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Se quedó leyendo los informes de Armanskij, sus balances económicos y su correo electrónico hasta las siete de la mañana. Finalmente asintió con actitud meditativa y apagó el ordenador. Entró en el cuarto de baño, se lavó los dientes y luego fue al dormitorio, donde se desnudó tirando la ropa al suelo. Se metió en la cama y durmió hasta las doce y media del mediodía.

El último viernes de enero la junta directiva de Millennium celebró su reunión anual. Participaron el contable de la empresa -un auditor externo- y los cuatro socios: Erika Berger (el treinta por ciento), Mikael Blomkvist (el veinte por ciento), Christer Malm (el veinte por ciento) y Harriet Vanger (el treinta por ciento). También se había convocado a la secretaria de redacción, Malin Eriksson, como representante del personal y presidenta del comité de empresa del sindicato. Dicho comité estaba compuesto por ella misma, Lottie Karim, Henry Cortez, Monika Nilsson y el jefe de marketing, Sonny Magnusson. Esta era la primera vez que Malin Eriksson asistía a una junta directiva.

Comenzaron a las cuatro y acabaron poco más de una hora después. Una gran parte del tiempo se dedicó a presentar el estado de cuentas y el informe de la auditoría. La junta pudo constatar que, en comparación con la crisis que les había afectado hacía dos años, Millennium gozaba de una situación económica estable. El informe del auditor daba cuenta de que la empresa había obtenido un beneficio neto de dos millones cien mil coronas, de los cuales más de uno provenía de los ingresos del libro de Mikael Blomkvist sobre el caso Wennerström.

A propuesta de Erika Berger, se decidió crear un fondo de un millón de coronas como colchón para futuras crisis, destinar doscientas cincuenta mil coronas no sólo a las más que necesarias reformas del local, sino también a adquirir nuevos ordenadores y otros equipamientos técnicos. Asimismo, se asignaron trescientas mil coronas a un aumento general de los sueldos y a ofrecerle al colaborador Henry Cortez un puesto a jornada completa. Con la cantidad restante se propuso conceder un dividendo de cincuenta mil coronas a cada uno de los socios, así como una bonificación de cien mil repartida a partes iguales entre los cuatro colaboradores fijos, independientemente de que trabajaran a tiempo parcial o completo. El jefe de marketing, Sonny Magnusson, no recibió ninguna bonificación. Él tenía un contrato que estipulaba que cobraría un porcentaje de los anuncios que vendiera, lo cual, periódicamente, lo convertía en el mejor pagado de todos los colaboradores. La iniciativa se aprobó por unanimidad.

La idea de Mikael Blomkvist de que el presupuesto destinado a los freelance se redujera para, de ese modo, permitir la contratación de otro reportero a tiempo parcial, dio lugar a una breve discusión. Mikael tenía en mente a Dag Svensson, quien así podría utilizar Millennium como base de sus actividades freelance y quien, quizá más adelante, podría obtener un puesto a jornada completa. La propuesta topó con la oposición de Erika Berger, quien consideró que la revista no podía apañárselas sin un número relativamente grande de textos freelance. Erika recibió el apoyo de Harriet Vanger, mientras que Christer Malm se abstuvo de votar. Se decidió no tocar el presupuesto destinado a los freelance, y analizar si podrían hacerse ajustes en otros gastos. Todo el mundo expresó sus ganas de contar con Dag Svensson como colaborador, por lo menos a tiempo parcial.

Tras una breve discusión sobre la futura orientación de la revista y sus planes de desarrollo, Erika Berger fue reelegida como presidenta de la junta para el año siguiente. Acto seguido, se levantó la sesión.

Malin Eriksson no dijo ni una sola palabra en toda la reunión. Hizo un cálculo mental y constató que los colaboradores iban a recibir una bonificación de veinticinco mil coronas, es decir: una cantidad equivalente a más de un mes de sueldo. No vio razón alguna para protestar contra esa decisión.

