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CAPITULO 19

El golpe en la puerta hizo que el corazón de Isabella palpitara. Fue fuerte, insistente, heraldo de sombrías noticias. Nicolai retuvo la posesión de su muñeca pero se giró hacia el sonido, su cara una vez más una máscara inexpresiva.

Los capitanes Bartolmei y Drannacia se apresuraron a entrar, esbozando rápidos saludos.

– Está en movimiento, Don DeMarco. Uno de los pájaros ha vuelto y trae noticias -Drannacia miró hacia Isabella y se inclinó, disculpándose-. Tememos que las noticas no pueden esperar.

– Grazie -dijo Nicolai y se inclinó pausadamente una vez más para tomar posesión de la boca de Isabella.- No hay necesidad de preocuparse -susurró contra sus labios-. Volveré en breve.

Ella descubrió repentinamente que amaba el lado salvaje de él, lo celebraba. La parte de él que era capaz de defender su valle, derrotar a Rivellio. Esa parte de Nicolai le mantendría a salvo para ella y se lo devolvería.

– Estaré muy muy enfadada si recibes mucho más de un arañazo de ese hombre odioso -le advirtió, manteniendo una sonrisa pegada a su cara apesar del peso en su pecho.

– Y yo estaré muy muy enfadado contigo si no estás esperando aquí cuando vuelva. Nada de aventuras, cara mia -La yema de su pulgar se deslizó en una larga caricia sobre la piel sensible de la muñeca de ella.

– Yo misma tengo bastante de lo que ocuparme -replicó-. Estoy más que agradecida. Theresa y Violante ya están aquí. Cuando la gente venga de las granjas y la villaggi , necesitaré su ayuda.

Tomó su salida, con el corazón latiendo fuera de ritmo de miedo. Nicolai había conducido a sus soldados a la victoria muchas veces; tenía que creer que no le ocurriría nada ahora. Mientras cerraba la puerta, oyó la voz de Rolando Bartolmei. Una nota de acusación captó su atención, y se demoró para oirle hablar.

– Antes de que entremos en batalla, Don Demarco, permítame preguntar si he hecho algo para ofenderle o hacerle cuestionar mi lealtad.

Hubo un breve silencio. Isabella bien podía imaginar el aspecto de la cara de Nicolai, sus cejas arqueadas, la censura que comunicaba tan silenciosamente.

– ¿Por qué me preguntas semejante cosa, Rolando?

– Salí a patrullar esta mañana, mucho antes de que el sol estuviera alto, y fui seguido. Nunca vi al león, pero las marcas en la nieve seguía a mi montura donde quiera que iba. No hay leones sueltos en este momento, pero esos rastros se encontraron cerca del cuerpo estaba mañana también.

Isabella se presionó una mano contra la boca, su aliento quedó atrapado en la garganta. El recuerdo del abrigo destrozado de Rolando Bartolmei se alzó para perseguirla. Esperó la respuesta de Nicolai. Esta tardó mucho tiempo en llegar.

– No tengo razón para dudar de tu lealtad, Rolando. Si sabes de alguna razón semejante, siéntete libre para confesármelo ahora, podríamos dejar la cuestión zanjada.

– Yo siempre te he servido lealmente. -Bartolmei sonaba tenso por el ultraje-. Nunca te he dado motivos para dudar de mí.

– Ni yo a ti -devolvió Nicolai suavemente.

Isabella cerró los ojos brevemente, esperando que Rolando pudiera oir la sinceridad en la voz de Nicolai. Se estaba temiendo que no, temiendo que esa pequeña oleada de poder que sentía estuviera influenciando las emociones de los hombres. Había poco que ella pudiera hacer salvo confiar en Nicolai y la lealtad de su gente. Isabella se movió lentamente bajando la larga y curvada escalera. Tenía deberes que atender. Llamó a Sarina y Betto, preparándolos para la invasión por parte de la gente de Don DeMarco que vivía fuera de la seguridad de los muros del castello.

Theresa y Violante estaban en todas partes, Violante, bien entrenada y en su elemento, dirigiendo la preparación de comida y localización de suministros. Theresa trabajando atenta y eficientemente con Isabella y Violante, siguiendo todas las instrucciónes para que las cosas fueran como la seda.

Isabella se tomó un corto respiro en el momento en que tuvo oportunidad, apresurándose hasta el dormitorio de su hermano para comprobar su progreso y disculparse con Francesca por dejarla tanto rato sin nadie que la relevara.

Francesca levantó la mirada y gesticuló para silenciar las voces, una pequeña sonrisa curvaba su boca.

– Acaba de volverse a dormir. Su tos es todavía muy mala, pero la sanadora estuvo aquí y dijo que parecía más fuerte. Creo que dormir le ayudará. Ha estado tosiendo tanto que no puede descansar. -Alisó hacia atrás la maraña del pelo apartándolo de la cara de Lucca con dedos gentiles.

– Le conté todo, Francesca -confesó Isabella-. Debería haberte advertido de que él lo sabía todo sobre el legado DeMarco.

Para sorpresa de Isabella, Francesca se ruborizó.

– Hablamos de ello. Él es simplemente… -Se interrumpió, sin palabras-. Hablamos toda la noche. Podría escuchar su voz para siempre. La mayor parte del tiempo es divertido y me hace reir. Siempre dice cosas agradables sobre mi aspecto. Dice que cree que yo sería de un valor incalculable para romper la maldición. Creo que además lo dice en serio. -Sus ojos brillaban mientras miraba a Isabella.

– Lucca raramente comete errores en sus valoraciones, Francesca. Cuento con tu ayuda para ayudarnos a destruir la maldición.

Palmeó el brazo de Francesca.

