Литмир - Электронная Библиотека

– Oh, señor Brubaker. Nos alegramos de tenerle de vuelta.

¡Vaya! ¡Hauser sí que lo había preparado bien!

– Me alegra estar de vuelta -comentó.

– ¿Le gustaría disponer de la suite de siempre?

– Claro.

Era demasiado bueno para ser verdad. Por supuesto, en un sentido técnico, no era verdad, ya que se encontraba bajo una identidad falsa. Sin embargo, así como se podía preparar otra identidad, también se la podía comunicar al enemigo. Seguiría la corriente, aunque permanecería alerta.

El recepcionista comprobó el monitor.

– Hum. Parece que se dejó usted algo en su última estancia.

Quaid se puso tenso. ¡Había dejado un reguero de matones muertos a su espalda! Y sus recuerdos, junto con su mujer.

El empleado se dirigió a los buzones y regresó con un sobre cerrado de papel manila. Se lo pasó a Quaid.

– Aquí tiene. -Estudió el monitor-. Es la Suite Dos-ochenta, en el Ala Azul. La tarjeta para la puerta estará lista en un minuto.

El recepcionista se marchó para codificar la tarjeta. Quaid abrió el sobre y extrajo una hoja de papel rojo doblado en un cuadrado pequeño. Desplegó el papel y descubrió un folleto publicitario para un bar: El Último Reducto, en Venusville.

Oh, sí, el famoso antro del hampa, un imán para los turistas. También existía un Marsville en Venus, con la misma reputación.

Se concentró en el folleto. Mostraba el dibujo de una mujer desnuda. Escrito al pie había un mensaje manuscrito: «Para pasar un buen rato, pregunta por Melina».

Subrepticiamente, Quaid tomó una pluma del hotel y garabateó: «Melina», debajo del mensaje escrito. El vello de su nuca se erizó cuando vio que las dos escrituras coincidían.

Aquél era un mensaje dirigido sólo a él. Pensó en la mujer de sus sueños. ¿Era posible? No, por supuesto que no. Sin embargo…

Antes de darse cuenta ya salía a la calle. Mientras abría la puerta de la entrada miró hacia atrás. El recepcionista estaba regresando.

– Aquí tiene su llave, señor Bru…

Entonces el hombre comprendió que le hablaba al aire. Mostró una expresión sorprendida.

La puerta se cerró detrás de Quaid. Salió a la entrada del hotel y se acercó a la parada de taxis.

Un hombre negro vestido con un traje reminiscente de la época del jazz se dirigió hacia él. El hombre parecía tener unos cuarenta años, aunque se le veía ágil.

– ¿Necesita un taxi, amigo? Me llamo Benny, y soy la persona que le hace falta en este momento.

Quaid indicó con un gesto el primer taxi de la fila.

– ¿Qué hay de malo con aquél?

– Que no tiene seis hijos a los que alimentar.

Quaid vio que el conductor del otro taxi era un macarra de poco más de veinte años. No resultaba más atractivo que Benny. Asintió con la cabeza.

– Lo tengo a la vuelta de la esquina -dijo Benny con tono ansioso.

Cuando Quaid le siguió hasta el taxi clandestino, el conductor macarra se dio cuenta de que le birlaban un cliente.

– ¡Eh! -protestó. Luego comprendió que no serviría de nada-, ¡Gilipollas!

¡Después de todo, Marte no era muy distinto de la Tierra! No obstante, para el tipo de asuntos que quizá Quaid establecería aquí, y con agentes que le seguían la pista, un taxi falso tal vez resultara mejor que uno autorizado. Benny no sería muy proclive a delatarle a nadie, y probablemente conocía los callejones de Marte como el mejor.

Mientras se acercaba al destartalado taxi, una fuerte explosión resonó en el nivel superior de la Mina Pirámide. Se rompieron algunas ventanas, y Benny se vio arrojado al suelo al tiempo que empezaban a sonar las alarmas. Quaid consiguió a duras penas mantenerse en pie.

Benny se levantó, tambaleante, ligeramente aturdido.

– Bienvenido a Marte -dijo con ironía. De pronto hubo soldados por todas partes, disparando a invisibles fuerzas rebeldes que respondían a su fuego. Benny abrió apresuradamente la portezuela del taxi.

– Salgamos rápido de aquí, amigo. -Quaid subió.

Benny se metió a toda prisa en el tráfico, y entonces pareció relajarse.

