Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Él la guía y ella se deja guiar. Le enseña a leer el original inglés de Casa de muñecas. Como ella ya conoce la traducción, él cree que le resultará más fácil y más interesante. Ella repite después de él, pero no consigue deshacerse de su acento. Tiene la lengua rígida de Shandong. Tang Nah hace todo lo posible, pero ella sigue pronunciando la X como ai-co-sih y la V como wei. Tang Nah se frustra. Lo intenta todo. Ella se enternece. Él le ruega seriedad. Ella le dice que es como enseñar a cazar ratones a un perro.

Cada noche ella va a su casa a estudiar inglés. Él vive en un apartamento de dos habitaciones en un bonito vecindario. Es un hombre ordenado y en los alféizares de las ventanas tiene plantas. En su habitación hay caligrafías, regalos de maestros bien conocidos. Al cabo de unas pocas líneas ella se aburre, y él la besa y le suplica que aguante un poco más. Ella juega con él como una niña traviesa. Él pierde la concentración y se rinde. Le da un ejercicio de deletrear. Siempre empieza con L, O, V, E. Y ella siempre lo pronuncia L, O, Wei, E. Él se ríe y se muerde el labio inferior para mostrarle el sonido de la V. Ella lo imita. Pero cuando empieza el ejercicio, sigue pronunciándolo L, O, Wei, E. Él se rasca la cabeza, se tiende sobre ella y, colocando la boca entre sus labios, le pide que le muerda al llegar a la letra V.

Es un buen amante y no siempre tiene prisas por poseerla. La saca por ahí y trata de relajarla. La lleva a galerías, anticuarios, librerías, conciertos, recitales de poesía. Contemplan su reflejo en los escaparates cuando pasean por la calle. Hacen una buena pareja, los dos altos y delgados.

Ella le agradece que nunca se ría de sus errores. Sabe que a veces se pasa de lista e inventa cosas por vergüenza, y le agradece su esfuerzo por pasarlo por alto. Tang Nah es crítico con todos menos con ella. Nunca dice: Es terrible que ni siquiera sepas quién es Su Dong-po. Le explica con paciencia que Su es un famoso poeta de la antigüedad y le lee su obra. Luego compra entradas para visitar el lugar de nacimiento de Su Dong-po y por el camino le da una conferencia.

Los acantilados blancos surgen con fuerza del horizonte mientras al pie de ellos el río Yangzi Jiang se precipita hacia el este. Alrededor de los acantilados hay un estrecho sendero que sube. La vista me deja sin aliento. Al fondo hay un pequeño bote de madera y pescadores que alquilan sus servicios. Sentada en el bote, levanto la vista. Los acantilados parecen estar metiéndome aire en los pulmones a la fuerza. El cielo está asombrosamente despejado y azul. Al mediodía llegamos a lo alto del acantilado. A vista de pájaro, el bote es más pequeño que una hormiga. El contraste entre grande y pequeño me da una idea de la diversidad y profundidad de la vida.

Así fue como me enamoré de Tang Nah. Empecé a verlo todo a través de sus ojos. Un nuevo mundo que empieza con la historia de Su Dong-po. Tang Nah compara la confrontación de Su con el antiguo tribunal con nuestro actual gobierno. El modo en que prohíben Casa de muñecas. El modo en que me arrebatan mi papel.

Un grupo de funcionarios del tribunal comunican al emperador su antipatía hacia el poeta, explica Tang Nah. Informan que en los versos de Su han descubierto falta de respeto y provocación. Explotando las dudas del emperador, condenan a Su al exilio de por vida. El poeta debe abandonar para siempre a su familia. Lo llevan a rastras por su ciudad natal para embarcarlo en un largo y amargo viaje hacia el desierto occidental. Imagínate soportar el interminable interrogatorio y la tortura de los verdugos locales. Imagínate a todos sus amigos dándole la espalda por temor al gobierno.

Ningún dolor es mayor que el aislamiento y la soledad del alma, continúa diciendo Tang Nah. Pero pese a estar solo el poeta estaba lleno de su propio espíritu. Fue entonces cuando concibió la idea del gran verso: «Escribiendo en el muro rojo». Nació de la desesperación. Estalló en medio de pensamientos suicidas.

