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Greger Backman era rubio y delgaducho. Tenía abundante pelo en el pecho y casi nada en la cabeza. Lucía una barba de una semana y una cicatriz sobre la ceja derecha provocada por un grave accidente de navegación ocurrido varios años atrás.

– Las cinco y pico -dijo Mikael-. ¿Puedes despertar a Erika? He de hablar con ella.

Greger Backman suponía que si Mikael Blomkvist había superado su aversión a visitar Saltsjöbaden y a verlo a él, algo fuera de lo normal debía de haber sucedido. Además, Mikael parecía necesitar un trago o, por lo menos, una cama donde descansar. Por lo tanto, abrió la puerta y lo dejó entrar.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó.

Antes de que a Mikael le diera tiempo a contestar, Erika Berger apareció por la escalera de la planta superior, atándose el cinturón de una bata blanca de felpa. Al ver a Mikael en el vestíbulo se detuvo en seco, a medio camino.

– ¿Qué pasa?

– Dag Svensson y Mia Bergman -dijo Mikael. Su rostro reveló inmediatamente el tipo de noticia que le traía.

– No… -dijo Erika, tapándose la cara con la mano.

– Acabo de salir de la comisaría. Dag y Mia han sido asesinados esta noche.

– ¿Asesinados? -preguntaron al unísono tanto Erika como Greger.

Erika contempló a Mikael con una escéptica mirada.

– ¿En serio?

Mikael asintió tristemente con la cabeza.

– Alguien ha entrado en su casa de Enskede y los ha matado a tiros. He sido yo el que los ha encontrado.

Erika se sentó en la escalera.

– No quería que te enteraras por los informativos -dijo Mikael.

Eran las siete menos un minuto de la mañana del jueves de Pascua cuando Mikael y Erika entraron en la redacción de Millennium. Erika había llamado y despertado a Christer Malm y a la secretaria de redacción, Malin Eriksson, con la noticia de que Dag y Mia habían sido asesinados esa misma noche. Vivían mucho más cerca, de modo que ya habían llegado para la reunión y encendido la cafetera eléctrica de la pequeña cocina.

– ¿Qué coño está pasando? -preguntó Christer Malm.

Malin Eriksson le chistó y subió el volumen del informativo de las siete:

Dos personas, un hombre y una mujer, fueron muertos a tiros anoche en un apartamento de Enskede. La policía ha informado de que se trata de un doble asesinato. A ninguna de las víctimas se le conocen antecedentes. Se ignoran los motivos del crimen. Nuestra reportera Hanna Olofsson se encuentra en el lugar de los hechos:

«Poco antes de la medianoche, cuando la policía recibió el aviso de que se habían producido disparos en un edificio de Björneborgsvägen, aquí, en Enskede. Según un vecino, en la casa se oyeron varios tiros. Se desconoce el móvil y hasta el momento no se ha detenido a nadie. Se ha acordonado el piso, donde en estos momentos está trabajando la policía forense».

– Eso es concisión -dijo Malin bajando el volumen de la radio.

Luego se puso a llorar. Erika se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros.

– ¡Joder! -exclamó Christer Malm sin dirigirse a nadie en particular.

– Sentaos -ordenó Erika Berger con voz firme-. Mikael…

Este volvió a contar una vez más lo ocurrido durante la noche. Habló con voz monótona, empleando un estilo periodístico, neutro y objetivo, al describir cómo encontró a Dag y Mia.

– ¡Joder! -volvió a decir Christer Malm-. Esto es una locura.

Los sentimientos pudieron de nuevo con Malin. Se echó a llorar otra vez sin ningún disimulo.

– Perdón -dijo.

– Yo me siento igual -reconoció Christen

Mikael se preguntó por qué no era capaz de llorar. Sólo sentía un gran vacío, casi como si estuviese anestesiado.

– A ver, lo que sabemos hasta el momento no es mucho -dijo Erika Berger-. Tenemos que hablar de dos cosas. Primera: nos encontramos a tres semanas de llevar a la imprenta el material de Dag Svensson. ¿Seguimos adelante con la publicación? ¿Podemos publicar? Ésa es una. La segunda es algo que Mikael y yo hemos estado comentando mientras veníamos.

