El curso normal era que una especie comerciante se desarrollara después de varios miles de millones de años de vida en un planeta, siempre que algún cataclismo natural no la borrara de la superficie. Semejante especie podía avanzar desde la primera realización mental como fuerza comercial al viaje interestelar en unos pocos millones de años. Entonces, adquiriría los contactos galácticos y empezaría a realizar el intercambio en unos cientos de años…, siempre que se le proporcionara adecuadamente la tecnología. La posibilidad de que una especie que no recibiera ayuda alcanzara el estado comercial pleno era de una entre diez; aproximadamente la mitad llegaban a destruir sus planetas y, por lo tanto, a sí mismas antes de dar el salto al espacio. Muchas de las que quedaban perdían el interés y se alejaban de la investigación espacial, prefiriendo la seguridad del aislamiento. Sin embargo, las especies que recibían ayuda tenían un 50 por ciento de posibilidades, ya que eran asistidas en la primera oleada de su ambición y lograban completar el proceso antes de destruir su entorno con una guerra, el agotamiento de sus recursos o un accidente.
Sin embargo, esa ayuda tenía sus riesgos. A veces, a una especie que habría sido eliminada por una selección natural (destruyéndose a sí misma), se le permitía sobrevivir. Semejantes especies piratas podían embarcarse entonces en la destrucción de especies legítimas, empleando esa tecnología de una forma negativa en vez de positiva. Las especies piratas tendían a gustar de la conquista por sí misma, incapaces de apreciar las ventajas del intercambio normal. Si se les permitía continuar, tales especies sembrarían el mismo caos en la galaxia que aquél con el que asolaron su planeta madre, y todo culminaría en la destrucción a una escala mucho más amplia.
Sí, pensó Hauser, y la presentación se detuvo en el instante en que expresó su pensamiento privado, dándole tiempo para que asimilara el material a su propia manera. Dale una pistola a un niño, y quizás empezará a dispararle a otros niños. No era algo inteligente.
De modo que se tomaron precauciones, y resultaron efectivas. Una de ellas era exigirle a la especie prospectiva que consiguiera el vuelo espacial por iniciativa propia, antes de que se la ayudara; ello garantizaba que sólo una especie capaz de realizar un esfuerzo bien ejecutado y continuado, de naturaleza adecuada, se beneficiaría de ello. Otra fue la ocultación de la completa naturaleza de dicha ayuda, de modo que una especie poco curiosa jamás se beneficiara de ella. La tercera precaución no se especificaba.
Sin embargo, el tiempo en que se establecía la ayuda y la ejecución de la misma variaba de miles a millones de años. Era posible que no sólo los individuos que plantaban la ayuda, sino toda su especie, hubieran muerto antes de que las especies que las recibían se manifestaran como comerciantes. Una vez que se plantaba la ayuda, jamás se retiraba. No había una segunda oportunidad. Ello hacía que la decisión tomada resultara crítica.
Hauser volvió a reaccionar. ¡Antes de que un hombre le diera una pistola cargada a un niño, debería meditarlo con mucha cautela! En especial, si sabía que no tenía forma alguna de quitársela. Así, podía colocarla en un estante alto de modo que el niño no pudiera llegar a alcanzarla hasta que hubiera crecido; además, podía ocultar su naturaleza, de forma que el niño que no la inspeccionara con suma atención pudiera arrojarla sin haberla usado. Pero el niño que crecía y tenía la inteligencia de comprender la naturaleza de la pistola tenía la posibilidad de descubrir que se trataba de algo muy útil para mantener su hogar a salvo de los ataques.
No resultaba una analogía perfecta, aunque serviría. En ciertos aspectos, la humanidad era infantil, y ésta, evidentemente, era una construcción alienígena muy sofisticada, a una gran escala. Eso dejaba la tercera precaución. ¿No especificada? ¿Qué significaba eso? ¿Que variaba de acuerdo con las especies? Bueno, quizá lo averiguara una vez se descifrara todo.
Se relajó y dejó que continuara el espectáculo. Estaba a punto de descubrir lo que había venido a buscar, ¡y prometía ser algo mucho más grande de lo que imaginara!
