Isabella se sentó tranquilamente en la cama, con la bata envuelta firmemente a su alrededor, mirando fijamente hacia la puerta hasta que el amanecer veteó rayos de luz a través de la larga fila de vidrieras. Contempló el sol comenzando a alzarse, observó los colores saltando a la vida y trayendo una cierta animación a las imágenes representadas en las ventanas.
Se puso en pie y vagó por la habitación, atraída por los coloridos paneles. Ella había estado en la mayoría de los grandes castelli de niña, y todos ellos inspiraban respeto. Pero este era el más ornamentado, más intrincado, más todo. Solo en su habitación, una simple habitación de invitados, había una pequeña fortuna en obras de arte y oro. No era sorprendente que los ejércitos de los reyes de España y Austria y los que vinieron antes hubieran buscado la entrada a este valle.
Isabella encontró la pequeña cámara reservada para las abluciones matutinas y se tomó su tiempo, dando vueltas en la cabeza a cada argumento que utilizaría para persuadir a Don DeMarco de que la ayudara a salvar a su hermano. Don DeMarco. Su nombre era susurrado por hombres poderosos. Se decía que tenía influencia sobre los gobernantes más influyentes del mundo y que los que no le escuchaban o prestan atención acababan desapareciendo o muriendo. Pocos le habían visto, pero se rumoreaba que era medio hombre, medio bestia y que dentro de su extraño valle, demoníacas apariciones le ayudaban. Los rumores incluían de todo, desde fantasmas a un ejército de bestias fantasmas bajo sus órdenes. Isabella recordaba a su hermano, Lucca, contándole cada historia y riendo con ella de los absurdos rumores que la gente estaba tan dispuesta a creer.
Examinó su habitación cuidadosamente. Colgaban cruces a ambos lados de su puerta. Se acercó más para examinar la propia puerta. Las tallas en ella eran de ángeles, hermosas y aladas criaturas que guardaban el dormitorio. Isabella sonrió. Se estaba mostrando fantasiosa, pero los rumores de criaturas demoníacas y un ejército de animales salvajes de los que se había reído con su hermano parecían demasiado cercanos a la realidad ahora, y agradeció la plétora de ángeles que permanecían guardando su puerta.
La propia habitación era grande y llena de tallas ornamentadas. Varios pequeños grabados de leones alados colgaban de las paredes, pero la mayoría parecía ser de ángeles. Dos leones de piedra guardaban la gran chimenea, pero parecían bastante amigables, así que les palmeó las cabezas para hacer amistad con ellos.
Isabella no pudo encontrar sus ropas por ninguna parte y con un suspiro de frustración abrió el enorme guardarropa. Estaba lleno de hermosos vestidos, vestidos que parecían ser nuevos, hechos solo para ella. Sacó uno, su mano tembló al alisar la falda. Los vestidos parecían haber sido cosidos por su costurera favorita. Cada uno, ropa de día y de baile, era de su talla y hecho con encaje y suave y fluída tela. Nunca había tenido ropa tan fina, ni siquiera cuando vivía su padre. Sus dedos acariciaron la tela, tocando las diminutas costuras con reverencia.
En la cómoda descubrió prendas íntimas cuidadosamente dobladas, con pétalos de flores esparcidos concienzudamente en cada cajón para mantenerlos frescamente fragantes. Isabella se sentó en el borde de la cama, sujentado las prendas de vestir en las manos. ¿Habían sido confeccionadas para ella? ¿Cómo podía ser tal cosa? Quizás le habían dado la habitación de otra joven. Recorrió con la mirada el enorme dormitorio una vez más.
No contenía los artículos personales que podría esperarse encontrar en el dormitorio privado de alguien. Se encontró estremeciéndose. Al instante los hermosos vestidos parecieron un poco siniestros, como si Don DeMarco, sabiendo que estaba en camino, hubiera ideado sus propios planes para ella. Francesca había dicho que las noticias de su inminente llegada habían viajado bien por delante de ella, aunque el elusivo don no le había enviado una escolta. Nada de esto tenía sentido para ella.
