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Doy a Chun-qiao diez días para que me presente a Yu. Finalmente, cuando estoy en mitad de una representación de Conquistando la montaña del tigre con ingenio en el Salón de la Clemencia, Chun-qiao se acerca a mí con la noticia de que han escoltado a Yu hasta Pekín.

¿Dónde está?, pregunto, tan excitada que elevo el tono de voz. El actor que está en el escenario cree que le grito a él y se come líneas.

Yu se encuentra en estos momentos en la Casa de Huéspedes de Pekín, susurra Chun-qiao a mi oído. Está en un estado lamentable. No ha tenido oportunidad de quitarse el uniforme de la prisión y huele a bacín.

¡Tráelo!

Media hora más tarde llega Yu Hui-yong. En cuanto la señora Mao, Jiang Qing, divisa al medio fantasma medio hombre, se levanta y se acerca rápidamente a él. Extiende los brazos y le ofrece las dos manos. Lamento no haberte conocido antes, Yu.

El dramaturgo empieza a temblar. Es incapaz de pronunciar una palabra. Parece un viejo enfermo de pelo blanco y barba desarreglada. Lleva un traje prestado. ¿Cómo podré corresponder jamás a su amabilidad, señora?, llora.

Trabajando conmigo, responde la señora Mao.

Para entonces la obra ha terminado. El telón baja y vuelve a levantarse. Los actores se colocan en hilera y el público aplaude. Los aplausos se hacen más fuertes. Los guardas de seguridad corren de acá para allá entre el escenario y el público. Es la señal para que la señora Mao suba al escenario. Yu se levanta lloroso para dejar pasar a su redentora.

Ven, Yu, dice la señora Mao. Sube conmigo al escenario.

El hombre está perplejo.

La señora Mao lo coge por el brazo y lo empuja sonriente. El hombre la sigue.

Una vez en el escenario, la señora Mao, Jiang Qing, se sitúa en el centro con Yu a su derecha. Los dos aplauden y posan para las fotos.

El romanticismo de las composiciones de Yu me conmueve. Estar con él es como soñar despierta. No es tan atractivo físicamente, ni alto ni corpulento, y tiene la frente amplia y la mandíbula demasiado cuadrada. Pero debajo de sus pobladas cejas hay unos ojos brillantes. Veo en ellos a un gran artista. Como los dos somos de la misma provincia de Shangdong, podemos reflexionar sobre nuestras melodías preferidas de la infancia. Lo invito cada día a tomar el té. Él se muestra humilde en extremo. No se sienta sin pronunciar una larga retahíla de gracias. No abre la boca a menos que yo le exija un comentario. Siempre lleva un bloc de notas y lo abre cuando hablo. Espera. Me da risa lo serio que es. Lo tonto. Le digo que no quiero que me trate como a un retrato de la pared. Quiero que se divierta y quiero divertirme. Ya ha habido suficiente tensión en mi vida. Piensa en un modo de relajarme. Esta noche no hablaremos de trabajo. Diremos bobadas.

Tarda semanas en sentirse cómodo conmigo. Finalmente vuelve a ser él mismo. Empieza a traer instrumentos para tocar para mí mientras tomamos té. Un violín de dos cuerdas, una flauta y una guitarra de tres cuerdas. Es una joya. Charlamos y él me tararea canciones que se cantan en los arrozales, música de tambores y antiguas óperas que imitan el ruido de vientos del desierto. A veces lo acompaño y canto arias del Romance del pabellón oeste. Nos tomamos el pelo y nos echamos a reír. No tiene muy buena voz pero canta de una forma encantadora. Tiene un estilo propio. Su alma está impregnada de música. Como una estudiante le hago preguntas. En esos momentos es cuando se muestra más seguro de sí mismo. Me trae libros que ha escrito. Se titulan: Colección de tambores de Shangdong, Colección de canciones populares de Jiao-dong, Canciones del bosque de Shan-bei y Clásicos de un banjo de cuerda.

