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Al llegar al extremo derecho de la pista se apartaron para dejar sitio a los pajes-limpiadores que, desesperando de encontrar entre la montaña de víctimas otra cosa que pingajos sin interés de individualidades disociadas, se habían armado de rasquetas para hacer desaparecer a la totalidad de los caídos, a los que empujaban hacia el sumidero de desechos, entonando el himno de Molitor compuesto por Vaillant-Couturier en 1709 y que comienza con las siguientes palabras:

Señores y señoras, sírvanse evacuar la pista (por favor) para poder proceder a la limpieza…

Todo él puntuado por golpes de claxon destinados a mantener vivo en el fondo de los ánimos más templados un estremecimiento de incoercible terror.

Los patinadores que aún quedaban en pie aplaudieron la iniciativa y la trampilla se cerró sobre el conjunto. Chick, Alise y Colin musitaron una breve oración y volvieron a ejecutar sus evoluciones.

Colin miraba a Alise. Llevaba ésta, por extraño azar, una sudadera blanca y una falda amarilla. Zapatos blancos y amarillos y patines de hockey. Medias de seda color humo y calcetines blancos vueltos tres veces sobre los tobillos por encima de los zapatos de tacón bajo y cordones blancos de algodón. Completaba su atuendo un pañuelo de seda color verde vivo y un pelo rubio extraordinariamente espeso que enmarcaba su rostro con una apretada masa rizada. Para mirar se servía de unos ojos azules muy abiertos y su volumen estaba contenido por una piel fresca y dorada. Tenía brazos y pantorrillas llenitos, la cintura fina y un busto tan bien dibujado que parecía de foto.

Colin se volvió a mirar hacia el otro lado para recuperar el equilibrio. Lo consiguió y, bajando los ojos, preguntó a Chick si había pasado el pastel de anguila sin dificultad.

– No me hables de ese asunto -dijo Chick-. He pasado la noche pescando en mi grifo, para ver si yo encontraba también una. Pero en mi casa sólo aparecen truchas.

– ¡Nicolás seguramente podrá hacer algo! -afirmó Colin.

Y dirigiéndose más particularmente a Alise, prosiguió-: Tiene usted un tío con unas aptitudes extraordinarias.

– Es el orgullo de la familia -dijo Alise-. Mi madre no acaba de conformarse con haberse casado con un simple profesor agregado de matemáticas, mientras que su hermano ha triunfado tan brillantemente en la vida.

– ¿Su padre es profesor agregado de matemáticas?

– Sí, es profesor del Colegio de Francia y miembro del Instituto o algo así… -dijo Alise-. Lamentable… a los treinta y ocho años. Podría haber hecho un esfuerzo. Menos mal que tenemos al tío Nicolás.

– ¿No iba a venir hoy? -preguntó Chick.

Un perfume delicioso brotaba de los claros cabellos de Alise. Colin se apartó un poco.

– Creo que llegará tarde. Esta mañana andaba maquinando algo… ¿Por qué no venís a almorzar los dos a casa?… Podríamos ver de qué se trata…

– De acuerdo -dijo Chick -. Pero si te crees que voy a aceptar esa proposición sin más, te estás haciendo una falsa concepción del universo. Hay que encontrarte pareja. No voy a dejar que Alise vaya a tu casa; la seducirías con las armonías de tu pianóctel y yo no estoy por la labor.

– ¡Pero bueno!… -protestó Colin-. ¿Usted le oye?…

Pero no llegó a oír la respuesta. Un individuo de desmesurada longitud que llevaba cinco minutos haciendo una demostración de velocidad pasó por entre sus piernas doblado hasta el límite hacia adelante, y la corriente de aire producida elevó a Colin varios metros por encima del suelo. Éste se agarró al reborde de la galería del primer piso, trató de elevarse a pulso y cayó nuevamente, al lado de Chick y de Alise.

– Deberían prohibir ir tan deprisa -dijo Colin.

A continuación se persignó porque el patinador acababa de estrellarse contra la pared del restaurante, en el extremo opuesto de la pista, y se había quedado pegado allí como una medusa de papel maché descuartizada por un crío cruel.

