– Vale.
– Son fotos en papel, así que no puedo mandarlas por mail. ¿Te las podría enviar esta misma noche con un mensajero?
– Sí… pero oye, yo estoy en Lännersta. Me quedaré aquí un rato más y luego volveré a la ciudad. Enskede no me pilla lejos. Puedo pasar por tu casa y recogerlas. ¿Te viene bien sobre las once?
A Dag Svensson le pareció muy bien.
– Lo segundo no creo que sea de tu agrado.
– Shoot.
– He tropezado con una cosa que me gustaría confirmar antes de que el libro vaya a imprenta.
– Vale. ¿De qué se trata?
– Zala, escrito con «z».
– ¿Qué es eso de «Zala»?
– Zala es un gánster, probablemente de algún país del Este, tal vez Polonia. Te lo mencionaba en un correo que te mandé hará una semana.
– Sorry, se me había olvidado.
– Aparece un poco por todas partes en el material. La gente parece tenerle miedo y nadie quiere hablar de él.
– Ajá.
– Hace un par de días volví a toparme con su nombre. Creo que se encuentra en Suecia y que debería formar parte de la lista de puteros del capítulo siete.
– Dag, no puedes empezar a sacar nuevo material tres semanas antes de llevar el libro a imprenta.
– Ya lo sé. Pero esto es un hallazgo inesperado y no podemos pasarlo por alto. Estuve hablando con un policía que también había oído hablar de Zala y… creo que vale la pena dedicar un par de días de la próxima semana a investigarlo.
– ¿Por qué? ¿No tienes ya bastantes cabrones?
– Éste parece especial. Nadie sabe muy bien quién es. Tengo el presentimiento de que hurgar un poco más nos sería muy útil.
– Nunca se debe subestimar un presentimiento -dijo Mikael-. Pero sinceramente… no podemos aplazar el deadline ahora. La imprenta está reservada y el libro ha de salir a la vez que Millennium.
– Lo sé -contestó Dag Svensson, desanimado.
Mia Bergman acababa de hacer café y de verterlo en el termo cuando llamaron a la puerta. Eran las nueve menos algo. Dag Svensson se encontraba cerca de la entrada y, convencido de que era Mikael Blomkvist que se presentaba más pronto de lo previsto, abrió sin asomarse a la mirilla. En su lugar se encontró con una chica de baja estatura, parecida a una muñeca, que tomó por una adolescente.
– Busco a Dag Svensson y a Mia Bergman -dijo la chica.
– Yo soy Dag Svensson -aclaró él.
– Quiero hablar contigo.
Inconscientemente, Dag consultó la hora. Mia Bergman se acercó a la entrada y se situó detrás de su pareja con cara de curiosidad.
– ¿No te parece un poco tarde para una visita? -preguntó Dag.
La chica lo observó con un paciente silencio.
– ¿De qué quieres hablar? -continuó Dag.
– Quiero hablar del libro que piensas publicar en Millennium.
Dag y Mia intercambiaron una mirada.
– ¿Y tú quién eres?
– Me interesa el tema. ¿Puedo entrar o quieres que lo tratemos aquí, en la escalera?
Dag Svensson dudó un instante. Es cierto que la chica era una perfecta desconocida y que la hora elegida para realizar la visita resultaba rara, pero se le antojó inofensiva y la dejó entrar. La acompañó a una mesa del salón.
– ¿Quieres café? -preguntó Mia.De reojo, Dag echó a su pareja una mirada de irritación.
– ¿Qué te parece si me dices quién eres?
– Sí, por favor. Sí al café, quiero decir. Me llamo Lisbeth Salander.
Mia se encogió de hombros y abrió el termo. Como esperaba la visita de Mikael Blomkvist ya había puesto unas tazas en la mesa.
– ¿Y qué te hace pensar que voy a publicar un libro en Millennium? -preguntó Dag Svensson.
De repente le entró una profunda desconfianza, pero la chica lo ignoró y en su lugar miró a Mia Bergman. Mostró una mueca que podría interpretarse como una sonrisa torcida.
– Una tesis interesante -dijo.
Mia Bergman parecía asombrada.
