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CAPITULO 16

Muy por delante de los soldados que escoltaban a Lucca Vernaducci hacia el paso, llegó palabra al castello de que estaban en camino. Una partida de guardias fue despachada inmediatamente para encontrarles y ocuparse de que los hombres de Don Rivellio entraban seguramente en el valle. Ningún indicio, ni susurro, ni el más ligero murmullo de los leones se había oído. El palazzo bullía de actividad. Los sirvientes preparaban comida en las cocinas, y los barracones de visitantes estaban limpios y listos para los forasteros.

Sobreentendiendo como funcionaban los rumores domésticos, Nicolai sabía que Isabella había sido informada del desarrollo de los acontecimientos en el momento en que abrió los ojos. Entró en su dormitorio y la encontró ya vestida para montar al encuentro de su hermano. Le lanzó una radiante sonrisa, casi derribándole cuando se apresuró a sus brazos.

– ¡Lo he oído! ¡Voy al encuentro de Lucca! Pedí a Betto que tuviera mi yegua ensillada.

Las manos de Nicolai le enmarcaron la cara con exquisita gentileza.

– Espera otra hora o así. Sé que estás ansiosa por verle, pero no es seguro. Son hombres de Don Rivellio los que están con él. Si los soldados fueran simplemente una escolta, habrían dado la vuelta en el momento en que divisaron el paso. He ordenado que una gran partida de soldados se aposten a pocas millas fuera del paso, y otra está ahora desplegándose a lo largo de la entrada de los acantilados.

Los ojos de ella se abrieron de par en par.

– ¿Sabías que Rivellio estaba utilizando a Lucca como escudo para ganar la entrada al valle? ¿Y se lo permites?

– Por supuesto. Era la única forma de asegurarme de que el tuo fratello estuviera realmente a salvo. Si Rivellio no tuviese más necesidad de Lucca probablemente no se apuraría por mantenerle con vida.

– Yo creí que estabas dejando entrar a espías, no a un ejército entero -dijo ella alarmada.

– Un ejército no podría entrar en el paso sin mi conocimientos. Y una vez lo hiciera, estaría atrapado.

– ¿Los acantilados son seguros? No pueden invadirnos desde esa dirección, ¿verdad? -Estaba retorciéndose las manos con tanta agitación que él se las cubrió con sus propios largos dedos, dejando consoladoras caricias sobre sus nudillos.

– Asumo que ya tienen un espia en el valle, o no habrían intentado esa dirección. Hay una entrada, un túnel que serpentea a través de la montaña. Es un laberinto profundo bajo la tierra, pero si tienen un aliado, podrían tener una mapa mediocre.

– Si tienen un espia, saben de los leones y probablemente estén preparados para ellos también -señaló Isabella ansiosamente.

Estaba frencuendo el ceño, su cara tan aprensiva que Nicolai frotó la línea entre las cejas oscuras con el yema del pulgar.

– Uno no puede prepararse para la visión de un león, y ciertamente no en el calor de la batalla -Su voz era amable-. Don Rivellio solo imagina que puede entrar furtivamente en mis dominios -Había un brillo depredador en sus ojos-. Yo me preocuparé por Don Rivellio y lo que pueda estar maquinando, y tú concéntrate en la llegada a casa del tuo fratello . Ahora está a salvo, aunque muy enfermo. Se me ha dicho que te prepare para una vasta diferencia en su apariencia, pero esta vivo y ahí yace la esperanza. Yo me ocupare de Don Rivellio y su pretendida invasión.

Nicolai realmente sonaba como si lo estuviera esperando con ilusión, e Isabella le lanzó una mirada de reprimenda.

Él extendió el brazo casualmente y la cogió por la nuca.

– Debo pedir que permanezcas dentro de los muros del castello todo el tiempo. Insisto en que des tu palabra.

Ella asintió inmediatamente.

– Por supuesto, Nicolai. Pero me gustaría subir a las almenas para observar la aproximación de Lucca.

– Yo no puedo estar contigo… soy necesario para controlar a los leones en presencia de extraños… pero no te aventures cerca del borde-. Inclinó la cabeza y la besó. Lentamente. Gentilmente. Pausadamente. Su beso contenía calor y promesa, su lengua se deslizó a lo largo del labio inferior, savoreando, probando, hasta que ella abrió la boca para él.

Se estremeció de placer. Este floreció en su abdomen y se extendió, calor fundido que comenzó un lento ardor. Nicola alzó la cabeza reluctantemente, y bajó la mirada con evidente satisfacción hacia sus ojos entrecerrados.

– Lo digo en serio, cara . No más accidentes. Debo volver mi atención ahora al don y sus planes.

– Seré cuidadosa -le prometió solemnemente, encontrando dificil encontrar su respiración cuando él parecía robar el mismo aire a su alrededor.

Él se inclinó para tomar un último beso demorado antes de girarse y alejarse a zancadas. Isabella le observó marchar, pensando en él como un hombre nacido para dominar, nacido para la batalla. poder y responsabiliad se aposentaban bien sobre sus amplios hombros. En el momento en que había oído el nombre de Don Rivellio, un estremecimiento de apresión había bajado por su espina dorsal, pero Nicolai inspiraba confianza. Parecía completamente, casi arrogantemente, seguro de sí mismo, y se encontró sonriendo de nuevo, capaz de sentir la alegría de su inminente reunión con su hermano.