Nada más terminar la junta, Erika Berger convocó a los socios a una reunión extraordinaria. Eso significaba que Erika, Mikael, Christer y Harriet debían quedarse. Los demás abandonaron la sala. En cuanto la puerta se cerró, Erika declaró abierta la sesión.

– Tenemos un solo punto en el orden del día. Harriet, en el acuerdo alcanzado con Henrik Vanger decidimos que su participación como socio de la revista sería de dos años. Y el contrato vence ahora. Hemos de ver, por lo tanto, qué va a ocurrir con tu parte o, mejor dicho, con la de Henrik.

Harriet hizo un gesto de asentimiento.

– Todos sabemos que la participación de Henrik se debió a un acto impulsivo provocado por una situación muy especial -dijo Harriet-. Ahora las circunstancias son otras. ¿Qué proponéis?

Christer Malm rebulló inquieto en la silla. Era el único de la sala que ignoraba en qué consistía aquella situación especial. Sabía que Mikael y Erika le ocultaban la historia, pero Erika le había explicado que se trataba de un asunto sumamente personal que concernía tan sólo a Mikael, y que éste, bajo ningún concepto, quería abordar. Christer no era tan tonto como para no darse cuenta de que el silencio de Mikael tenía algo que ver con Hedestad y Harriet Vanger. También constató que no necesitaba saberlo para tomar una decisión en la cuestión principal, y respetaba lo suficiente a Mikael para no hacer una montaña del asunto.

– Los tres hemos hablado del tema y llegado a un acuerdo común -dijo Erika para, acto seguido, realizar una pausa y mirar a Harriet a los ojos-. Antes de comunicarte las razones de nuestra conclusión nos gustaría conocer tu punto de vista.

Harriet Vanger miró, uno a uno, a Erika, Christer y Mikael, en quien acabó deteniéndose. Pero fue incapaz de deducir nada de sus rostros.

– Si queréis comprar mi parte, os va a costar más de tres millones de coronas, más intereses, que es lo que la familia Vanger ha invertido en Millennium. ¿Os lo podríais permitir? -preguntó Harriet dulcemente.

– Sí -respondió Mikael, sonriendo.

Henrik Vanger le había pagado cinco millones de coronas por el trabajo efectuado. Irónicamente, uno de los objetivos era encontrar a Harriet Vanger.

– En ese caso, la decisión está en vuestras manos -dijo Harriet-. El contrato estipula que podéis dejar de contar con la familia Vanger a partir de hoy. Yo jamás habría redactado un contrato tan descuidado como el que formalizó Henrik.

– Podríamos comprar tu parte si nos viéramos obligados a ello -contestó Erika-. Por lo tanto, la cuestión es saber qué quieres hacer tú. Diriges un grupo industrial. Dos, para ser exactos. Todo nuestro presupuesto equivale al dinero que movéis vosotros mientras os tomáis un café. ¿Qué interés tienes tú en malgastar tu tiempo en algo tan insignificante como Millennium? La junta directiva celebra una reunión cada tres meses y tú, siempre puntual, has acudido a todas desde que entraste como sustituía de Henrik.

Harriet Vanger contempló a la presidenta de su junta directiva con una dulce mirada. Permaneció en silencio durante un largo rato. Luego miró a Mikael y contestó:

– Desde el mismo día en que nací siempre he sido propietaria de algo. Y me paso los días dirigiendo un grupo donde hay más intrigas que en una novela de amor de cuatrocientas páginas. Cuando empecé a participar en vuestra junta, lo hice para cumplir con unas obligaciones que no podía declinar. Pero ¿sabéis una cosa? A lo largo de estos dieciocho meses he descubierto que me encuentro más a gusto en esta junta directiva que en todas las demás.

Mikael movió la cabeza en un gesto reflexivo. Harriet miró a Christer.

– La junta directiva de Millennium es como un juguete. Vuestros problemas son pequeños, comprensibles y abordables. Naturalmente, la empresa desea obtener beneficios y ganar dinero; es uno de los requisitos. Pero vuestras actividades persiguen un objetivo completamente distinto: queréis conseguir algo.

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