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Tras una copa de vino me empiezan a saltar las lágrimas. Para contenerlas, pido a mis guardaespaldas que traigan fuegos artificiales. Al principio se sorprenden; todos saben que tengo aversión al estruendo y al humo espeso. Es cierto que he tenido los nervios a flor de piel. Pero estoy desesperada por disimular mis sentimientos y acabar con las sospechas del público de que estoy cayendo en desgracia de Mao.

Mis guardaespaldas vuelven con las manos vacías. Las normas de seguridad no permiten los fuegos artificiales ante el Gran Salón del Pueblo.

Me trae sin cuidado. ¡Soy Jiang Qing! ¡Quiero verlos aquí en menos de veinte minutos o estaréis despedidos! ¡Robadlos si es preciso!

Media hora más tarde los guardaespaldas vuelven con cajas de petardos.

Empiezan los ruidos, semejantes a disparos, y los fuegos artificiales cubren el cielo. Los petardos van arriba y abajo, y de un lado a otro. Río hasta que se me saltan las lágrimas. Odio a Mao. Me odio a mí misma por ir por este camino.

Cuando llega el jefe de seguridad del salón y trata de detenerme, le lanzo un «dragón de tierra». Los petardos salen disparados como cuerdas mágicas, cercándolo y dejando quemaduras negras en su ropa.

Mis guardaespaldas me imitan. Le «disparan» en el pecho y en los pies hasta que finalmente retrocede.

Ella cambia. Los altibajos de su estado de ánimo reflejan el humor de Mao y el trato de éste hacia ella. En público se muestra más fanática que nunca de Mao. Vive en Shanghai y hace llevar uniforme militar a todos los miembros de su compañía de ópera. Les dice que hay que tomar cada representación tan en serio como una batalla. Para ella es más que cierto. Tiene la sensación de que debe luchar por el derecho a respirar. Se vuelve histérica y nerviosa. Nada dura eternamente, comenta sin que venga a cuento. La noche que duerme bien se despierta pensando en su pasado. Un día revela a su cantante de ópera predilecta un secreto: ¿Sabes?, éste es el mismo escenario en el que interpreté a Nora.

Se pregunta qué ha sido de Dan. La última vez que lo vio fue en el escenario. Ha estado representando a emperadores y héroes de toda clase. La imagen sigue siendo grandiosa e irresistible. Desde la Revolución Cultural su nombre ha desaparecido de los periódicos y las revistas. De pronto lo desea. Ahora comprende por qué la viuda emperatriz se obsesionó con actores. Saciada pero hambrienta. Respirando pero sintiéndose como enterrada viva. Está esta necesidad de aferrarse a las fantasías.

No puede tocarlos, pero los guarda como posesiones. Está rodeada de hombres guapos e inteligentes. Hombres en cuyos ojos se ve una vez más como diosa. Sus favoritos son Yu Hui-yong, el compositor, Haoliang, el actor de ópera, Liu Qingtang, el bailarín, y Zhuang Zedong, el campeón de ping pong mundial. Sólo hay un hombre que no se postra ante ella. Se muere por él porque reconoce su talento; comparado con los emperadores que él representa, Mao parece un impostor. Y sin embargo no puede soportarlo. Delante de él se siente derrotada.

Vuelven a encontrarse mientras ella disfruta de unas breves vacaciones en el lago Oeste. Están alojados por casualidad en el mismo hotel. Dan ha estado documentándose para la Biografía de Lu Xun, una película que sueña con hacer. Se encuentran en el vestíbulo. Ella lo reconoce, pero él no da muestras de hacerlo. Cuando le sigue hasta su habitación, él se sorprende. Se estrechan la mano. Esa noche ella se siente intranquila. Ya no le basta con un apretón de manos. La próxima vez que se lo encuentra lo abraza. Le echa los brazos al cuello y busca su boca con los labios.

Él se queda paralizado, pero no se aparta. El beso dura largos segundos. Es un buen actor. Ella finalmente lo suelta.

Están sentados uno frente al otro en un salón de té. Él comenta que tiene muy buen aspecto. «El lugar más elevado es el más frío», responde ella recitándole un viejo poema.

Él palidece, pero sigue adelante con su actuación. Ella está convencida de que él está igual de interesado. Hablan de arte. Ella comenta que de los papeles que él ha hecho el que más le ha gustado es el de mariscal de la dinastía Ching. Él le pregunta si podría levantar la prohibición. Se produce un silencio. Ella le pregunta si ha pensado alguna vez en ella en todos estos años. Él sonríe y al principio no responde. Al cabo de un rato dice: Buda siempre me concede lo contrario de lo que le pido en mis oraciones.

