De repente recobró la audición, como si alguien hubiese ajustado el volumen. Se levantó rápidamente y miró al vecino de la bata marrón.
– Oiga -le dijo-. Póngase aquí y asegúrese de que nadie entre en el apartamento. La policía y la ambulancia están de camino. Voy a bajar a abrirles la puerta.
Mikael saltó los escalones de tres en tres. Una vez en la planta baja echó un vistazo, por casualidad, a la escalera que conducía al sótano y se detuvo en seco. Descendió un peldaño. A medio tramo había un revólver. Mikael constató que parecía ser un Colt 45 Magnum, la misma arma que se utilizó para matar a Olof Palme.
Controló el impulso de cogerla. En su lugar, se acercó a la puerta de entrada y la colocó para que quedara abierta. Luego salió a la calle y permaneció quieto en la noche. Hasta que no oyó un corto pitido de claxon no se acordó de que su hermana lo estaba esperando. Cruzó.
Annika Giannini abrió la boca dispuesta a soltar algún sarcasmo referente a los habituales retrasos de su hermano. Luego vio la expresión de su rostro.
– ¿Has visto a alguien mientras me esperabas? -preguntó Mikael.
Su voz sonaba ronca y nada natural.
– No. ¿A quién? ¿Qué ha pasado?
Mikael permaneció callado durante unos segundos mientras examinaba los alrededores. Silencio y tranquilidad. Se hurgó el bolsillo de la chaqueta y encontró un paquete arrugado en el que quedaba un cigarrillo olvidado. Cuando lo encendió, oyó un lejano sonido de sirenas que se iba acercando. Consultó su reloj. Eran las 23.17 horas.
– Annika, va ser una noche muy larga -dijo sin mirarla cuando el coche patrulla enfiló la calle.
Los primeros en personarse en el lugar fueron los agentes Magnusson y Ohlsson. Habían estado en Nynäsvägen atendiendo un aviso que resultó ser una falsa alarma. Acto seguido se presentó otro coche con el comisario Oswald Mårtensson, quien se hallaba en Skanstull cuando lo llamaron desde la central. Llegaron casi al mismo tiempo desde direcciones opuestas y descubrieron en el medio de la calle a un hombre en vaqueros y chaqueta oscura que levantó la mano para que se detuviesen. En ese mismo momento una mujer salía de un vehículo que estaba aparcado a pocos metros de él.
Los tres policías aguardaron unos instantes. La central les había comunicado que habían disparado a dos personas, y el hombre sostenía un objeto oscuro con la mano izquierda. Les llevó unos segundos asegurarse de que se trataba de un móvil. Descendieron de los coches a la vez, se ajustaron los correajes y se acercaron para observar más detenidamente a esas dos figuras. Mårtensson asumió el mando en seguida.
– ¿Es usted el que ha avisado de los tiros?
El hombre asintió. Parecía bastante alterado. Fumaba un cigarrillo y le temblaba la mano al acercarlo a los labios.
– ¿Cómo se llama?
– Mikael Blomkvist. Hace apenas unos minutos que han disparado a dos personas en este edificio. Se llaman Dag Svensson y Mia Bergman. Están en la tercera planta. Hay unos vecinos en el descansillo.
– ¡Dios mío! -exclamó la mujer.
– ¿Usted quién es? -preguntó Mårtensson.
– Me llamo Annika Giannini.
– ¿Viven aquí?
– No -contestó Mikael Blomkvist-. Iba a visitar a la pareja a la que han disparado. Ella es mi hermana. Venimos de una cena.
– Y dice usted que han disparado a dos personas… ¿Ha visto lo que ha pasado?
– No. Me los he encontrado en el suelo.
– Subamos a verlo -dijo Mårtensson.
– Espere -dijo Mikael-, según los vecinos los tiros se produjeron escasos momentos antes de que yo llegara. Avisé un minuto después. Desde entonces no han pasado ni cinco minutos. Eso quiere decir que el asesino debe de seguir en las inmediaciones.
– Pero ¿no tiene ninguna descripción?
– No hemos visto a nadie. Quizá los vecinos hayan visto algo.
Mårtensson le hizo señas a Magnusson, quien cogió su radio y, en voz baja, empezó a informar a la central. Se volvió hacia Mikael.
– ¿Puede mostrarme el camino?