El placer es inmenso. Sin embargo no puedo expresarme del todo. Mi posición le intimida. Siempre hay una barrera entre nosotros. Para todo el mundo en China soy la mujer de Mao. Ningún hombre puede tener pensamientos personales sobre mi persona. Aunque me gustaría intimar más con Yu, me contengo. Lo peor de nuestra amistad es que me contesta como un sirviente. Sólo consigue hacerme sentir más sola mientras escucho su apasionada música.

Seguimos adelante. Hago todo lo posible por no mencionar a Mao. De hecho, nunca me hace preguntas sobre lo que hago después del trabajo. Pero sé que a veces se siente intrigado. Así y todo no se atrevería. Nos quedaríamos sin saber qué decirnos. Él encuentra excusas para irse. Es sensible y débil cuando te enfrentas a él. Le ruego que se quede y él insiste en marcharse. Varias veces al día hacemos lo que llamo un «movimiento de sierra». A veces en público. La gente se queda confundida cuando me oye levantarle la voz.

¡Nunca me escuchas, Yu Hui-yong!, grita ella casi histérica. Llegará el día en que rompamos. ¡Y no lo sentiré!

Él coge la puerta y se marcha. Nunca dice nada cuando ella está enfadada. Más tarde la gente explica a Jiang Qing que él no ha parado de llorar en todo el camino de vuelta al Teatro de la Ópera de Pekín. No tiene casa y vive en una especie de trastero cerca de los bastidores. Ha hecho en público el juramento de que sólo vive para servir a la señora Mao. No le importa si eso le cuesta su relación con su mujer. Sólo quiere impresionar a Jiang Qing. Así es como corresponde a su amabilidad, con la música y con su vida. Su salud está empeorando. Tiene serios problemas de estómago y le duele el hígado. Pero nunca se queja. Dirige ensayos día y noche. Come de forma desordenada y no tiene noción del tiempo. A menudo retrasa las horas de las comidas y sin darse cuenta mata de hambre a los actores. Hace esperar a los de la cafetería. Se ha convertido en una costumbre que Yu haga el descanso del almuerzo a las cuatro de la tarde.

Ella no comprende. Se siente dolida y, sin embargo, espera que él vuelva. Cuando no puede soportarlo más, envía a su secretaria para exigir de Yu una «autocrítica». Él no le entrega ningún papel. Pero entiende que la señora Mao le está pidiendo que vuelva. Le envía una cinta de un trabajo empezado. Por lo general una canción que acaba de componer. Una de esas canciones se llama «No seré feliz si no canto».

Es una relación extraña. Con la intensidad de una relación amorosa. A fin de tenerlo a su lado ella lo asciende a nuevo jefe del Departamento de Cultura. Pero él declina la oferta y expresa su falta de interés en la política. Ella se ofende porque cree que la menosprecia. Él discute y trata de demostrarle su lealtad. Para impresionarla produce más obras. Está dejando su huella en todas las óperas y ballets de ella. Realza al personaje femenino. Se entrega a una diosa y lucha por ella. A fin de persuadir a las compañías de teatro para que prueben su nueva pieza musical, y sustituyan el shao-sheng (protagonista masculino con voz de falsete) por el lao-sheng (protagonista masculino con voz natural), dirige semanas de seminarios para educar a los actores y los directores de compañías. Para que la orquesta toque su combinación de instrumentos occidentales y orientales, demuestra la armonía separando y juntando los arreglos. Reduce el tiempo en escena del personaje masculino y lo dedica a los femeninos, hasta que al final sólo hay heroínas.

Cuando le presenta las nuevas producciones, ella se siente enormemente impresionada y profundamente conmovida. En muchos sentidos tiene la sensación de que es su alma gemela. Siente un gran afecto por él.

El impacto de las óperas empieza a notarse. Las arias son emitidas por radio por toda la nación. Las masas saben la letra y tararean las melodías. La Revolución Cultural está en su punto crítico. Las óperas aumentan la popularidad de la señora Mao, Jiang Qing, que se convierte en la superestrella de cada casa. Se vuelve ambiciosa. ¡Quiero que hagan películas de todas mis óperas y ballets! No espera a que la propuesta sea aprobada por la burocracia. Acude al Tesoro Nacional y exige fondos. Da un enfoque político al asunto. Será una prueba de tu lealtad hacia Mao.

Le conceden el deseo.

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