Ella sonríe. Te concederé lo que has estado rezando que ocurra esta noche.

Él hace una pausa y responde: Pero me he convertido en un hombre sin agallas.

A mis ojos siempre serás el valiente Dan. Dime, ¿qué fue de ti después de Casa de muñecas? ¿Cómo está Lucy?

He tenido una racha de mala suerte, suspira él. Los partidarios de Chang Kai-shek me encarcelaron como sospechoso comunista. Me tuvieron en la prisión del desierto Xin-jiang cinco años. Dijeron a Lucy que yo había muerto y ella se casó con mi amigo Du Xuan. Yo…

Dan, me gustaría que lloráramos juntos esta noche. Beberemos el licor imperial que he traído de Pekín. Lo pasaremos bien. Aquí tienes mi llave.

Ella espera e imagina. Cuenta los minutos. Las diez y media, y Dan sigue sin aparecer; ha dejado el hotel.

El aire muerde y el agua envenena. Ella siente como que está perdiendo pie mientras trama cómo hacerse con los zapatos nuevos de otros.

Encierran a Dan a raíz de este incidente. El pretexto son las típicas orejas de burro que reparte la Revolución Cultural: «Agente de Chang Kai-shek». La celda recuerda a Dan un escenario en el que hizo de comunista clandestino. La pared tiene casi un metro de grosor y está a más de nueve metros bajo tierra. Vive en total oscuridad y le dan dos tazones de sopa líquida al día. Le entregan herramientas para que acabe con su vida.

Durante quince años Dan lucha por ver la luz. Cuando salí no podía ni andar una manzana, dice cuando lo dejan en libertad tras la caída de la señora Mao en 1977. Mi segunda mujer trató de divorciarse de mí. Mis hijos me demostraron su resentimiento uniéndose a la Guardia Roja. En un mitin mi hijo cogió un látigo y me azotó.

¿Cómo voy a distinguir la vida real de una película?

Las secuencias filmadas son decepcionantes. La dirección es rígida y la interpretación poco convincente. La iluminación es demasiado sombría y la cámara no enfoca el ángulo adecuado. Antes del almuerzo ordeno detener la producción. Todos están aterrorizados. Eso me hace sentir un poco mejor. Pero los buenos momentos no duran. Alguien se atreve a expresar su opinión. ¡Qué oportuno! Es un director de escena. Dice que deberíamos seguir filmando. El presidente Mao nos ha dado instrucciones de promocionar las óperas. No deberíamos dejar de trabajar en tan honrosa misión. El mayor idiota de China es ahora el que no sabe leer mis pensamientos. De modo que lo despido en el acto. Veréis, puedo hacerlo sin esfuerzo. No necesito suplicar a nadie.

La actriz principal rompe a llorar y cree que ella es la razón de que yo esté contrariada. La despido también. ¡No puedo soportar los personajes patéticos! Ojalá pudiera despedirme a mí misma. Es un papel horrible el que estoy interpretando. No hay modo de hacerlo brillar. Nada funciona. Mi papel es irrisorio. Tengo el poder de paralizar la nación pero soy incapaz de granjearme el cariño de un solo individuo.

El estado de ánimo de Jiang Qing empieza a cambiar de forma drástica. En menos de un mes ha despedido a la mitad del equipo de rodaje. Las producciones se han convertido en un caos. Al final las cámaras dejan de rodar. Ella sigue buscando al enemigo. Atrapada cada vez más profundamente en su propia infelicidad, ve veneno en su tazón y asesinos detrás de cada pared.

La señora de la mansión, Shang-guan Yun-zhu, lleva desde esta mañana tratando de ponerse en contacto con su amante Mao. Quiere decirle que ha estado leyendo poemas sobre el Gran Vacío. Está cansada de su papel de querida y harta de la interminable espera. Quiere decirle que echa de menos actuar. Ha estado viendo películas producidas por el Estudio de Cine de Shanghai y ha reconocido papeles que fueron creados en un principio para ella. Quiere hablarle de las llamadas amenazadoras que ha recibido de los agentes de Jiang Qing pidiéndole que empiece a «contar sus días». Pero no puede contactar con Mao; le han desconectado el teléfono y sus criadas han desaparecido.

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