«Regresaré a ti, Celeste. Conseguiremos que la vida nos sonría. Lo haremos. Y después, te prometo que no habrá más mentiras. No más secretos. Pero creo que debo decir esta última mentira, la peor de toda una vida llena de mentiras, porque no puedo decir la peor verdad de mi vida. Prefiero que piense que maté a su hija a que sepa por qué asesiné a ese pederasta. Es una buena mentira, Celeste. Nos devolverá la vida.»
– Cuéntamelo -insistió Jimmy.
Dave le contó lo más parecido a la verdad que se le ocurrió:
– Esa noche la vi en el McGills y me recordó un sueño que había tenido.
– ¿Qué tipo de sueño? -preguntó Jimmy, con la cara hundida y la voz cascada.
– Un sueño de juventud -contestó Dave.
Jimmy bajó la cabeza.
– No recuerdo haber sido joven -declaró Dave-, y supongo que ella representaba ese sueño. Sencillamente se me fue la cabeza.
Le destrozó tener que explicarle aquello a Jimmy, destruirle de aquel modo, pero Dave sólo quería irse a casa, ordenar sus ideas y ver a su familia, y si eso era lo que tenía que hacer para conseguirlo, lo haría. Iba a hacer las cosas bien. Y un año más tarde, cuando hubieran detenido y condenado al verdadero asesino, Jimmy entendería su sacrificio.
– Hay una parte de mí -confesó Dave- que nunca salió de aquel coche, Jimmy. Tal y como tú dijiste. Otra persona regresó al barrio vestida con la ropa de Dave, pero no era el Dave verdadero. Dave todavía seguía en el sótano.
Jimmy hizo un gesto de asentimiento, y cuando alzó -la cabeza, Dave se dio cuenta de que tenía los ojos húmedos y vidriosos, llenos de compasión, quizá incluso de amor.
– Entonces, ¿fue por ese sueño? -preguntó Jimmy en un susurro.
– Sí -respondió Dave, y sintió la frialdad de su mentira que se esparcía por todo su estómago, volviéndose tan intensa que pensó que tal vez estuviera hambriento, pues hacía tan sólo unos minutos que acababa de vaciar sus tripas en el río Mystic.
No obstante, era un frío diferente, distinto a cualquiera que hubiera sentido antes. Un frío helado. Tan frío que era casi caliente. No, era caliente. Era una sensación abrasadora que le bajaba por la ingle, le subía por el pecho y le cortaba la respiración.
Por el rabillo del ojo, vio cómo Val Savage daba un salto y gritaba:
– Sí, eso mismo es de lo que yo estoy hablando.
Le miró a los ojos. Jimmy, que movía los labios con demasiada rapidez y lentitud a la vez, dijo:
– Si enterramos nuestros pecados aquí, Dave, los purificaremos. Dave se sentó y observó cómo la sangre le brotaba y le goteaba por encima de los pantalones. Era su propia sangre, y cuando se llevó la mano al abdomen, se percató de que tenía una raja que iba de un extremo a otro.
– Me has mentido -protestó.
Jimmy, agachándose junto a él, le preguntó:
– ¿Cómo dices?
– Que me has mentido.
– ¿Ves cómo se le mueven los labios? -exclamó Val-. ¡Está moviendo los labios!
– ¡Ya lo veo, Val!
Dave sintió cómo la certeza le invadía, y era la certeza más desagradable a la que jamás se había tenido que enfrentar. Era mezquina e indiferente. Era cruel, y consistía sólo en saber que se estaba muriendo.
«No hay vuelta atrás. No puedo hacer trampas y escaparme de ésta. No puedo suplicar que me perdonen ni esconderme tras mis secretos. No hay ninguna esperanza de que me indulten por compasión. Compasión, ¿de quién? A nadie le importa. A nadie le importa. Pero a mí sí, a mí me importa y mucho. Y no es justo. Soy incapaz de atravesar ese túnel completamente solo. Por favor, no lo permitas. Por favor, despiértame. Quiero despertarme. Quiero sentirte, Celeste. Quiero que me estreches entre tus brazos. Todavía no estoy preparado.»
