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Estamos flotando por el lago Oeste. Es un otoño dorado. Los juncos están gruesos y ya han salido las aneas. El lago está bordeado de sauces llorones, y por ciertas partes está cubierto de hojas de loto. Conectados con la playa mediante un puente hay unos pabellones de diversos estilos que se han construido a lo largo de las dinastías. El lugar está lleno de rocas intrincadas y rodeado de chopos, melocotoneros y albaricoqueros. El famoso Puente Roto está hecho de mármol blanco y granito. Delgado y arqueado, parece un cinturón.

No hay nadie más aparte de nosotros dos.

Mao parece absorto en la belleza. Al cabo de un rato levanta la barbilla para que le dé el sol en la cara.

Los recuerdos me vienen a la memoria en tropel. La época de Yenan y más allá. Estoy llorando. No de amor, sino por lo que he soportado. Y cómo me he salvado una vez más. El triunfo de mi voluntad y mi negativa a darme por vencida.

¿Te he contado cómo descubrí el lago Oeste? Mao habla de pronto, con la vista clavada en un lejano pabellón. Por una jarra de cerámica pintada de poca calidad que me trajo un viejo pariente que lo había visitado. En la jarra había dibujado un mapa de los puntos más destacados del lago. El agua, los árboles, los pabellones, los templos, los puentes y las galerías. Estaban claramente dibujados y acompañados de elegantes títulos. Como todos los niños del campo yo tenía pocas oportunidades de encontrar ilustraciones, de modo que me llevé la jarra a mi habitación y la estudié. Con los años me familiaricé tanto con las escenas que entraron en mis sueños. Cuando visité más tarde el lago de adulto, tuve la sensación de que era un lugar que conocía muy bien. Fue como volver a entrar en mis viejos sueños.

¿Cómo? ¿Se atreve alguien a no escuchar al presidente Mao? La voz de Chun-qiao está llena de sorpresa.

Jiang Qing balancea la barbilla y su tono se vuelve misterioso. Cuento con todo el apoyo del presidente Mao para contraatacar. Repite la frase como si disfrutara oyéndola.

¡Todo su apoyo! Chun-qiao exhala y aplaude.

Así veo la situación, continúa Jiang Qing. El factor clave es Hairui es despedido de la oficina.

Chun-qiao se recuesta y se peina con los dedos. Por usted, señora Mao, estoy dispuesto a mojar mi pluma en los jugos de mi cerebro.

Ella le tiende la mano para que él se la estreche y le susurra al oído: Pronto los asientos del Politburó estarán vacíos y alguien tendrá que ocuparlos.

No bebo, pero hoy voy a hacerlo para demostrar que a partir de ahora mi vida está en tus manos. Vamos, Chun-qiao, ¡salud! Bebemos mai-tais. Son más de las doce de la noche y seguimos con la moral alta. Estamos ultimando los detalles de nuestro plan. Estamos seleccionando a socios para el trabajo.

Chun-qiao propone a su discípulo Yiao Wen-yuan, que es el jefe del Departamento de Propaganda de Shanghai. Lo he estado observando. Empezó a demostrar su talento político durante el movimiento anticonservador. Se le conoce por sus críticas al libro de Bajin, Humanidad. Es un arma resistente. La gente lo llama «el Bastón de Oro». Su pluma ha derribado a varias figuras inamovibles.

¡Bien! Necesitamos bastones de oro, respondo. Bastones de hierro y de acero. Nuestros adversarios son tigres de dentadura de acero.

Su siguiente reunión con Mao pone en marcha la historia.

El 10 de noviembre de 1965 se levanta el telón de la epopeya de la Revolución Cultural del Gran Proletariado. Al principio es silenciosa, como la llegada de la marea. El ruido se va aproximando. Al cabo de ocho meses de trabajar las veinticuatro horas, Jiang Qing, Chun-qiao y Yiao terminan su borrador titulado «Sobre la obra Hairui es despedido de la oficina».

Mao lo revisa y corrige, y una semana después aparece publicado en el periódico Wen-hui de Shanghai.

Nadie, ni del Politburó ni del congreso, toma en serio el artículo. Nadie habla de él. Ningún periódico lo reimprime. Como una piedra arrojada a un pozo seco, no hace ruido.