– ¿Cómo puedes saber tú algo de mi tesis?
– Me encontré con una copia por casualidad -contestó la chica misteriosamente.
La irritación de Dag Svensson iba en aumento.
– Bueno, ¿me vas a explicar qué quieres? -insistió.
Sus miradas se cruzaron. De repente, Dag reparó en que los iris de Lisbeth eran de un color castaño tan oscuro que, con la luz, se volvían negro azabache. Se dio cuenta de que se había equivocado con su edad. Era mayor de lo que había pensado.
– Quiero saber por qué vas por ahí preguntando sobre Zala, Alexander Zala -dijo Lisbeth Salander-. Y, sobre todo, quiero saber exactamente qué sabes de él.
«Alexander Zala», pensó Dag Svensson, perplejo. Hasta ahora nadie había mencionado su nombre de pila.
Dag Svensson examinó a la chica que se encontraba sentada frente a él. Ella levantó la taza de café y bebió un sorbo sin dejar de mirarlo. Sus ojos resultaban completamente fríos. De pronto sintió un ligero malestar.
A diferencia de Mikael y los demás adultos del grupo -y a pesar de ser la persona que cumplía años-, Annika Giannini sólo había tomado cerveza sin alcohol, renunciando tanto al vino como al chupito de aguardiente para acompañar la comida. A eso de las diez y media de la noche estaba, por lo tanto, sobria y -ya que en ciertos aspectos consideraba a su hermano mayor un completo idiota del que, de vez en cuando, había que ocuparse- se ofreció generosamente a pasar por Enskede y luego llevarlo a casa. Total, de todos modos ya había pensado acercarlo a la parada de autobús de la carretera de Värmdö. No tardaría mucho más en dejarlo en la ciudad.
– ¿Por qué no te compras un coche? -se quejó, no obstante, cuando Mikael se abrochó el cinturón de seguridad.
– Porque a diferencia de ti, yo vivo a cuatro pasos de mi trabajo y sólo necesito el coche aproximadamente una vez al año. Además, hoy no podría haberlo cogido porque tu marido me ha invitado a aguardiente de Skåne.
– Empieza a asuecarse. Hace diez años te habría servido algún licor italiano.
Aprovecharon el trayecto para dedicarse a charlar de hermano a hermana. Aparte de una tía paterna un poco plasta, dos tías maternas algo menos plastas y algunos primos lejanos, Mikael y Annika no tenían más familia. Los tres años de edad que los separaban los tuvo bastante distanciados durante su adolescencia. De adultos, en cambio, se habían llegado a conocer mucho mejor.
Annika estudió Derecho y Mikael la consideraba la más inteligente de los dos. Se sacó la carrera con la gorra, pasó un par de años haciendo prácticas en un juzgado de primera instancia y luego trabajó como ayudante de uno de los fiscales más conocidos de Suecia, con quien estuvo hasta que se marchó para abrir su propio bufete. Annika se había especializado en Derecho familiar, algo que, con el tiempo, derivó en un compromiso por la igualdad entre los sexos. Se comprometió como abogada con las mujeres maltratadas, escribió un libro sobre el tema y se hizo con un nombre. Por si fuera poco, se metió en política y colaboró con los socialdemócratas, lo cual llevó a Mikael a pincharla por ser una oportunista. Ya desde muy joven, el propio Mikael había decidido que no podía pertenecer a un partido político y conservar su credibilidad periodística. Se abstenía incluso de votar y, en las ocasiones en las que lo hizo, nunca quiso revelar por quién. Ni siquiera a Erika Berger.
– ¿Cómo estás? -preguntó Annika cuando pasaron el puente de Skuru.
– Bueno, bien.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– ¿El problema?
– Te conozco, Micke. Has estado como ausente toda la noche.
Mikael permaneció un rato en silencio.
– Es una historia complicada. De momento tengo dos problemas. Uno tiene que ver una chica que conocí hace dos años, que me ayudó con el asunto Wennerström y que luego desapareció de mi vida sin más, sin ninguna explicación. No le he visto el pelo en más de un año. Hasta la semana pasada.
Mikael le contó la agresión sufrida por Lisbeth en Lundagatan.