Se esforzó por ver con claridad, al tiempo que Val le entregaba algo a Jimmy y éste lo ponía en la frente de Dave. Estaba frío. Era un círculo de frescor y de amabilidad que le aliviaba de su ardiente sensación.
«¡Espera! ¡No, no, Jimmy! Ya sé lo que es. Atisbo el gatillo. ¡No, no, no, no! ¡Mírame! ¡Fíjate en mí! ¡No lo hagas, por favor! Si me llevas al hospital, me curarán y no moriré. ¡Te lo suplico, Jimmy, no aprietes el gatillo! ¡Te he mentido, por favor, no lo hagas! ¡Aún no estoy preparado para que me metan una bala en el cerebro! Nadie lo está. ¡Por favor, no lo hagas!»
Jimmy dejó de apuntarle con la pistola.
– Gracias -dijo Dave-. Gracias, gracias.
Dave se echó hacia atrás y vio cómo los rayos de luz brillaban sobre el puente, atravesando la negrura de la noche, resplandecientes. «Gracias, Jimmy. De ahora en adelante me voy a portar bien. Me has enseñado algo. De verdad que lo has hecho. Te diré lo que me has enseñado tan pronto como recupere el aliento. Seré un buen padre. Seré un buen marido. Lo prometo. Juro que…»
– ¡Bien, ya está! -exclamó Val.
Jimmy observó el cuerpo de Dave, el corte que le atravesaba el abdomen, el agujero de bala que le había perforado la frente. Se desprendió de los zapatos de una patada y se quitó la chaqueta. A continuación, se sacó el suéter de cuello alto y los pantalones color caqui que se habían manchado de la sangre de Dave. Se despojó del chándal de naiIon que llevaba debajo y lo lanzó a la pila que había junto al cuerpo de Dave. Oyó cómo Val colocaba los bloques de hormigón y una cadena en el bote de Huey, y luego Val regresó con una gran bolsa de basura verde. Debajo del chándal, Jimmy llevaba una camiseta y pantalones vaqueros; Val sacó un par de zapatos de la bolsa de basura y se los lanzó. Jimmy se los puso y comprobó que no hubiera ningún rastro de sangre en la camiseta y en los vaqueros. No había ni una sola mancha. Ni siquiera el chándal se había manchado.
Se arrodilló junto a Val y metió su ropa dentro de la bolsa de basura. Después llevó la navaja y la pistola hasta uno de los extremos del muelle y los tiró uno tras otro al centro del río Mystic. Podría haberlos colocado dentro de la bolsa junto con la ropa, y lanzarlos más tarde desde el bote con el cuerpo de Dave, pero, por el motivo que fuera, necesitaba hacerlo en aquel momento, y experimentar el movimiento del brazo en el aire y cómo las armas daban vueltas en espiral, se arqueaban, caían en picado, y se hundían con un suave chapoteo.
Se arrodilló junto al agua. Ya hacía un buen rato que los vómitos de Dave se habían alejado río abajo, y Jimmy sumergió las manos en el río, grasiento y contaminado como estaba, para lavarse los restos de la sangre de Dave. A veces, en sueños, hacía lo mismo (lavarse en el Mystic) cuando la cabeza de Ray Harris salía de nuevo a la superficie y le miraba fijamente.
Ray Harris siempre decía lo mismo: «Es imposible correr más que un tren». y Jimmy, confundido, le replicaba: «Tienes razón, Ray».
Ray, sonriente, se hundía de nuevo, y añadía: «Y tú, mucho menos».
Trece años de aquellos sueños, trece años viendo la cabeza de Ray flotando en el agua, y Jimmy aún no sabía qué quería decir con eso.