– ¿Crees que Blomkvist se la imaginó? ¿O que miente?
– No lo sé. Pero toda la historia suena a cuento chino. ¿Insinúas que un tío hecho y derecho no puede con una tía que pesa aproximadamente cuarenta kilos?
– ¿Por qué iba a mentir Blomkvist?
– Quizá para desviar la atención de Salander.
– No me cuadra. Como ya sabéis, Blomkvist tiene la teoría de que la pareja de Enskede fue asesinada debido al libro que Dag Svensson estaba escribiendo.
– ¡Chorradas! -exclamó Faste-. Es Salander. ¿Por qué iba alguien a matar a su administrador para taparle la boca a Dag Svensson? ¿Y quién…? ¿Un policía?
– Si Blomkvist hace pública su teoría, nos espera un infierno de teorías conspirativas con pistas que implican a la policía a diestro y siniestro -comentó Curt Svensson.
Todos asintieron con la cabeza.
– De acuerdo -dijo Sonja Modig-. ¿Por qué mató a Bjurman?
– ¿Y qué significa el tatuaje? -preguntó Bublanski mientras señalaba la fotografía del vientre de Bjurman.
«SOY UN SÁDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR.»
Se hizo un breve silencio.
– ¿Qué dicen los forenses? -quiso saber Bohman.
– El tatuaje tiene entre uno y tres años. Al parecer, se puede determinar gracias al grado de hemorragia de la piel -dijo Sonja Modig.
– Suponemos que no se trata de un tatuaje que Bjurman se hizo voluntariamente, ¿no?
– Tarados los hay en todas partes, pero no creo que sea un motivo muy habitual entre los aficionados al tatuaje.
Sonja Modig levantó un dedo.
– El forense dice que el tatuaje es de una calidad pésima, algo que incluso yo podría dictaminar. En otras palabras, es obra de un aficionado. Las incisiones de las agujas irregulares, y se trata de un tatuaje enorme para una parte del cuerpo tan sensible como ésa. Debió de ser un proceso muy doloroso que bien podría definirse como una agresión grave.
– Salvo que Bjurman nunca lo denunció a la policía -dijo Faste.
– Yo creo que si alguien me tatuara un mensaje así en la barriga, tampoco lo denunciaría -razonó Curt Svensson.
– Tengo otra cosa -dijo Sonja Modig-. Tal vez confirme el mensaje del tatuaje de que Bjurman era un sádico cerdo.
Abrió una carpeta con fotos y las hizo circular por la mesa.
– Las encontré en el disco duro de Bjurman. Sólo he impreso unas cuantas, pero allí había más de dos mil de características similares. Se las había bajado de Internet.
Faste silbó y levantó la foto de una mujer que estaba atada en una postura brutal y antinatural.
– Tal vez les interese a Domino Fashion o a las Evil Fingers -dijo.
Irritado, Bublanski le hizo un gesto cortante con la mano instándole a que se callara.
– ¿Cómo debemos interpretar esto? -se preguntó Bohman.
– El tatuaje tiene poco más de dos años -dijo Bublanski-. Fue por esa época cuando Bjurman cayó repentinamente enfermo. Ni el forense ni su historial médico dan a entender que tuviera ninguna enfermedad importante, exceptuando la tensión alta. Por lo tanto, cabe suponer que existe una conexión.
– Salander cambió durante ese año -dijo Bohman-. De pronto dejó de trabajar para Milton Security y se fue al extranjero.
– ¿Debemos suponer que ambos hechos están vinculados? Si el mensaje del tatuaje es cierto, Bjurman violó a alguien. Indudablemente, Salander es una buena candidata. Y eso sería un móvil incontestable para cometer un asesinato.
– Bueno, también hay otras maneras de verlo -dijo Hans Faste-. No es muy difícil imaginarse a Salander y a la chinita regentando una agencia de chicas de compañía de la línea BDSM [1]. Bjurman podría haber sido uno de esos tarados a los que les pone recibir latigazos de nenitas. Quizá acabó metido en algún tipo de relación de dependencia con Salander y algo se le fue de las manos.