– Solo ten en cuenta que no tenemos tierras, así que Lucca no tiene nada que ofrecer a una esposa. Ciertamente no lo suficiente para la hermana de un don .

Las elegantes cejas de Francesca se arquearon.

– Nunca he permitido que los demás dicten mis acciones. Dudo que vaya a empezar ahora. -De repente pareció ser consciente del inusual estallido de actividad fuera de la habitación. Se quedó muy quieta, el conocmiento la permeó-. Ha empezado, ¿verdad? -dijo Francesca-. Rivellio está invadiendo nuestro valle.

Isabella se tragó su miedo y asintió.

– Nicolia ha ido a su encuentro.

– Sé que temes por Nicolai, Isabella, pero él es un maestro en la guerra. Planea cada batalla cuidadosamente. Sus hombres vigilarán sus espaldas, y puede llamar a los leones, acabará rápidamente -la tranquilizó Francesca.

Un suave golpe en la puerta anunció la llegada de Theresa. Hizo señas a Isabella, convocándola al salón.

– Ve delante, Isabella. Yo vigilaré a Lucca. -la tranquilizó Francesca.

Isabella se deslizó fuera de la habitación de su hermano para enfrentar a Theresa.

– ¿Qué pasa?

– Rolando ha enviado una petición para que llevemos los bálsamos y vendajes para los hombres y también mezclas para cataplasmas. Quieren tratar a los heridos rápidamente y después los transportarlos de vuelta al castello . La sanadora debe estar aquí. Yo tengo algún conocimiento de heridas pero muy poco. Sarina dijo que tú tenías algún conocimiento en tratar lesiones. ¿Vendrás conmigo? -Parecía muy ansiosa, visiblemente nerviosa, retorciéndose las manos.

Isabella asintió inmediatamente.

– He tratado heridas muchas veces. Estoy segura de que podemos arreglárnoslas, Theresa-. Había establecido campamentos temporales para los heridos cuando fue necesario en la finca de su padre-. ¿Has oído si hay muchos heridos? -Intentó evitar el miedo en su voz.

Theresa sacudió la cabeza.

– Un jinete salió pero no ha vuelto. Tengo caballos ensillados para nosotras, y los suministros están en una alforja. Espero que esté todo bien. Habría pedido a Sarina que me acompañara… es buena con las heridas… pero es demasiado mayor para sobrellevar el viaje fácilmente. Creí que sería mejor ir nosotras mismas.

– Estaremos bien -concordó Isabella-. Dejaremos palabra para ser relevadas tan pronto como sea posible. Te veré en unos minutos.

Isabella se apresuró a su dormitorio para recuperar su capa y sus guantes. Theresa se encontró con ella en la entrada lateral más cercana a los establos. Un caballo de carga estaba atado junto a dos monturas.

El día estaba cubierto de gris, la niebla casi impenetrable. El mundo parecía cerrado, un oscuro velo encortinaba el castello . Los animales parecían nerviosos, sus ojos rodaban, las cabezas se sacudían, los cascos se movían y sacudían con agitación. Isabella se detuvo, con la mano descansando sobre su caballo. Su estómago estaba rodando amablemente, una sutil advertencia.

– He olvidado algo, Theresa -Mantuvo la voz tranquila. La hinchazón de triunfo, la oleada de poder, se espesaba y crecía a su alrededor. Sabía que era demasiado tarde. Muy tarde.

El golpe llegó desde atrás con duro y apasionado odio. Isabella cayó al suelo, la oscuridad la reclamaba.

Se despertó, cabeza abajo, con el estómago pesado, y la cabeza palpitando. El caballo corría a través de la neblina ante la urgencia de Theresa. Con las manos atadas juntas y Theresa sujetándole cabeza abajo mientras montaba, Isabella se sintió enferma, horriblemente enferma, y vomitó dos veces, antes de que Theresa detuviera al sudoroso animal y desmontara. Isabella se deslizó de la grupa del caballo y cayó, sus piernas demasiado gomosas para mantenerla. Con las manos atadas ante ella, se limpió la boca lo mejor que pudo mientras miraba cuidadosamente a su alrededor. Estaba en algún lugar cerca del paso.

Theresa paseaba de acá para allá, su furia crecía a cada paso. Se dió la vuelta para mirar a Isabella.

– No estarás tan tranquila cuando él llegue ahí.

– Por él , presumo que quieres decir Don Rivellio. -Isabella mantuvo la voz baja-. Tú eres el traidor que ha estado proporcionándole información.

Theresa alzó la barbilla, sus ojos brillaban peligrosamente.

– Llámame lo que quieras. Tú eres el cebo perfecto para atraerle a este valle. Es tan cobarde, enviando a sus hombres a una muerte segura, pero incluso con toda la información que le he proporcionado, no pude atraerle dentro hasta que prometí entregarte. Sabe que si te tiene, Don DeMarco intercambiará su propia vida por la tuya. -Había una mofa en su voz.

– ¿Cómo sabría tal cosa? -preguntó Isabella suavemente.

Theresa se encogió de hombros.

– Yo haría cualquier cosa por tener a Don Rivellio en este valle. Él cree que lo tiene todo planeado, pero no sabe nada de los leones. Sus hombres serán derrotados, y a él le mataré yo misma -Su voz contenía extrema satisfacción-. Merece la muerte después de lo que hizo a mi hermana -Giró la cabeza para mirar a Isabella-. Y tú te lo mereces por robarme a mi marido.

Isabella miró a Theresa con sorpresa. Su cabeza latía con tanta fuerza que por un momento creyó que no había oído correctamente. Rápidamente refrenó palabras de negativa. Theresa no estaba de humor para atenerse a razones, ni creería sus protestas de inocencia. Solo servirían para enfadarla más.

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