Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Le has hecho una escena? -preguntó Colin.

– No -dijo Alise.

– Habrá comprendido mal lo que le hayas dicho, pero cuando se le pase el enfado, tú le explicarás las cosas.

– Él me ha dicho sencillamente que no tenía más doblezones que los justos para hacer encuadernar en piel de nada el último libro que ha comprado -dijo Alise-, y que no podía tolerar tenerme con él porque no me podía dar nada, y no quería que me pusiera fea y con las manos estropeadas.

– Tiene razón -dijo Colin-. Tú no debes trabajar.

– Pero yo quiero a Chick -dijo Alise-. Yo habría trabajado para él.

– Eso no resuelve nada -dijo Colin-. Además, tú no puedes trabajar, eres demasiado bonita.

– Pero, ¿por qué me ha puesto en la calle? -dijo Alise-. ¿He dejado de ser tan bonita como era?

– Yo no sé -dijo Colin-, pero a mí me gusta mucho tu pelo y tu cara.

– Mira -dijo Alise.

Se levantó, tiro de la anillita de su cremallera y el vestido cayó al suelo. Era un vestido claro de lana.

– Sí… -dijo Colin.

La pieza estaba ahora muy iluminada y Colin podía ver a Alise por completo. Sus senos parecían estar dispuestos a salir volando y los largos músculos de sus finas piernas eran firmes y cálidos al tacto.

– ¿Puedo besarte? -dijo Colin.

– Sí -dijo Alise-. Me gustas mucho.

– Vas a coger frío -dijo Colin.

Alise se acercó a él. Se sentó en sus rodillas y sus ojos se pusieron a llorar sin ruido.

– ¿Por qué no me quiere ya? Colin la mecía suavemente.

– No lo entiendo. Sin embargo ¿sabes, Alise?, es un buen muchacho.

– Me quería mucho -dijo Alise-. ¡Creía que sus libros aceptarían compartir su cariño conmigo!, pero no es posible.

– Vas a coger frío -dijo Colin.

La besaba y le acariciaba los cabellos.

– ¿Por qué no te conocí a ti antes? -dijo Alise-. Te habría querido tanto… pero ahora ya no puede ser. Yo, a quien quiero es a él.

– Lo sé -dijo Colin-. Yo también a la que más quiero ahora es a Chloé.

La hizo levantarse y recogió su vestido.

– Póntelo, gatita -dijo-. Vas a coger frío.

– No -dijo Alise-. Y, además, eso no importa.

Ella se vistió maquinalmente.

– No me gusta que estés triste -dijo Colin.

– Eres muy bueno -dijo Alise-, pero estoy muy triste. De todas maneras, creo que podré hacer algo por Chick.

– Lo que debes hacer es irte a casa de tus padres -dijo Colin-. Quizá quieran admitirte… o a casa de Isis.

– Pero Chick no estará allí -dijo Alise-. Y yo no puedo estar en ningún sitio si Chick no está conmigo.

– Volverá -dijo Colin-. Yo iré a verle.

– No -dijo Alise-. Nadie puede entrar en su casa. Está siempre encerrado con llave.

– De todas maneras, le veré -dijo Colin-. O, si no, será él quien venga a verme.

– No lo creo -dijo Alise-. Ya no es el mismo Chick.

– Que sí, mujer -dijo Colin-. Las personas no cambian. Son las cosas las que cambian.

– No sé -dijo Alise.

– Te acompaño -dijo Colin-. Tengo que ir a buscar trabajo.

– Yo no voy en esa dirección -dijo Alise.

– Te acompaño hasta abajo -dijo Colin.

Ella estaba frente a él. Colin puso sus manos en los hombros de Alise. Colin sentía el calor de su cuello y los cabellos suaves y rizados cerca de su piel. Contorneó el cuerpo de Alise con sus manos. Alise ya no lloraba. Tenía aire de estar ausente.

– No quiero que hagas tonterías -dijo Colin.

– ¡Oh, no! -dijo Alise-. Yo no voy a hacer ninguna tontería…

– Vuelve a verme si te aburres -dijo Colin.

– A lo mejor vuelvo a verte -dijo Alise.

Miró al interior. Colin la cogió de la mano. Bajaron la escalera. Resbalaban de vez en cuando en los escalones húmedos. Abajo, Colin se despidió de ella. Alise se quedó de pie mirándole marchar.