Jiang Qing entra en el estudio de Mao al noveno día de su publicación. Trata de disimular su excitación.

La resistencia es obvia, empieza diciendo con voz contenida. Es un silencio organizado.

Mi marido se vuelve hacia la ventana y mira fuera. El lago de Zhong-nan-hai está bañado en la brillante luz de la luna. La extensión de árboles se halla cubierta de rayos plateados. Las sombras son de un negro aterciopelado. No muy lejos, en medio de la bruma, se levantan los pabellones de Yintai y Fénix donde cada hierba, madera, ladrillo y baldosa narran una historia.

Es aquí donde la viuda emperatriz tuvo como rehén al emperador Guang-xu. Mao habla de repente, como siempre. El primer vicepresidente de la República de China, Li Hong-yuan, estuvo en este mismo lugar bajo arresto domiciliario. ¿Crees que se atreverían?

Todos estamos listos para partir, presidente. Tu salud es el destino de la nación.

¿Has hecho imprimir el artículo en forma de manual?, pregunta Mao.

Sí, pero las librerías de Pekín no están interesadas. Sólo han aceptado de mala gana tres mil ejemplares, frente al libro del vicepresidente Liu, Sobre la autoformación de un comunista, que ha vendido seis millones.

¿Has informado de la situación al jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi?

Sí. Y su comentario fue: «Es un tema académico».

Mao se levanta, y escupe las hojas de té que tiene en la boca. ¡Abajo el Departamento de Cultura y el Comité Urbano de Pekín! Agitemos el país. Pidamos a las masas que sacudan las naves del enemigo. Hay que volver a empezar la revolución.

Tu orden ya ha sido dada.

La primera pareja de China utiliza su poder al límite de su capacidad. Mao lanza el movimiento a través de los medios de comunicación. Que la Revolución Cultural sea un proceso purificador del alma, reproducen los periódicos. El viejo orden ha de ser abandonado. Un trabajador de a pie debería poder entrar gratis en la ópera; el hijo enfermo de un campesino debería recibir la misma asistencia médica que su gobernador provincial; un huérfano debería obtener la mejor educación, y los ancianos, deficientes o minusválidos deberían recibir atención pública gratuita.

Al cabo de unos pocos meses crear caos se convierte en un estilo de vida. No sólo se alienta el saqueo, sino que se define como acción que «ayuda a uno a apartarse de la seducción del mal». Seguir las enseñanzas de Mao se convierte en un ritual, una nueva religión. En la propaganda de veinticuatro horas de la señora Mao no queda nada de Mao salvo el mismo Buda.

Detrás de los gruesos muros de la Ciudad Prohibida, Mao diseña consignas para inspirar a las masas. Como un emperador pronuncia edictos. Hoy, «Todos somos iguales frente a la verdad», y mañana, «Dejemos que los soldados se hagan cargo de la dirección de las escuelas». Los gobernadores y los alcaldes, sobre todo el alcalde de Pekín, Peng Zhen, y el jefe del Departamento de Cultura, Lu Din-yi, están desorientados. Sin embargo Mao los obliga a encabezar el movimiento en nombre del Politburó. Entretanto Kang Sheng ha recibido el encargo de Mao de vigilar al alcalde.

Jiang Qing es enviada a «moverse y prender fuegos».

Puedes permitirte armarla gorda, dice Kang Sheng a la señora Mao. Si algo marcha mal, Mao siempre te respaldará. Mi situación es distinta. No tengo a nadie que me respalde. Debo tener cuidado.

Hay resistencia. Por parte del vicepresidente Liu y de su amigo el viceprimer ministro, Deng Xiao-ping. Si Mao siempre ha considerado al vicepresidente un rival, ve a Deng Xiao-ping como un talento valioso. En una ocasión comentó que el «pequeño frasco» de Deng está lleno de cosas asombrosas. Educado en Francia, Deng ha probado el capitalismo y le ha encantado. Es un hombre que habla poco pero hace mucho. Apoya al vicepresidente Liu respaldando sus programas capitalistas. El 5 de febrero, un día frío, él y el vicepresidente Liu deciden convocar una reunión del Politburó para discutir el comunicado urgente del alcalde de Pekín, «El informe».

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