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Dejamos la cuestión en sus manos.

Ésa era la esencia de su conclusión. Le entregaron el mensaje a una persona -la primera que llegó hasta su centro de mensajes-, y confiaban en ella para que hiciese lo correcto. Le habían convertido en su emisario, y pensaba honrar la confianza depositada en él. Quería que la humanidad se convirtiera en comerciante de pleno derecho, una de las especies importantes de la galaxia. Así que pensaba mantener el secreto ante Cohaagen, dejando que el complejo alienígena fuera destruido antes que pervertido. Con ese fin, se hallaba preparado para entregar su vida y la de Melina. Sabía que ella querría que fuera de ese modo. No le contó nada para que no pudiera revelar el secreto.

¡Melina! ¿Y si Cohaagen la torturaba a ella en presencia de Quaid? Cohaagen lo haría, si pensaba que eso sería efectivo. ¿Podría Quaid soportarlo?

Sólo existía una respuesta: tendría que resistirlo.

Quizá tuvieran suerte y Cohaagen no estuviera al corriente de lo que había descubierto Quaid. Después de todo, parecía que antes, cuando preparó el implante de memoria y envió a Quaid a la Tierra, lo ignoraba. El traidor Benny no se enteró de nada, de lo contrario no habría matado a Kuato. Creyó que el único secreto era que el artefacto alienígena producía una atmósfera y cómo activarlo. ¡Eso era lo más insignificante!

Los pensamientos de Quaid se vieron interrumpidos cuando unos hombres entraron en la oficina llevando un cuerpo. Lo arrojaron sobre la mesa de conferencias. Era Kuato, la cabeza encogida que crecía desde el pecho de George.

Cohaagen lo contempló.

– ¡Así que éste es el gran hombre!

Richter y Benny, de guardia al lado de Quaid y de Melina, rieron entre dientes. Estaban satisfechos con lo que habían conseguido. Habían logrado desentrañar el misterio del líder del Frente de Liberación de Marte, destruyéndole a él y a su organización.

Quaid vio que Melina no podía reprimir un gesto de dolor. Aún se culpaba por el colosal error de llevar a Benny a su refugio más secreto. Pero, ¿cómo podía saberlo? Benny había estado de su lado, ayudando a su causa, ayudándoles a escapar de la persecución. Benny era un profesional; con eso estaba todo dicho. Sería mejor culpar a Quaid, o a su aspecto Hauser, por no reconocer a otro profesional cuando lo veía.

Cohaagen examinó con atención la cabeza de Kuato. Hizo un gesto de asco.

– No me extraña que se mantuviera oculto.

Se apartó y les hizo una seña a los matones, que recogieron el cuerpo y se lo llevaron. Otro matón limpió la mesa. Cohaagen era quisquilloso en lo referente a la apariencia; no deseaba que quedara ninguna mancha desagradable.

Luego se acercó hasta donde se hallaba sentado Quaid y le dio una palmada en el hombro.

– Bueno, te felicito, Quaid -comentó con alegría-. Eres un héroe.

La réplica de Quaid fue directa.

– Que te jodan.

Sorprendentemente, Cohaagen no se irritó. Sonrió.

– No seas modesto -dijo-, Kuato ha muerto; la Resistencia ha sido completamente eliminada; y tú fuiste la clave de todo.

Quaid notó que Melina le contemplaba con ambivalencia. Ella nunca había tenido la certeza total de su lealtad a la Resistencia, y todavía no la tenía, pese al amor que le profesaba.

– Está mintiendo -dijo Quaid.

Puede que los dos estuvieran a punto de morir; pero quería que ella le creyera.

Cohaagen se dirigió a Melina.

– No le culpes, cariño. Él no sabía nada al respecto. -Sonrió-. Ahí radicaba todo.

Ahora Melina se hallaba confusa…, y también Quaid. ¿De qué estaba hablando el hombre?

– ¿Sabes, Quaid? El difunto señor Kuato poseía una sorprendente habilidad para detectar a nuestros espías -continuó Cohaagen-. Desconocíamos que fuera un telépata. Ninguno de nuestros hombres podía llegar cerca de él. Así que Hauser y yo nos sentamos y te inventamos a ti…, el topo perfecto.

– Mientes -dijo Quaid-. Hauser se volvió en tu contra.