– ¿Qué es todo esto? -preguntó Quaid, al tiempo que doblaba la cabeza para ver el humo que ascendía de la mina.

– Oh, lo de costumbre -dijo Benny, como sin darle importancia-. Dinero, libertad…, aire. -Cambió de carril-. Bien, ¿adonde vamos?

– A Venusville.

Benny se le quedó mirando.

– ¿Me lo repite otra vez, amigo?

Quaid sacó el folleto.

– Venusville.

Benny sacudió la cabeza.

– ¡Amigo, esto es Venusville! Bueno, la parte alta.

– Entonces, vamos a la parte baja.

– ¡Aja! ¡Sí que sabe lo que quiere! -Puso el coche en marcha-. ¿Algún sitio en especial?

– El Último Reducto.

– ¡Amigo, le recomiendo otro lugar!

– Ésa es la dirección que tengo.

– ¡Muy bien, entonces! -aceptó Benny, dubitativamente.

Condujo el coche hasta las afueras de la ciudad.

Quaid aprovechó esa oportunidad para quitarse los zapatos de goma. Llevaba los suyos debajo. Dos partes de la pistola de plástico iban ocultas en los tacones de los zapatos de goma; se las metió en los bolsillos y, luego, guardó otras dos que sacó del bolso. Ya no deseaba seguir llevando ese bolso consigo; lo arrojaría en alguna zanja a lo largo del trayecto. Estaba contento de haber podido quedarse con todo lo importante cuando estalló la ventana del espaciopuerto.

Pronto penetraron en uno de varios conductos metálicos que atravesaban el abismo que separaban las dos zonas de la ciudad. Ah… ¡ya empezaba a resultarle claro! La parte lumpen se encontraba en el otro extremo.

– ¿Es su primer viaje a Marte? -le preguntó Benny con ganas de conversar, de una forma muy parecida a como lo hubiera hecho una versión moderna de un maniquí de un TaxiJohnny.

Si se percató de los movimientos de Quaid con los zapatos y el bolso, era demasiado discreto como para comentarlo. Los turistas podían permitirse tener costumbres extrañas.

Quaid observaba a través de la ventanilla, todavía absorto por el paisaje. Semejantes montañas colosales, riscos, llanuras bañadas de rocas; la desolación perfecta; pero también fascinante. ¡Podía quedarse contemplando ese paisaje durante horas, incluso días! Sin embargo, eso sólo era una parte de la cuestión. Había soñado con Marte y anhelado viajar hasta allí. Ahora se encontraba en su superficie, y le fascinaba; sin embargo, la añoranza persistía. Por su identidad real, por la mujer, y por algo más. A pesar de su esfuerzo por descubrirlo, no conseguía percibir todo el cuadro. Era como si debajo de todas sus preocupaciones superficiales yaciera una más profunda, como el basalto bajo suelo poco profundo, indicando algún suceso horrendo e importante de su pasado que él, a costa del peligro que corría su propia vida, ignoraba. Como si el hecho de que sobreviviera fuera algo intrascendente si se lo comparaba con el significado que tenía ese estrato más profundo.

Salió de su ensoñación al darse cuenta de que el taxista le había hablado.

– Mmmm. Bueno, no… Más o menos.

Benny meditó la respuesta.

– El tipo no sabe si ha estado en Marte -musitó.

Quaid se dio cuenta de que sonaba bastante confuso. Sin embargo, era verdad. Alguien en su cuerpo había estado en Marte antes; pero el propio Quaid, como tal, nunca. Cuando recobrara la memoria podría afirmar que había estado…

Sacudió la cabeza. Cuanto más averiguaba, menos parecía saber.

El conducto desembocó en una plaza en la zona pobre de la ciudad. El contraste con la parte rica era sorprendente. La zona alta tenía calles anchas y limpias, y vistas preciosas; ésta más baja tenía calles claustrofóbicas y sombrías horadadas en la ladera de la montaña. Se hallaba bajo una noche eterna. Brillaban tenues farolas, aunque la única luz natural fluía de una arcada lejana. No se debía al cambio de horario; por pura coincidencia, el día de Marte era una media hora más largo que el de la Tierra, al que te adaptabas con tanta facilidad que casi nadie notaba la diferencia. Se debía a la naturaleza subterránea de la ciudad. Resultaba como vivir en el interior de una mina. No era ninguna broma llamar a esta parte la zona oscura de la ciudad.

32
{"b":"115566","o":1}