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– ¿Qué te ha pasado en la mano?

Dave la miró con atención. Había tenido todo el día para inventar una excusa, pero se había olvidado de hacerlo.

– ¡Ah! ¿Esto? Estaba ayudando a un colega a trasladar un sofá y me di un golpe contra la jamba de la puerta mientras lo subíamos por la escalera.

Jimmy ladeó la cabeza, fijó la mirada en los nudillos y en la piel amoratada en tre los dedos, y exclamó:

– ¡Ah, bien!

Dave notó que no se lo creía y pensó que necesitaba inventarse una mentira más convincente para la siguiente persona que se lo preguntara.

– ¡Algo de lo más tonto! -precisó Dave-. ¡Uno se puede hacer daño de tantas formas!

En ese momento Jimmy le estaba mirando fijamente a los ojos, sin pensar en la mano. Aflojando la tensión del rostro, le dijo:

– Estoy muy contento de volver a verte.

«¿De verdad?», estuvo a punto de decir Dave.

En los veinticinco años que hacía que conocía a Jimmy, no recordoba haber tenido nunca la sensación de que Jimmy estuviera contento de verle. Algunas veces, había notado que a Jimmy no le importaba verle, pero eso no era lo mismo. Incluso cuando sus vidas volvieran a encontrarse, al haberse casado con dos primas hermanas, Jimmy nunca le dio el más mínimo indicio de recordar que él y Dave habían sido algo más que conocidos. Después de un tiempo, Dave había empezado a aceptar como verdadera la versión que Jimmy tenía de su relación.

Jamás habían sido amigos. Nunca habían jugado al stickball ni a dar patadas a las latas ni al póquer en la calle Rester. No habían pasado un año entero jugando todos los sábados con Sean Devine, haciendo batallitas en la cantera de grava de las afueras de Harvest, saltando de tejado en tejado en las naves industriales cercanas al Pope Park, viendo Tiburón en el cine Charles, acurrucados en los asientos y gritando. Nunca habían hecho derrapar la bicicleta juntos ni habían discutido por ver quién haría de Starsky o quién haría de Hutch, ni a quién le tocaba hacer de KoIchak en The Night Stalker . Tampoco se habían estrellado con el trineo al bajar por Somerset Hill a toda pastilla durante los primeros días de la tormenta de nieve de 1975. Y el coche que olía a manzanas jamás se había detenido en la calle Gannon.

Con todo, ahí estaba Jimmy Marcus, el día después de encontrar muerta a su hija, diciéndole que estaba contento de volver a verlo; Dave sintió lo mismo que dos horas antes con Sean, que Jimmy decía la verdad.

– Yo también estoy encantado de volver a verte, Jim.

– ¿Cómo lo llevan nuestras chicas? -preguntó Jimmy, y esbozó una sonrisa traviesa que le llegó casi a los ojos.

– Supongo que están bien. ¿Dónde están Nadine y Sara?

– Con Theo. Da las gracias a Celeste de mi parte, ¿quieres? ¡No sé que habríamos hecho sin ella!

– Jimmy, no tienes por qué agradecerlo a nadie. Celeste y yo estamos encantados de poder echar una mano en todo lo que podamos.

– Ya lo sé. -Jimmy alargó la mano y le dio un apretón a Dave en el antebrazo-. Gracias.

En ese instante, Dave habría levantado una casa por Jimmy y la hahría sostenido con el pecho hasta que éste le dijera dónde la tenía que colocar.

Casi olvidó por qué había salido al porche: necesitaba contar a Jimmy que había visto a Katie el sábado por la noche en el McGills. Tenía la necesidad de contárselo antes de que pasara demasiado tiempo y de que Jimmy empezara a preguntarse por qué no se lo había dicho antes. Necesitaba contarlo a Jimmy antes de que éste se enterase por otra gente.

– ¿Sabes a quién he visto hoy?

– ¿A quién? -preguntó Jimmy.

– A Sean Devine -respondió Dave-. ¿Te acuerdas de él?

– ¡Claro! -exclamó Jimmy-. Aún guardo su guante.

– ¿Qué?

Jimmy hizo un gesto con la mano para quitarle importancia y añadió:

– Ahora es policía. De hecho, es el que se ocupa de investigar el… asunto de Katie. Bueno, es el que lleva el caso, como dicen ellos.

– Sí -asintió Dave-. Han pasado a verme.

– ¿De verdad? -preguntó Jimmy-. ¿Por qué ha ido a verte, Dave?

