a los soldados con puños, cuchillos, pistolas, botellas y jarras de cerveza. Cuando Richter consiguió librarse de los brazos de Tony, vio que la mitad de sus hombres habían sido eliminados.

Se lanzó contra una ventana, con las pistolas disparando a sus espaldas. Un amplio número de soldados se habían reunido fuera al sonido de los disparos, y cubrieron su retirada con una andanada de balas.

Deslizándose tras una barricada de coches y camionetas volcados, Richter se dirigió hacia donde se había detenido un vehículo militar para descargar más soldados. Las balas silbaron junto a sus oídos mientras se agachaba y rodaba sobre sí mismo en dirección al camión. Vio que llevaba montado un lanzacohetes. Sus ojos se iluminaron. Aquello serviría.

– ¡Vosotros! ¡Aquí! -ordenó. Hizo apuntar el lanzacochetes, y estaba a punto de dar la orden de disparar cuando un soldado le tendió un videófono de campaña.

– Cohaagen -dijo.

Richter chirrió los dientes mientras aceptaba la llamada.

– Señor… -empezó, pero Cohaagen le interrumpió.

– Cesa la lucha y abandona el lugar.

No, no, no, aquello no podía estar ocurriendo.

– ¡Están protegiendo a Quaid! -protestó, con la voz quebrada por la furia y el asombro.

– ¡Perfecto! -dijo Cohaagen-. Sal del Sector G. Ahora. -Antes que Richter pudiera responder, Cohaagen añadió-: No pienses. Hazlo.

Richter vio la expresión en los ojos de Cohaagen y se tragó su respuesta. Cohaagen tenía algo en la manga. Richter no sabía lo que era, pero sabía que sería peor que cualquier cosa que el lanzacohetes pudiera arrojar. Siguió las órdenes.

Quaid se dejó caer por el agujero a un túnel y siguió a Melina y Benny. El túnel parecía ser una arteria del enorme complejo minero que se extendía en todas direcciones por debajo de la ciudad. Sus sospechas se vieron confirmadas mientras corría más allá de mineros que desmenuzaban las paredes de roca con sus martillos perforadores. Los mineros les ignoraron. Parecían estar acostumbrado a esas cosas.

El túnel se bifurcaba en varios otros en una intersección al extremo de Venusville. Melina se detuvo allí por un breve instante para recuperar el aliento, y casi dejó de respirar por completo cuando un estremecimiento mecánico sacudió el suelo bajo sus pies.

– Dios mío -dijo, estupefacta-. ¡Las puertas de presión de emergencia! ¡Están aislándonos del resto de la ciudad!

Apenas había dicho esto…, ¡SQURRCHANG! Una lisa puerta de metal descendió del techo, cerrando la entrada a uno de los túneles frente a ellos. Echaron a correr hacia el siguiente…, ¡demasiado tarde!

Sólo un túnel permanecía abierto. Con la velocidad de la desesperación, se agacharon, rodaron y se lanzaron bajo la última puerta antes de que se asentara restallante en su lugar. ¡Lo habían conseguido!

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