Carne volvió de la ducha envuelta en una toalla. Se quitó el gorro de baño y sacudió la cabellera morena. Me habló por encima del hombro mientras se secaba.
– Pensaba ir al entierro, pero me faltó valor. ¿Estuviste?
– Sí, yo sí que fui. Hacía muy poco que conocía a Bobby, pero de todos modos lo pasé muy mal. Tú salías con él cuando tuvo el accidente, ¿no?
– Bueno, acabábamos de romper. Salimos durante dos años y nos peleamos. Quedé embarazada, entre otras cosas, y aquello fue el final. El aborto lo costeó él, aunque ya no nos veíamos mucho por entonces. Lo pasé muy mal cuando supe lo del accidente, pero me mantuve al margen. Todos pensaron que era una antipática y una cerda, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Habíamos terminado. No iba a correr a su lado para hacerme la santa.
– ¿Oíste algún comentario sobre el accidente?
– Sólo que alguien le obligó a salirse de la carretera.
– ¿Se te ocurre quién pudo hacerlo o por qué?
Tomó asiento en un banco, alzó un pie y se pasó toalla a conciencia entre los dedos.
Pues sí y no. Exactamente quién, no, pero sé que le ocurría algo. Entonces no era muy dado a las confidencias, pero quiso estar conmigo cuando lo del aborto y estuvimos muy unidos durante un par de días. -Alzó el otro pie y se inclinó para observarse los dedos-. El pie de atleta me obsesiona -murmuró-. Disculpa.
Arrojó la toalla a un lado, se levantó, se acercó a una taquilla y sacó la ropa. Se volvió para mirarme.
– No quisiera decirte lo que no es, porque la verdad es que hechos concretos no sé ninguno. Es sólo una impresión que tuve. Recuerdo que me habló de un amigo suyo que estaba en apuros. Y me dio la sensación de que se trataba de un chantaje.
– ¿Chantaje?
– Bueno, sí, pero no en el sentido corriente. Vamos, que no me pareció que se tratara de entregar dinero a otra persona ni nada por el estilo. Nada que ver con las películas. Alguien tenía algo relacionado con otra persona, y era un asunto muy serio. Supuse que Bobby había querido ayudar a su amigo y al parecer encontró la manera… -Se puso las bragas y una camiseta. Por lo visto pensaba que sus pechos eran demasiado pequeños para llevar sostén.
– ¿Cuándo fue eso? -pregunté-. ¿Recuerdas la fecha?
– Bueno, el aborto fue el dieciséis de noviembre y aquella noche estuvo conmigo. Creo que el accidente fue al día siguiente, el diecisiete por la noche, todo la misma semana.
– He revisado los periódicos de principios de septiembre porque pensaba que a lo mejor estaba involucrado en algún asunto conocido. ¿Tienes idea de cuál fue el escenario, el ambiente en que tuvo lugar esta historia? Es que ni siquiera sé qué busco.
Negó con la cabeza.
– No, no sé nada. De verdad. Lo siento, pero ni siquiera puedo hacer suposiciones.
– ¿Crees que el amigo en apuros podía ser Rick Bergen?
– Lo dudo. Conocía a Rick. Si hubiera sido él, Bobby me lo habría dicho.
– ¿Alguien del trabajo?
– Mira, no puedo decirte lo que no sé -dijo con un ramalazo de impaciencia-. Se mostraba muy reservado y yo no estaba de humor para tirarle de la lengua. Ya tenía bastante con haber solucionado lo del aborto. En cualquier caso, como tomé calmantes, dormí mucho, y del resto ni me enteré. Lo que Bobby dijo aquella noche fue hablar por hablar, para hacerme olvidar lo ocurrido y supongo que también para tranquilizarme.
– ¿Te dice algo el apellido Blackman?
– No, creo que no.
Se puso un pantalón de chándal y unas sandalias. Se dobló por la cintura, se echó el pelo por encima de un hombro, se dio un par de pasadas con un cepillo, cogió el bolso, se lo puso en bandolera y se dirigió hacia la salida. Tuve que correr para alcanzarla. Creía que aún no había terminado de vestirse, pero al parecer no pensaba ponerse nada más. ¿Un pantalón de chándal y una camiseta? Cogería un catarro en cuanto saliese a la calle. Sostuve la puerta mientras accedíamos al pasillo.