El curso normal para una especie comerciante era crecer dentro de su propio planeta, conseguir el viaje interplanetario, recibir la ayuda, avanzar hacia el comercio galáctico, ayudar a nuevos prospectivos y retirarse cuando su sistema estelar se veía arrastrado hacia las fauces centrales de la galaxia. Había muchas variantes de este proceso, y la duración de las especies comerciantes difería ampliamente. Claro está que una especie podía sobrevivir a la destrucción de su sistema natal colonizando otros sistemas más alejados, y muchas lo hacían. Pero, en general, el corazón de una especie moría cuando perdían su sistema de origen, y éstas preferían expirar con él, dejándoles el proceso incesante de la civilización a aquellas que venían detrás.
Una de estas especies comerciantes eran los No'ui. Los No'ui eran especialistas en la plantación de ayudas, y lo habían hecho para una amplia gama de especies prospectivas. Resultaban muy buenos en construcciones importantes, y su fuerte era la química. Ninguna de sus ayudas fracasó por alguna causa inherente a su naturaleza; sus análisis y su tecnología eran seguros. Por esta razón, ellos fueron los encargados de proporcionar algunas ayudas a las prospectivas más difíciles.
La prospectiva actual era difícil. La exploración inicial reveló una especie de criaturas de cuerpo caliente, cuatro extremidades, no telepáticas y con dos sexos, que se mostraban inusualmente agresivas. Esta especie local (se produjo una pausa fugaz cuando el programa le permitió a Hauser llenar el espacio en blanco con «los humanos», ya que el nombre que les daban los No'ui no tendría ningún significado para él) avanzaba rápidamente en su planeta nativo de la «Tierra», y estaba desarrollando herramientas cada vez más sofisticadas. Se llegó a la conclusión de que esta especie de humanos conseguiría el viaje interplanetario en el plazo máximo de cincuenta mil años. Sin embargo, la posibilidad de que se convirtieran en comerciantes de éxito, a escala galáctica, sólo era de una entre tres, incluso con la ayuda.
Hauser emitió un silbido en el interior de su casco. ¡Una entre tres! Eso significaba que, según los parámetros de los No'ui, éstos creían que la humanidad tenía el doble de posibilidades de fracasar que de triunfar. ¡Doble o nada!
No obstante, la especie humana había llegado hasta aquí, y Hauser estaba descubriendo cuál era la naturaleza de la construcción alienígena. Tal como él lo entendía, eso significaba dos pasos dados de tres posibles. De forma que las probabilidades empezaban a equilibrarse, y quizás a resultarles favorables.
Éste es un No'ui, prosiguió la presentación. Apareció la imagen de una hormiga gigante, lo que confirmó la intuición de Hauser. Los No'ui eran criaturas de seis extremidades, cuerpos calientes, semitelépatas, y poseían dos sexos, lo cual los convertía en clones casi exactos de la especie humana, según los estándares galácticos. Anticipando su pregunta, el narrador mental se detuvo para ofrecer una imagen de un tipo de especie más apartada.
Era como una medusa que respirara fuego y con dos pinzas de langostino. Sin embargo, lo que de verdad la alejaba era su naturaleza mental. Pareció concentrarse en Hauser: y el estómago de Hauser se contrajo, su respiración se hizo jadeante, su corazón se saltó varios latidos y le dio un vuelco antes de reanudar algo parecido a una palpitación regular, y pareció como si estuvieran estirando su mente a los costados y doblándola sobre sí misma. Rápidamente estuvo de acuerdo: ¡los No'ui eran casi clones de ellos!
Entonces la presentación se orientó hacia el trabajo que realizó la enorme estructura. Los No'ui caminaban por las pasarelas y, claramente, sus patas se aferraban con firmeza a la superficie corrugada, de forma que podían andar erguidos, verticalmente y del revés con la misma facilidad. En realidad, sólo necesitaban tres o cuatro extremidades para caminar; las otras dos o tres se empleaban para fines distintos. Algunos conducían objetos flotantes a lugares asignados, mientras que otros usaban complejas herramientas para llevar a cabo cosas indescifrables. El lugar se parecía a un hormiguero, con un tráfico constante por los caminos, aunque no se producía ningún choque. ¿Eran todos caminos de dirección única? No; cuando dos individuos se cruzaban, uno de ellos se deslizaba por el borde y reanudaba la marcha por la parte inferior de la plancha hasta que la superior volvía a estar despejada. Como eran semitelépatas, mantenían una comunicación constante entre sí, y jamás se veían sorprendidos por ningún encuentro.