Cuando entraron por el portal, Mikael se paró y, en silencio, señaló con el dedo hacia la escalera del sótano. Mårtensson se inclinó y examinó el arma. Bajó el tramo que quedaba hasta el final y comprobó la manilla de la puerta. Estaba cerrada con llave.
– Ohlsson, quédese aquí y vigile -le ordenó Mårtensson.
Ante el apartamento de Dag y Mia la concentración de vecinos había disminuido. Dos de ellos ya habían vuelto a sus casas, pero el hombre de la bata marrón todavía continuaba en su puesto. Al ver los uniformes dio la impresión de sentirse aliviado.
– No he dejado entrar a nadie -se apresuró a decir.
– Muy bien -contestaron Mikael y Mårtensson.
– Parece haber rastros de sangre en la escalera -advirtió el agente Magnusson.
Todo el mundo apreció unas pisadas. Mikael bajó la mirada a sus mocasines italianos.
– Probablemente sean mías -dijo Mikael-. He estado en el piso. Hay mucha sangre.
Mårtensson observó inquisitivamente a Mikael. Con un bolígrafo empujó la puerta del apartamento y constató que había más pisadas de sangre en la entrada.
– A la derecha. Dag Svensson está en el salón y Mia Bergman en el dormitorio.
Mårtensson efectuó una rápida inspección por toda la casa y volvió a salir al cabo de poco. Se comunicó por radio y pidió refuerzos a la policía criminal. Mientras estaba hablando, se presentó el personal de la ambulancia. Mårtensson los detuvo justo cuando terminaba su conversación radiofónica.
– Dos personas. Por lo que he visto, ya no necesitan ninguna asistencia sanitaria. ¿Podría entrar sólo uno de ustedes? Intenten no tocar nada.
No tardaron mucho tiempo en confirmar que sobraban. Un médico de guardia comentó que no resultaba necesario trasladar los cuerpos a un hospital para intentar reanimarlos. Ya no había esperanza. De repente, a Mikael le sobrevino un intenso mareo y se dirigió a Mårtensson.
– Voy a salir. Necesito aire.
– Me temo que no puedo dejarle marchar.
– No se preocupe -dijo Mikael-. Estaré ahí fuera.
– ¿Me permite ver su documentación?
Mikael sacó la cartera y se la entregó. Luego dio media vuelta y, sin pronunciar palabra, bajó y se sentó en las escaleras del portal de la entrada, donde Annika seguía esperando junto al agente Ohlsson. Ella se sentó a su lado.
– Micke, ¿qué ha pasado? -preguntó Annika.
– Dos personas a las que quería mucho han sido asesinadas. Dag Svensson y Mia Bergman. El manuscrito que quería que leyeras era de él.
Annika Giannini comprendió que no era el momento de atosigarlo a preguntas. En su lugar, puso los brazos alrededor de los hombros de su hermano y los mantuvo allí mientras iban llegando más coches de policía. Ya había un grupo de curiosos y nocturnos transeúntes apostados en la acera de enfrente. Mikael los contempló callado mientras la policía empezó a acordonar la zona. La investigación de un asesinato se acababa de poner en marcha.
Eran más de las tres de la madrugada cuando los agentes de la policía criminal dejaron marchar, por fin, a Mikael y Annika. Los dos hermanos habían pasado una hora en el coche de Annika, delante del portal, esperando a que llegara el fiscal de guardia para iniciar la instrucción del sumario. Luego -como Mikael era buen amigo de las dos víctimas y fue él quien las encontró y dio el aviso- les pidieron que los acompañaran a la jefatura de Kungsholmen para -utilizando sus propias palabras- colaborar con la investigación.
Allí debieron esperar un buen rato antes de que los interrogara una inspectora de la policía criminal llamada Anita Nyberg, que estaba de guardia. Era rubia como el trigo y parecía una adolescente.
«Me estoy haciendo mayor», pensó Mikael.
A las dos y media de la madrugada llevaba tantas tazas de café recalentado que estaba completamente sobrio, pero sintió náuseas. Tuvo que interrumpir el interrogatorio para salir corriendo en dirección al baño y allí vomitó sin contención. Era incapaz de borrar de su retina la imagen del rostro destrozado de Mia Bergman. Bebió varios vasos de agua y se refrescó la cara una y otra vez antes de volver al interrogatorio. Intentó ordenar sus pensamientos y contestar tan detalladamente como pudo a las preguntas de Anita Nyberg.