– Eso era lo que queríamos que tú pensaras. En realidad, Hauser se presentó voluntario para ser borrado y programado de nuevo. Eso ocurrió cuando fracasó en llegar hasta Kuato la primera vez. Esta zorra astuta… -Con un gesto, Cohaagen señaló a Melina, que respondió con una mueca en la que le indicaba que le escupía a la cara-. Nunca le llevó hasta las catacumbas. Le llevó directamente a la Pirámide, sin mencionar jamás la entrada que había allí. Sólo le guió hasta aquella cueva vacía que ellos no utilizaban. Cuando cayó en el abismo, no salió corriendo a ver a Kuato, sino que regresó al domo y a su tapadera. Todo había sido en balde; lo que ocurría era que no confiaban en Hauser. No lo suficiente. Necesitábamos una forma de convencerles para que confiaran por completo.

– Sé sincero -repuso Quaid, irritado. Señaló a Richter tanto como se lo permitieron los grilletes-. Ha intentado matarme desde que fui a Rekall. Y también Harry, y Lori, allá en la Tierra. No tratas de matar a alguien a quien piensas introducir como espía.

– Richter desconocía el plan -dijo Cohaagen-. Los demás se hallaban bajo sus órdenes.

– Entonces, ¿por qué sigo con vida?

Cohaagen sonrió con cierto orgullo.

– Él no tiene tu talla. Además, te brindamos ayuda. Con Benny…

Benny se inclinó burlonamente ante Quaid.

– Ha sido un placer, amigo.

– El tipo que te dio el maletín -prosiguió Cohaagen-. Ése lleno de cosas que te resultaron tan útiles.

Quaid no lo aceptó de inmediato.

– No lo creo. Demasiado perfecto.

– ¡Perfecto mis pelotas! Destruyes tu implante de recuerdos falsos antes de que podamos activarte. Matan a Stevens cuando te localizó en aquel hotel. Mientras tanto, Richter, aquí presente, jode todo lo que tardé meses en planear. -Miró con ojos centelleantes a Richter, quien bajó la vista-. Me sorprende que haya funcionado.

Quaid asintió, impresionado a pesar de sí mismo. Tenía sentido. Supongamos que Hauser fuera un agente de Cohaagen. Entonces, cuando Melina no le conduce hasta Kuato, pese a su relación más que amistosa, tiene que hallar una forma de autoeliminarse de la escena. Así, finge una caída y espera a que lleguen los hombres de Cohaagen para «capturarlo», iniciando así la trama más compleja. Su sueño representaba aquel último episodio antes de que el implante de memoria se apoderara de su vida.

Sin embargo, habían ocurrido dos cosas con las que no habían contado. Se había dado cuenta de que amaba de verdad a Melina -eso, que pudo haber sido una impostura, se transformó en algo real-, y descubrió el mensaje de los No'ui. ¡Eso debió cambiarlo todo!

Pero, entonces, ¿por qué se presentó como voluntario para esa misión tan compleja y arriesgada para sí mismo (incluso sin la intervención de Richter), sólo con el fin de traicionar a la mujer que amaba y a los No'ui, que le habían convertido a una causa mayor? ¡No tenía sentido! Cohaagen todavía debía estar mintiendo.

¿Era esto otra trampa que le tendían con el fin de que revelara algo útil para el programa de Cohaagen? ¿O Cohaagen sospechaba que Quaid sabía más acerca del artefacto alienígena de lo que dejaba entrever, de modo que fingía todo esto para obtener dicha información? ¡No funcionaría!

– Bueno, he de reconocértelo, Cohaagen -dijo, como si se rindiera-. Éste es el mejor lavado de cerebro que he visto en mi vida.

– No aceptes sólo mi palabra, Quaid. Hay un amigo tuyo que quiere hablarte.

– No me digas -repuso Quaid-. Deja que adivine quién es.

Cohaagen conectó la pantalla de un televisor. Sin lugar a dudas, allí apareció Hauser, con las mismas ropas y entorno de su anterior mensaje.

– Hola, Quaid -saludó Hauser-. Si estás escuchando esto, es que Kuato ha muerto y que tú nos llevaste hasta él. Sabía que no ibas a defraudarme. -Se rió, y había un deje de crueldad ajeno al estado actual de Quaid-. Lamento todos los problemas por los que te he hecho pasar, muchacho; pero, eh, sólo eres un programa.

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