– Pero eso no explica por qué Lisbeth fue a Enskede.
– Si Dag Svensson y Mia Bergman estaban a punto de publicar un libro incendiario sobre el comercio sexual, no sería extraño que se hubieran topado con Salander y Wu. Puede que Salander tuviera verdaderos motivos para matar.
– No tenemos más que especulaciones -constató Sonja Modig.
Continuaron con la reunión durante una hora más y abordaron también la desaparición del portátil de Dag Svensson. Cuando hicieron una pausa para comer, todo el mundo se sentía frustrado. La investigación albergaba más interrogantes que nunca.
En cuanto llegó a la redacción el lunes por la mañana, Erika Berger llamó a Magnus Borgsjö, presidente de la junta directiva del Svenska Morgon-Posten.
– Me interesa -dijo.
– Ya me lo imaginaba.
– Había pensado comunicártelo inmediatamente después de las fiestas. Pero, como imaginarás, aquí en la redacción se ha desatado el caos.
– El asesinato de Dag Svensson. Lo lamento. Una historia terrible.
– Comprenderás que no es un buen momento para contarles que voy a abandonar el barco precisamente ahora.
Él permaneció callado un instante.
– Tenemos un problema -dijo Borgsjö.
– ¿Cuál?
– Cuando hablamos la última vez, quedamos en que entrarías el 1 de agosto. Sin embargo, el redactor jefe, Hakan Morander, a quien vas a suceder, no está bien de salud. Tiene problemas cardíacos y debe reducir su ritmo de trabajo. Hace un par de días habló con su médico y este mismo fin de semana me ha comunicado que piensa abandonar su puesto el 1 de julio. El plan era que se quedara hasta otoño para que tú pudieras trabajar con él durante agosto y septiembre. Por lo tanto, nos enfrentamos a una situación crítica. Erika, te necesitamos el 1 de mayo, como muy tarde el 15.
– Dios mío. Sólo faltan unas semanas.
– ¿Sigues interesada?
– Sí… pero eso quiere decir que cuento con apenas un mes para dejar todo organizado en Millennium.
– Lo sé. Y lo siento, Erika, pero me veo en la obligación de presionarte. No obstante, un mes debería ser tiempo suficiente para organizar las cosas en una revista con media docena de empleados.
– Pero los abandonaré en medio de todo el caos.
– Los vas a abandonar de todas maneras. Lo único que hacemos es adelantar el momento unas semanas.
– Tengo una serie de condiciones.
– Te escucho.
– Seguiré formando parte de la junta directiva de Millennium.
– Tal vez eso no resulte muy apropiado. Es cierto que Millennium es una publicación bastante más pequeña y que, además, es una revista mensual, pero técnicamente somos competidores.
– Da igual. Me desvincularé de la redacción de Millennium, pero no pienso vender mi parte. De modo que permaneceré en la junta.
– Vale. Ya encontraremos una solución.
Acordaron reunirse con la junta directiva durante la primera semana de abril para ultimar detalles y firmar el contrato.
Mikael Blomkvist tuvo una sensación de déjà vu cuando estudió la lista de sospechosos que Malin y él habían estado preparando. La nómina ascendía a treinta y siete personas a las que Dag Svensson denunciaba sin piedad en su libro. Veintiuna de ellas eran puteros identificados con nombre y apellido.
De pronto, Mikael recordó cómo, dos años atrás, se había sumergido en la investigación y persecución del asesino de Hedestad, y cómo se enfrentó a una galería de sospechosos de cerca de cincuenta personas. Todas aquellas especulaciones para determinar quién era el culpable habían resultado inútiles y desesperantes.
Alrededor de las diez de la mañana del martes, Malin Eriksson se presentó en el despacho de Mikael. Éste cerró la puerta y le pidió que se sentara.
Permanecieron callados unos momentos mientras tomaban café. Al final, le pasó la lista de los treinta y siete nombres.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Malin.
– En primer lugar, dentro de diez minutos le presentaremos a Erika este listado. Luego intentaremos estudiar cada caso por separado. Es posible que alguien de la lista esté relacionado con los asesinatos.