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CAPITULO 18

Sarina estaba en la habitación de Lucca, quejándose y cloqueando sobre él. Lucca, que parecía desesperado, gesticulaba hacia Francesca tras la espalda del ama de llaves, claramente esperando que ella le salvara. Isabella sonrió a las otras, la sonrisa afectada de los conspiradores.

– Sarina -dijo Isabella, utilizando su voz más dulce-. Francesca y yo tenemos un pequeño recado que ejecutar. Por favor cuida del mio fratello hasta que regresemos.

– Estamos en medio de la noche -siseó Lucca entre dientes-. Ninguna de vosotras debería ir a ninguna parte sin escolta.

– Estaremos perfectamente a salvo -Le tranquilizó Francesca con una brillante sonrisa-. Nos mantendremos en los pasadizos. Sarina se ocupará excelentemente de ti en nuestra ausencia.

– ¡Isabella, te prohibo que corras por ahí! ¿Has perdido todo sentido de la decencia? -Otro espasmo de tos le sacudió.

Las tres mujeres se apresuraron a ayudarle, pero fue Francesca contra la que se apoyó, acostumbrado a la firme sensación de su brazo alrededor de la espalda y el cuadrado de tela que le presionaba en la mano. Débil, se inclinó hasta casi doblarse y aferró el brazo de ella para evitar que se moviera.

Cuando los espasmo hubieron pasado, Lucca levantó la mirada hacia Francesca.

– Puedes ver que te necesito aquí conmigo.

– Solo intenta dormir -Replicó ella dulcemente, palmeándole el hombro-. Volveré antes de que te des cuenta.

– Debería hablar con el tuo fratello -espetó él, disgustado-. Y tú, Isabella, tienes mucho por lo que responder. Francesca me ha hablado de tu compromiso.

Isabella rió suavemente y besó a su hermano en la coronilla.

– Demasiado tarde para preocuparse porque corra por ahí. Llegué a este lugar por mis propios medios. Creo que Don DeMarco tiene intención de hablar contigo sobre mi comportamiento caprichoso.

Los ojos oscuros de Lucca centellearon, revelando momentáneamente su naturaleza arrogante y orgullosa.

– Si quiere hablar conmigo sobre tu comportamiento, podría desear explicar por qué a su propia hermana se le permite estar sin escolta en el dormitorio de un hombre.

– Me encantaría escuchar esa discusión en particular -dijo Francesca mientras tomaba la mano de Isabella-. No lee prestes ninguna atención cuando divague, Sarina. Es la enfermedad.

Isabellla y Francesca escaparon al pasadizo. En el momento en que la puerta oculta se hubo cerrado tras ellas, estallaron en carcajadas.

– Es muy exigente pero tan dulce, Isabella. Dice que le gusta mi pelo. -Francesca se palmeó el peinado- Le pedí a Sarina que me lo arreglara.

La vela que Francesca sostenía chisporroteó. Levantó la llama vacilante hasta una antorcha. La luz saltó y danzó mientras se apresuraban a lo largo de un estrecho corredor.

– Normalmente Lucca no es tan exigente, Francesca. No sé por qué la toma contigo de ese modo o por qué se burla tanto de ti -Isabella se frotó las sienes-. Espero que no hable realmente con Nicolai. No deberíamos dejar que esos dos se reunan nunca.

Francesca pareció vulnerable durante un momento.

– Nadie me ha hablado nunca como lo hace Lucca. Parece tan interesado en mi vida, en mis opiniones. Una vez, cuando estaba citando al mio fratello , se impacientó y exigió saber que pensaba yo . Solo tú y tú hermano me habéis preguntado lo que yo pienso.

Isabella le sonrió afectuosamente. Estudió la joven cara, encontrando un toque de vulnerabilidad. No podía imaginar a la bestia tomando a Francesca. O a Francesca conduciéndola a su perdición en un balcón resbaladizo. O acechándola a través de las calles de la ciudad. Suspiró suavemente. Si Francesca no la había perseguido, eso dejaba a Nicolai.

– Lucca cree que una mujer debería expresar su opinión, aunque es extremadamente protector. Bien podría hablar a Don DeMarco.

– No podía dormir, y me contó las historias más divertidas. Adoro su voz. Adoro sus historias -Agachó la cabeza-. Espero que no te importe que le hablara de tu compromiso. Le aseguré que Nicolai te ama.

– ¿Qué dijo él? -Isabella agarró el brazo de Francesca cuando empezaron a descender hacia los intestinos del palazzo . Isabella no había estado ansiando contárselo a su hermano, sabiendo que supondría cómo había sucedido el encuentro.

Francesca bajó la mirada a sus manos.

– Parecía complacido. Nicolai es un buen partido, pero no pude obligarme a hablar a Lucca sobre los leones. Quería. No quería mentirle. Cuando me mira, quiero contárselo todo -Suspiró y alisó su vestido-. Me dice las cosas más agradables.

– Me alegro de que no haya sido demasiado difícil contigo. Te debo tanto, Francesca. Debe ser duro para ti estar dentro tanto tiempo después de tu libertad -Miró a la joven-. Tu vestido es hermoso. ¿Lo notó Lucca? -Era propio de su hermano observar los detalles.

– ¿Te gusta? -Preguntó Francesca tímidamente, complacida por que Isabella lo hubiera notado-. Sarina siempre me persigue para que lleve los vestidos que Nicolai ha mandado hacer para mí. Normalmente yo los daba a las jóvenes que realmente los deseaban. Lucca cree que es adecuado -sacudió la cabeza-. Lucca sabe que algo va mal. Evita preguntarme. Le dije que debía dormir, pero quiso saber por qué estaba triste.

– Encontraremos una forma de contarle la verdad.