Isabella se apresuró a subir a las almenas, vagamente consciente de los dos hombres que la seguían como su sombra. Se paseó de acá para allá, esperando impacientemente. Algunas veces se detenía lo suficiente como para mirar hacia abajo al valle, rezando a la buena Madonna por un vistazo de los jinetes. Otras veces no podía quedarse quieta.

Un jinete solitario surgió a la vista en la distancia, casi parando su corazón. Se esforzó por identificarle mientras se acercaba. Montaba rápido, su caballo cubría el terreno en largas zancadas, con el jinete inclinado sobre el cuello. El aliento se le quedó atascado en la garganta con expectación. Este era el jinete de cabeza, llegando a alertarlos. Este pasó volando a través del arco abierto del muro exterior, gritando a los guardias y la gente que esperaba. Al momento reinó la conmoción, todo el mundo corría a toda prisa para terminar los preparativos finales para los visitantes.

Isabella se apresuró escaleras abajo y a través del palazzo , sin preocuparse por la propiedad, su corazón cantando ante la idea de ver a su hermano una vez más. Apenas podía contener su excitación, lágrimas de alegría chispeaban en sus ojos. Se abrió paso a través del patio, permaneciendo dentro de los muros, consciente de su promesa a Nicolai. Los vio entonces: una larga fila de soldados, una litera con una guardia de cuatro hombres a ambos lados de ella.

Se encajó un puño sobre los labios y tensó los músculos para evitar correr hacia adelante. Sarina se deslizó junto a ella para proporcionarle consuelo.

Las últimas pocas yardas antes de que los hombres traspasaran los muros exteriores a Isabella le parecieron toda una vida, pero se mantuvo en su sitio, habiendo visto a los soldados de Rivello esforzarse por captar vistazos del interior de la finca DeMarco. Estaban siendo conducidos lejos hacia la estructura maciza de las barracas, utilizadas para los soldados visitantes.

Cuando la partida atravesó el arco, Isabella se apresuró junto a su hermano, casi derribando a los guardias. Lucca intentó levantarse de la litera para alcanzarla, y entonces le tuvo entre sus brazos, apretando con fuerza, abrumado por lo delgado que estaba. Su pelo oscuro estaba veteado de gris, su cara marcada y pálida, el sudor humedecía su piel, aunque estaba temblando con estremecimientos febriles.

– Ti amo, Lucca. Ti amo. Creí que nunca volvería a verte -le susurró contra el oído, las lágrimas atascaban su garganta.

El cuerpo de él estaba delgado y temblaba, pero sus brazos la sostuvieron firmemente, y enterró la cara en su pelo.

– Isabella -dijo. Solo eso. Pero ella oyó su sollozo ahogado, el amor en su voz, y eso fue suficiente… valía la pena el peligro que había afrontado.

Cuando una tos rompió su cuerpo, ella se echó hacia atrás para mirarle. Vió las lágrimas bañando sus ojos y le abrazó de nuevo antes de ayudarle gentilmente a recostarse hacia atrás en la camilla.

– Por favor, cuidado con él -instruyó a los guardias. Después se giró hacia el ama de llaves-. Quiero que le pongan en una habitación cerca de la mía, Sarina. -Isabella apretó la mano de su hermano, y él aferró la de ella igual de firmemente.

– Don DeMarco dijo que tenía que tener la habitación justo junto a su suya -Estuvo de acuerdo Sarina, palmeando a Isabella gentilmente-. Ya está preparada para él.

Con lágrimas en los ojos, Isabella caminó junto a la camilla, sus dedos entrelazados con los de Lucca.

La habitación a la que le llevaron era más masculina que la de ella. Un fuego crujía en el hogar, y consoladoras y aromáticas velas estaban también encendidas en la cámara.

Dos de los hombres ayudaron cuidadosamente a Lucca a entrar en la cama. Al momento, él empezó a toser y sostenerse el pecho como si tuviera un gran dolor. Isabella miró ansiosamente a Sarina, aterrada de que pudiera perder a su hermano cuando finalmente había regresado a ella.

Habían pasado casi dos años desde que había visto por última vez a Lucca. Dos años desde que él la había ayudado a montar en la grupa de su caballo y la había enviado a huir con las joyas de su madre y los tesoros que pudieron recoger rápidamente. Había sido advertido de que los hombres de Rivellio venía a por él, que el poderoso don pretendía robar sus tierras y hacer asesinar a Lucca o arrestarle y que se le llevara a isabella. Lucca había enviado a Isabella a la ciudad vecina, donde unos amigos se ocuparon de ella mientras él era perseguido. En el momento en que oyó hablar de su captura, ella había empezado a buscar la entrada a las tierras de Don DeMarco sabiendo que él era el único con poder suficiente para ayudarla a ella y a Lucca.

Esperó hasta que los guardias se fueron y la puerta se cerró antes de caer de rodillas junto a la cama. Lucca envolvió sus brazos alrededor de ella y enterró la cara en su hombro, llorando sin vergüenza. Ella le sostuvo firmemente, las lágrimas manando por su cara. Nunca en todos sus años le había visto llorar.

Fue Lucca quien recobró la compostura primero.

– ¿Cómo te las arreglaste para hacer esto, Isabella? -Su voz era baja y ronca, sus dedos se apretaron alrededor del brazo de ella, como si no pudiera soportar romper el contacto-. Cuando vinieron a por mí, creí que me estaban llevando a mi ejecución. No dijeron nada. Vi a Rivellio. Estaba de pie sobre las almenas y los observaba llevarme. Se mostraba burlón. Yo estaba seguro de que estaba tramando algún truco -La empujó más cerca-. ¿Estás segura de que DeMarco no es un aliado de Rivellio?

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