54

El último libro justamente acababa de llegar de casa del encuadernador y Chick lo estaba acariciando antes de volver a colocado en su estuche. Estaba recubierto de piel de nada, espesa y verde, y el nombre de Partre se destacaba en letras huecas sobre la encuadernación. En una sola estantería Chick tenía toda la edición normal, y todas las variantes, los manuscritos, las primeras impresiones y las páginas especiales ocupaban nichos especiales en el espesor del muro.

Chick suspiró. Alise se había ido por la mañana. Él se había visto obligado a decide que se marchara. Sólo le quedaban un doblezón y un trozo de queso, y su ropa le estorbaba para colgar la ropa vieja de Partre que el librero le proporcionaba de milagro. No recordaba qué día la había besado por última vez. No podía perder el tiempo besándola. Tenía que reparar el tocadiscos para aprenderse de memoria el texto de las conferencias de Partre. Si algún día llegaban a romperse los discos, tenía que poder conservar el texto.

Todos los libros de Partre estaban allí, todos los publicados. Para las lujosas encuadernaciones protegidas por estuches de piel, los tejuelos dorados, los ejemplares preciosos con grandes márgenes azules, las tiradas limitadas en papel matamoscas o vergé Cintorix, estaba reservada una pared entera dividida en delicadas celdillas guarnecidas de terciopelo. Cada obra ocupaba una celdilla. Adornando la pared frontera, colocados en montones encuadernados en rústica, estaban los artículos de Partre, extraídos con fervor de las revistas y de las innumerables publicaciones periódicas que se dignaba honrar con su fecunda colaboración.

Chick se pasó la mano por la frente. ¿ Cuánto tiempo hacía que Alise vivía con él?… Los doblezones de Colin estaban destinados a que se casara con ella, pero a ella eso no le importaba tanto. Alise se conformaba con esperarle, y se conformaba con estar con él, pero no se puede aceptar de una mujer que esté con uno simplemente porque le ame. Él también la amaba. Pero no podía dejarle perder el tiempo, pues ella había dejado de interesarse por Partre. ¿Cómo no sentir interés por un hombre como Partre?… capaz de escribir cualquier cosa, sobre cualquier tema, y con tal precisión…

Partre a buen seguro tardaría menos de un año en hacer su Enciclopedia de la náusea y la duquesa de Bovouard colaboraría en esta obra y habría manuscritos extraordinarios. Lo que hacía falta, de aquí a entonces, era ganar los doblezones suficientes para obtener y reservar por lo menos una entrada con que pagar al librero. Chick no había pagado los impuestos. Su importe le era de mayor utilidad en forma de un ejemplar de El agujero de santa Colomba. A Alise le habría gustado más que Chick empleara sus doblezones en pagar los impuestos; le había propuesto incluso vender algo suyo para este fin. Él aceptó, y le vino justo para pagar la encuadernación de El agujero de santa Colomba. Alise podía prescindir perfectamente de su collar.

No sabía si volver a abrir la puerta. A lo mejor estaba ella detrás esperando a que diera vuelta a la llave. No creía. Sus pasos resonaban en la escalera como un pequeño martilleo de intensidad decreciente. Ella podría volver con sus padres y reanudar sus estudios. Al fin y al cabo, no habría sufrido más que un ligero retraso. Los cursos que se han perdido se pueden recuperar rápidamente. Pero Alise ya no estudiaba.

Se ocupaba demasiado de los asuntos de Chick y de darle de comer y de plan charle la corbata. Pensándolo bien, no pagaría en absoluto los impuestos. ¿Acaso había ejemplos de que fueran a hostigarle a uno a su casa por no pagarlos?

Eso no sucede. Se puede hacer un pago a cuenta, un doblezón, por ejemplo, y luego le dejan a uno tranquilo y no se habla más de ello durante algún tiempo. ¿Acaso un señor como Partre pagaba impuestos? Probablemente, pero, después de todo, desde el punto de vista moral, ¿es recomendable pagar los impuestos para tener, como contrapartida, el derecho de que le detengan a uno porque otros pagan los impuestos que sirven para mantener a la policía y a los altos funcionarios? Es un círculo vicioso que hay que romper; que no pague nadie durante un tiempo suficientemente largo y los funcionarios morirán de consunción y ya no habrá más guerras.

34
{"b":"100235","o":1}