– No sabemos por qué se han producido los asesinatos -dijo Mikael-. Puede ser por alguna historia personal de la vida de Dag y Mia o simplemente tratarse de la obra de un loco. Pero no podemos descartar que tenga algo que ver con su trabajo.

Un silencio se instaló alrededor de la mesa. Hasta que Mikael carraspeó y dijo:

– Como ya sabéis, estamos a punto de publicar un material muy fuerte en el que identificamos con nombre y apellido a determinados tipos que lo que menos desean en este mundo es verse implicados en el tema. Hace dos semanas Dag empezó a confrontar el material con ellos. Lo que intentaba decir antes era que si alguno de esos…

– Espera -dijo Malin Eriksson-. Revelamos el nombre de tres policías, uno de los cuales trabaja en la policía de seguridad y otro en la brigada antivicio, varios abogados, un fiscal y un par de guarros que van de periodistas. ¿Estás diciendo que uno de ellos habría cometido un doble asesinato para impedir la publicación?

– Bueno, no sé -contestó Mikael, pensativo-. Tienen bastante que perder, pero no deben de ser muy listos que digamos si creen que pueden acallar una historia así matando a un periodista. Pero también denunciamos a unos cuantos chulos y, aunque utilizamos nombres falsos, no resulta muy difícil deducir quiénes son. Algunos de ellos han sido condenados con anterioridad por delitos violentos.

– De acuerdo -dijo Christer-. Pero describes los asesinatos como ejecuciones. Si he entendido la idea del libro de Dag Svensson, no se trata de unos tipos muy listos. ¿Son capaces de cometer un doble asesinato y salirse con la suya?

– ¿Qué inteligencia se necesita para pegar dos tiros? -preguntó Malin.

– Ahora estamos especulando sobre algo de lo que no sabemos nada -interrumpió Erika Berger-. Pero la verdad es que tenemos que hacernos esa pregunta. Si los artículos de Dag, o incluso la tesis de Mia, fueron el móvil de los crímenes, habría que aumentar la seguridad en la redacción.

– Y una tercera cuestión -dijo Malin-. ¿Debemos facilitar los nombres a la policía? ¿Qué les dijiste anoche a los agentes?

– Contesté a todas las preguntas que me hicieron. Les comenté el carácter de la historia con la que estaba trabajando Dag, pero no me preguntaron por los detalles ni les di ningún nombre.

– Es algo que, sin duda, deberíamos hacer -sentenció Erika Berger.

– Tampoco está tan claro -contestó Mikael-. Podríamos darles una lista, pero ¿qué hacemos si la policía empieza a hacernos preguntas sobre cómo hemos averiguado los nombres? No podemos revelar las fuentes que quieren permanecer anónimas. Afecta a varias de las chicas con las que habló Mia.

– ¡Joder, qué lío! -dijo Erika-. Volvemos a la primera pregunta: ¿publicamos?

Mikael levantó una mano.

– Espera. Si queréis lo votamos, pero el editor responsable soy yo y por primera vez en mi vida pienso tomar una decisión sin la ayuda de nadie. La respuesta es «no». No podemos publicarlo en el próximo número. Es absurdo que sigamos adelante sin más.

El silencio volvió a invadir la mesa.

– Tengo muchas ganas de publicar pero, sin duda, nos veremos obligados a reformular bastantes cosas. Dag y Mia tenían la documentación, y la historia también se basaba en que Mia pensaba poner una denuncia policial contra las personas identificadas. Ella era experta en la materia. ¿Lo somos nosotros?

Se oyó un portazo y, acto seguido, Henry Cortez apareció en la puerta.

– ¿Se trata de Dag y Mia? -preguntó, jadeando.

Todos asintieron.

– ¡Joder! ¡Qué locura!

– ¿Cómo te has enterado? -preguntó Mikael.

– Había salido con mi novia y estábamos de camino a casa cuando nos enteramos por la emisora interna del taxi. La policía buscaba información y preguntaba a los taxistas si habían llevado a alguien a esa dirección. La reconocí. Tenía que venir.

Henry Cortez parecía tan conmocionado que Erika se levantó y le dio un abrazo antes de invitarlo a sentarse. Retomó el hilo de la discusión.

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