– ¿Qué verdad? Que soy la hermana medio-loca de Nicolai que ocasionalmente se convierte en bestia? -La voz de Francesca tembló- Realmente me gusta. Ni siquiera sé por qué, pero no quiero que piense mal de mí.

Isabella la miró fijamente.

– Lucca no tiene razón para pensar mal de ti.

Francesca ya no estaba prestando atención. Su mano aferraba la muñeca de Isabella. Estaban en una pequeña habitación profundo bajo el castello . Estaba desnuda, vacía, sombría, un lugar casi feo, no se parecía a ninguna otra habitación que Isabella hubiera visto.

Se estremeció en el frío.

– ¿Qué es este lugar?

– Aquí es donde Sophia fue enterrada, aquí bajo el suelo. -Francesca habló en tono reverente, señalando la cruz tallada en el marmol en medio del suelo.

– Pero no hay nada aquí -protestó Isabella-. Debería tener velas, algo que la honrara. No era culpable de los crímenes de los que la acusaban. ¿Por qué nadie se ocupa de su lugar de descanso?

Francesca parecía atónita.

– Acausa de su maldición, por supuesto.

– ¿ si la entidad ya estaba suelta en el valle, haciendo presa de la debilidad humana? ¿no crees que, en ese momento, cuando sus amigos la traicionaban, cuando su propio marido la traicionaba, se habría alimentado de su furia natural? -Isabella se encogió de hombros-. Me encuentro pensando en ella con frecuencia, deseando su bien. Que terrible tormento ha vivido. Espero que al menos esté con su marido y haya encontrado algo de felicidad.

– Todos la desprecian… los "otros", quiero decir. La culpan por encerrarlos en el valle. Ninguno de ellos se le acerca. No sé nada de su marido.

Francesca pronunció un sonido suave de advertencia y giró la cabeza a un lado, cerrando los ojos.

– Ella está aquí con nosotras. -Se quedó en silencio un momento, escuchando susurros que Isabella no tenía esperanzas de oir-. Te agradece tu generosidad y pensamientos amables. Te advierte de un gran pelibro, de traición. -Francesca entrelazó sus dedos con los de Isabella como si pudiera de algún modo aferrarla bien, evitar las horrendas predicciones, las ominosas advertencias-. El mal despertó cuando llegaste al valle, y tú eres su gran adversaria. Hace presa sobre Nicolai -Francesca parecía afligida-. Sobre mí y todos los demás, para hacerte daño.

– Por favor dile que lamento todo su dolor y angustia. Espero ponerla en libertad. Si no puedo, buscaré encontrarme con ella en la otra vida -Isabella sintió su corazón palpitar ante la idea de como encontraría su muerte.

– Puede oirte, Isabella, pero no puede ayudarte. Los que están atrapados en el valle no pueden proporcionar ayuda a los vivos. Dice que solo puede recordarte que ella, que era fuerte y estaba muy enamorada de su marido, cayó presa de la entidad. Tu tarea es doble. Lamenta lo que ha causado -Los ojos de Francesca estaban llenos de lágrimas-. Está llorando. Alexander, su esposo, está en eterno tormento, incapaz de alcanzarla, incapaz de estar con ella, ni ella puede alcanzarle a él.

– Nicolai es un buen hombre, al que bien vale la pena salvar. Lo haré lo mejor que pueda. Es todo lo que puedo hacer -dijo Isabella suavemente.

Francesca exhaló un suspiro de alivio.

– Ahora se va. No la siento -El frío había penetrado en su sangre-. Vamos rápido.

Isabella permitió que Francesca la arrastrara de vuelta a través del laberinto de corredores, sin prestar realmente atención a las direcciones que tomaban. Sophia la había advertido del peligro que Isabella había sabido todo el tiempo estaba allí. No podía abandonar a Nicolai y a su gente. Se había encariñado con ellos. Se frotó las manos arriba y abajo por los brazos para calentarse, obligando a su mente a alejarse de pensamiento de Nicolai y la bestia. Estaba decidida a pensar en él solo como un hombre. Alguien tenía que verle como hombre en vez de como bestia.

La mayor parte de su vida había sido formada por su legado, formada por su aislamiento y la mirada esquiva de su gente. Si no le daba nada más, le daría el regalo de su propia humanidad. Y mientras fuera suyo, le atesoraría. Se volvió consciente del silencio de Francesca. Recorriéndola con la mirada, notó la mirada afligida en su cara.

– ¿Qué pasa?

– ¿No oiste lo que dijo? Dijo que la entidad estaba haciendo presa en mi. Te advirtió de traición y peligro. Yo era la bestia que te siguió a través de la ciudad. Nicolai me olió. Isabella ¿Qué hacemos? Podría hacerte daño sin nisiquiera recordarlo. Nicolai podría hacerte daño.

Isabella se detuvo en el pasadizo y abrazó a Francesca.

– Sophia no dijo que tú fueras la bestia. Ya sabíamos que había una posibilidad de peligro y traición. Lo aclararemos juntos, tú, yo y Nicolai. Solo tenemos que vigilarnos los unos a los otros, intentar estar preparados para la entidad cuando se alimente de nuestras debilidades.

Francesca asintió silenciosamente, con aspecto de ir a estallar en lágrimas. Tomó un profundo aliento y encontró el panel que abría la puerta oculta en el dormitorio de Lucca. Extinguieron la antorcha antes de entrar.

Pero no era Sarina la que las esperaba allí. Don DeMarco estaba paseándose, sus largas zancadas le llevaban de acá para allá a través del suelo según su silenciosa y fluída costumbre. Se dio la vuelta cuando entraron, sus ojos ámbar ardían de furia. Se movió tan rápido que el corazón de Isabella saltó cuando la sujetó de la muñeca, y justo delante de su hermano, la arrastró contra él.

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