La joven lo mira llena de admiración mientras él define qué es la madurez.

Es como el resplandor del sol, pero no tan deslumbrante ni hiriente a la vista. Es un sonido agradable y resonante, pero no almibarado. Es una forma de relajación. No requiere atención. No tiene necesidad de complacer. Es el instante en que uno deja de suplicar para que los demás lo comprendan. Es una sonrisa que lo perdona todo. Es la paz interior de uno, su alejamiento del mundo material. Es una cumbre que no hay que escalar para llegar a ella. Es cuando la masa de la pasión está lista para ser cocida, cuando el rugido del viento de las montañas da paso a un débil gemido y las corrientes se juntan formando un lago.

Una noche damos un paseo después de cenar en el restaurante del barrio. De pronto oímos un ruido. A una manzana de distancia, en una calle lateral, alguien pide socorro a gritos. Al acercarnos vemos a un corpulento ruso golpeando a un delgado conductor de rickshaw. El ruso se queja de que el tipo ha querido cobrarle demasiado. La gente se ha apiñado alrededor pero nadie sale en defensa del conductor del rickshaw.

Observamos un rato. Tang Nah se enfada. ¿Por qué no habláis y acordáis un precio razonable? Se acerca al ruso y exige que deje de golpear al conductor del rickshaw.

¡Apártate!, dice el ruso.

No, replica Tang Nah. No vas a irte sin pagar.

Tengo miedo de que el ruso se vuelva y lo golpee. Es lo que sin duda va a hacer a continuación. Pero Tang Nah se mantiene firme. En ese preciso momento me doy cuenta de que estoy enamorada de él. Es un perfecto héroe.

El conductor del rickshaw no puede hablar con claridad. Le mana sangre de la boca. El ruso habla inglés. Insiste en marcharse sin pagar.

¿Qué tal cinco yuanes? Tang Nah eleva el tono de voz. Conozco el barrio. La distancia entre donde empezó la carrera y donde terminó costaría por lo menos ocho yuanes. Seamos justos.

Diez centavos, dice el ruso insultante. Y arroja una moneda al suelo.

De pronto el conductor del rickshaw, se levanta y se abalanza sobre el ruso. Con ayuda de la gente, Tang Nah y yo los llevamos a la comisaría más próxima.

Asumimos que en la comisaría se hará justicia al conductor del rickshaw. Pero nos llevamos un chasco. ¿Quién te da derecho a importunar a un extranjero?, grita el jefe de policía a Tang Nah señalando al ruso. Podría ser un inversor, y nunca es bastante lo que hacemos para que se sienta en casa.

¿Es usted chino?, pregunta Tang Nah a gritos. ¡Su deber es ayudar a otro chino cuando recibe malos tratos! Tang Nah se estremece cuando el jefe de policía deja suelto al ruso y multa al conductor del rickshaw.

Durante largo rato Tang Nah no puede hablar.

Seguimos paseando. Pero nuestro estado de ánimo ha cambiado por completo. El olor a gardenias ya no es dulce y el paisaje nocturno ha dejado de ser reconfortante.

Tiene que haber una revolución, murmura por fin Tang Nah. El gobierno de Chang Kai-shek está totalmente corrompido. Hay que derrocarlo o China está perdida. Escribiré sobre este incidente en una obra que tú protagonizarás.

De pronto dejamos de andar, nos abrazamos y nos besamos apasionadamente en mitad de la calle, en mitad de la noche y en mitad del dolor.

Creo que estoy preparada, he superado a Yu Qiwei y el resto de la confusión. Estoy empezando una nueva relación con un hombre al que adoro. Sin embargo, estoy asustada. En lo más recóndito de mi pensamiento una vocecilla me habla con tono nervioso. Me dice que estoy a punto de hacerme daño a mí misma.

Estoy en los brazos de Tang Nah. Le pido que me abrace fuerte, más fuerte. Le pido que me convenza.

¿De qué tienes miedo? Está lloroso, no puede soportar verme sufrir. Nadie volverá a hacerte daño, te lo prometo.

¡Soy una revolucionaria! Esta extraña frase brota de mis labios. Con tono contundente, como si se tratara de una advertencia.

Tang Nah no responde; está confundido.

15
{"b":"104393","o":1}