Dave, haciendo un esfuerzo para que pareciera natural y espontáneo, respondió:

– Porque me encontraba en el McGills el sábado por la noche. Katie estaba allí. Sean vio mi nombre en la lista de gente que había estado ese día en el bar.

– Katie estaba allí -repitió Jimmy, alejando la mirada y empequeñeciendo los ojos-. ¿Viste a Katie el sábado por la noche, Dave? ¿A mi Katie?

– Sí, Jim. Lo que te quiero decir es que yo estaba allí y ella también. Después se marchó con sus dos amigas y…

– ¿Con Diane y Eve?

– Sí, esas chicas con las que siempre salía. Se marcharon y eso fue todo.

– Eso fue todo -repitió Jimmy, con la mirada perdida.

– Bien, eso es todo lo que sé. Mi nombre aparecía en la lista.

– Sí, ya lo has dicho antes. -Jimmy sonrió, pero no a Dave, sino a algo que debía de haber visto al mirar a lo lejos-. Esa noche, ¿llegaste a hablar con ella?

– ¿Con Katie? No, Jim. Estaba viendo el partido con Stanley el Gigante. Sólo la saludé desde lejos y cuando volví a levantar la cabeza ya se había marchado.

Jimmy permaneció en silencio un momento, inspirando aire por la nariz y haciendo repetidos gestos de asentimiento con la cabeza. Al cabo de un rato, se volvió hacia Jimmy, le dedicó una pequeña sonrisa, y,dijo:

– Está bien.

– ¿El qué? -preguntó Dave.

– Estar aquí afuera sentado. Sentado sin hacer nada.

– ¿Sí?

– Sí, simplemente sentarse y observar al vecindario -manifestó Jimmy-. Uno se pasa la vida arriba y abajo a causa del trabajo, los hijos y todo lo demás y excepto cuando duermes, nunca tienes tiempo de bajar el ritmo. Por ejemplo, hoy, un día muy poco corriente, aún tengo que ocuparme de ciertos detalles. Tengo que llamar a Pete y a Sal y asegurarme de que van a encargarse de la tienda. Tengo que ocuparme de asear y vestir a las niñas cuando se despierten, vigilar que mi mujer no se venga abajo -le dedicó una sonrisa un tanto extraña y se inclinó hacia delante, balanceándose un poco, con las manos muy juntas-. Tengo que estrechar manos, aceptar pésames, hacer sitio en la nevera para toda esa comida y las cervezas, aguantar a mi suegro, y después tengo que llamar a la oficina del forense para saber cuándo nos entregarán el cadaver de mi hija, puesto que debo hacer los preparativos con la funeraria Reed y con el padre Vera de Santa Cecilia, encontrar a un proveedor para el velatorio y una sala para después del funeral y…

– Jimmy -sugirió Dave-, nosotros podemos encargarnos de algunas de esas cosas.

Sin embargo, Jimmy siguió hablando, como si Dave ni siquiera estuviera allí.

– … no puedo meter la pata, no puedo permitirme el lujo de cagarla, porque sería como si ella muriera de nuevo y, de aquí a diez años, lo único que la gente recordaría es que su funeral fue un desastre, y no puedo permitir que nadie se lleve esa impresión, ¿sabes?, porque si algo se puede decir de ella desde que tenía unos seis años, es que era muy aseada, que se ocupaba de su ropa; y sí, está bien, salir aquí afuera y quedarse sentado, sin hacer nada más que contemplar el barrio e Intentar pensar en algo relacionado con Katie que me haga llorar, porque, te juro, Dave, que el hecho de no haber llorado aún está empezando a mosquearme; se trata de mi propia hija y todavía no he sido capaz de llorar, joder.

– Jim.

– ¿Sí?

– Ahora estás llorando.

– ¡No me digas!

– ¡Tócate la cara y lo verás!

Jimmy lo hizo y notó las lágrimas que le bajaban por las mejillas. Apartó la mano y se quedó mirando los dedos húmedos un momento.

– ¡Vaya! -exclamó.

– ¿Quieres que te deje solo?

– No, Dave, no. Quédate un poco más conmigo, si te va bien.

– Claro que me va bien, Jim. ¡Faltaría más!

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[10] Variedad de béisbol que suele jugarse en la calle o en el parque, y en la que se usa una pelota de goma y un palo de escoba o algo similar, en vez de la pelota de béisbol reglamentaria y su correspondiente bate. (N. de la T.)

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[11] Serie televisiva norteamericana que ha sido designada como el «Expediente X» de los años setenta. Se basa en la historia de Kolchak, un periodista que trabaja para el Independen News Service de Chicago.(n. de la T.)

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