– ¿Con qué otra gente se veía Bobby por entonces? -le pregunté mientras trotaba a su lado, escaleras arriba, camino de la entrada principal-. Bastaría con un par de nombres. No puedo irme con las manos vacías.
Se detuvo para mirarme.
– Habla. con un chico que se llama Gus. No sé su apellido, pero trabaja en la playa, donde alquilan patines. Creo que Bobby le tenía confianza, estudiaron juntos. Puede que sepa algo.
– ¿Cuáles eran las otras cosas? ¿Dijiste que quedaste embarazada "entre otras cosas"?
Esbozó una sonrisa crispada.
– No seas plasta, por favor. Estaba enamorado de otra. No sé de quién, o sea que no me lo preguntes. Si hubiera sabido lo de la otra, habría roto con él mucho antes. No tuve la menor noticia de su existencia hasta que le dije que estaba embarazada.
Al principio pensé que igual se casaba conmigo, pero cuando me contó que estaba liado en serio con otra, supe lo que tenía que hacer. He de reconocer que, a pesar de todo, se preocupó sinceramente por lo que me ocurría e hizo cuanto pudo. Bobby no tenía nada de falso y en el fondo era un muchacho dulce y amable.
Hizo ademán de alejarse y la sujeté por el brazo mientras pensaba a toda velocidad.
– Carric, ¿cabe la posibilidad de que el amigo en apuros y la mujer con quien estaba liado fueran la misma persona?
– ¿Cómo quieres que lo sepa?
– ¿Te dio por casualidad un cuadernito rojo de direcciones?
– Sólo me dio sufrimiento -dijo, y se alejó sin mirar atrás.
El chiringuito de los patines es una barraca de color verde oscuro que está pegada al parking del muelle. Por tres dólares se pueden alquilar patines durante una hora; no se cobra nada por las rodilleras, coderas y muñequeras, que se prestan para que, en caso de accidente, no se pueda demandar a la casa por los daños sufridos.
No era fácil adivinar el gusto de Bobby en lo tocante a las amistades. Gus era de esos individuos que, cuando los ves en la esquina, te obligan a cerciorarte de que has cerrado bien las puertas del coche. Debía de tener la edad de Bobby, sólo que tenía el pecho hundido, aspecto frágil y una tez de aire enfermizo. Tenía el pelo castaño oscuro y se empeñaba en cultivar un bigote que sólo conseguía acentuar su pinta de fugitivo. De rufianes con peor aspecto me había fiado en esta vida.
Acababa de presentarme y de asegurarme de que Gus era, en efecto, amigo de Bobby, cuando apareció una rubia de pelo volátil y largas piernas bronceadas para devolver unos patines. Observé la operación. Gus.sabía ser simpático a pesar de la primera impresión que producía. Se Hizo el coqueto sin dejar de mirarme de reojo de vez en cuando, para exhibirse, imagino. Aguardé mientras le veía calcular cuánto debía la muchacha. Gus le devolvió las bambas y la documentación y la chica se dirigió a un banco a la pata coja para calzarse. Gus no abrió la boca hasta que se fue.
– Te vi en el entierro -dijo con algo de timidez en el momento de volverse hacia mí-. Estabas al lado de la señora Callahan.
– No recuerdo haberte visto -dije-. ¿Fuiste a la casa después?
Cabeceó con un asomo de rubor.
– No me sentía bien.
– No creo que nadie se sintiera bien en aquellas circunstancias.
– Era mi colega -dijo. En su voz había un temblorcillo apenas perceptible. Se volvió y colocó los patines en su sitio con mucho aparato.
– ¿Has estado enfermo? -pregunté.
Pareció debatirse durante una fracción de segundo y dijo:
– Tengo la enfermedad de Crohn. ¿Sabes lo que es?
– No.
– Una especie de inflamación intestinal. Todo lo que corno lo expulso al instante. No puedo engordar. La mitad del tiempo tengo fiebre. El estómago me duele. "Etiología desconocida", lo que significa que no se sabe ni la causa ni el origen. Hace casi dos años que la tengo y estoy hecho polvo. No puedo tener un empleo normal, por eso hago esto.
– Pero ¿puedes curarte?
– Espero que sí. Con el tiempo. Vamos, es lo que dicen los médicos.