Una vez más, los pajes-limpiadores cumplieron su cometido, y uno de ellos colocó una cruz de hielo en el lugar del accidente. Mientras la cruz se derretía, el encargado puso discos de música religiosa.

Después, todo volvió a su orden. Chick, Alise y Colin siguieron dando vueltas.

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– ¡Mira a Nicolás! -dijo Alise con un gritito.

– ¡Y mira a Isis! -dijo Chick.

Nicolás acababa de aparecer en el control e Isis en la pista.

El primero se dirigió hacia los pisos superiores, y la segunda se acercó a Chick, Colin y Alise.

– Hola, Isis -dijo Colin-. Te presento a Alise. Alise, mira, ésta es Isis. Ya conoces a Chick.

Hubo apretones de manos que Chick aprovechó para marcharse con Alise, dejando a Isis del brazo de Colin; éstos partieron detrás..

– Me alegro mucho de verte -dijo Isis.

Colin también se alegraba de veda. Isis -dieciocho años había logrado hacerse con una cabellera castaña, una sudadera blanca y una falda amarilla, junto con un pañuelo verde ácido, zapatos blancos y amarillos y gafas de sol. Era bonita.

Pero Colin conocía demasiado bien a sus padres.

– La semana que viene tenemos una fiesta en casa por la tarde -dijo Isis-. Es el cumpleaños de Dupont.

– ¿Quién es Dupont?

– Mi caniche. He invitado a todos los amigos. ¿Vendrás? A las cuatro, ¿de acuerdo?…

– Sí -dijo Colin-. Con mucho gusto.

– Diles a tus amigos que vengan también -dijo Isis.

– ¿A Chick y Alise?

– Sí. Son simpáticos. Bueno, entonces ¡hasta el domingo!

– Pero ¿te vas ya? -dijo Colin.

– Sí. Nunca me quedo mucho tiempo. De todas maneras, estoy aquí ya desde las diez…

– Pero ¡si sólo son las once! -dijo Colin.

– Yo estaba en el bar… ¡hasta la vista!

5

Colin apretaba el paso por las calles llenas de luces. Soplaba un viento seco y fuerte, y bajo sus pies se aplastaban, crepitando, pedazos de hielo resquebrajado.

La gente escondía la barbilla donde podía: en el cuello del abrigo, en la bufanda, en el manguito; incluso vio a uno que empleaba para ello una jaula de alambre y llevaba la puerta de muelle apoyada en la frente.

– Mañana tengo que ir a casa de los Ponteauzanne -iba pensando Colin. Se trataba de los padres de Isis.

– Y esta noche ceno con Chick… Me voy a casa a prepararme para mañana…

Dio una gran zancada para evitar una raya en el bordillo de la acera que parecía peligrosa.

– Si soy capaz de dar veinte pasos sin pisar las rayas no me saldrá el grano en la nariz mañana…

– Bueno, no importa -se dijo, pisando con todo su peso la novena raya-, estas tonterías son una idiotez. De todas maneras, no me va a salir el grano.

Se agachó para recoger una orquídea azul y rosa que el hielo había hecho surgir de la tierra.

La orquídea tenía el mismo olor que los cabellos de Alise.

– Mañana la veré.

Era un pensamiento vitando. Alise pertenecía a Chick de pleno derecho.

– Seguro que encuentro una chica mañana…

Pero sus pensamientos volvían una y otra vez a Alise.

– ¿Será verdad que hablan de Jean-Sol Partre cuando están solos?

Quizá lo mejor fuera no pensar en lo que hacían cuando estaban solos.

– ¿Cuántos artículos ha escrito Jean-Sol Partre en este último año?…

De todas maneras, no tenía tiempo de contados hasta llegar a su casa.

– ¿Qué pensará hacer Nicolás de cena esta noche?… Pensándolo bien, el parecido entre Alise y Nicolás no tenía nada de extraordinario, ya que eran de la misma familia.

Pero esto volvía a llevar arteramente al tema prohibido.

– ¿Qué preparará, me pregunto, Nicolás para esta noche?

– No sé qué va a hacer para esta noche Nicolás, que se parece a Alise… Nicolás tiene once años más que Alise. Así que tiene veintinueve años. Tiene grandes dotes para la cocina. Seguramente hará fricandó.

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