¿Cómo se las había arreglado Francesca para entrar en su habitación apesar de la puerta cerrada? Cavilando sobre el acertijo, Isabella se vistió lentamente con el vestido más sencillo que pudo encontrar, sintiendo que no tenía elección. No podía ir al encuentro del don sin una puntada de ropa encima. Sabía que muchos castelli y el gran palazzi tenían pasadizos secretos y habitaciones ocultas. Esa tenía que ser la respuesta a la abrupta llegada y partida de Francesca. Se tomó unos pocos minutos para examinar las paredes de mármol. No pudo encontrar ninguna evidencia de una apertura en ninguna de ellas. Incluso examinó la gran chimenea, pero esta parecía bastante sólida.
El aliento se quedó atascado en su garganta cuando oyó una llave girar en la cerradura de su puerta y esta se abrió. Sarina le sonrió. Llevaba una bandeja.
– Pensé que estaría levantada y bastante hambrienta a estas horas, signorina. No comió nada anoche.
Isabella la miró fijamente.
– Puso algo en el té. -Retrocedió alejándose de la mujer mayor hasta que una pared la detuvo.
– El Amo quería que durmiera usted toda la noche. Sus mascotas pueden ser aterradoras si no se está acostumbrada al ruido. Por otro lado, estaba tan cansada a causa de su viaje, que creo que habría caído dormida sin ayuda. Y le expliqué noche que no podía vagar libremente por el palazzo . No siempre es seguro -dijo Sarina, repitiendo su advertencia de la noche anterior. No parecía sentir remordimiento en lo más mínimo.
La comida olía maravillosamente, el estómago vacío de Isabella se retorció, pero clavó los ojos en la bandeja suspicazmente.
– Le dije anoche que mi asunto es urgente. Debo ver al don inmediatamente. ¿Él ha accedido a una audiencia?
– Hoy más tarde. Él es nocturno y raramente ve a nadie en la mañana a menos que sea una horrenda emergencia -respondió Sarina tranquilamente. Colocó la bandeja sobre la mesita delante del fuego.
– Pero esto es una emergencia -dijo Isabella desesperadamente. ¿Nocturno? Dio vueltas al extraño concepto una y otra vez en su cabeza, intentando darle sentido.
– No para él -señaló Sarina-. No cambiará de opinión, signorina, así que bien podría comer ahora que tiene oportunidad. La comida es excelente y sin ninguna hierba para ayudarla a dormir. -Cuando Isabella continuó mirándola fijamente, suspiró suavemente-. Vamos, piccola, necesitará fuerzas para lo que la espera.
Isabella cruzó la habitación reluctantemente para quedarse junto a la silla.
– No pude encontrar mi ropa, así que me puse uno de los vestidos que encontré en el guardarropa, signora. Confío en no haber hecho mal.
– No, el Amo trajo los vestidos para usted, cuando supo que el suyo había quedado arruinado en el viaje. Siéntese, signorina , y coma. Me ocuparé de su cabello. Tiene un pelo tan hermoso. Mi hija habría tenido su edad. La perdimos en un accidente. -Había una tirantez en su voz, y aunque la mujer mayor estaba detrás de la silla donde Isabella se había sentado, supo que el ama de llaves se había presignado.
Al menos no todos eran adoradores del diablo en este valle. Isabella suspiró aliviada.
– Lamento su pérdida, signora . Solo puedo imaginar lo terrible que sería perder a un hijo, pero la mia madre murió de fiebres cuando yo tenía seis años, y el mio padre fue arrebatado del hogar por un accidente de caza. Ahora solo tengo al mio fratello . Y no quiero perderlo también.
No añadió que ella y Lucca creían que el accidente de caza de su padre, que subsecuentemente había causado su muerte, no había sido ningún accidente sino un intento serio por parte de su vecino, Don Rivellio, de empezar a apropiarse de sus tierras.
– Conoció usted al mio sposo , Betto, anoche cuando llegó. Se ocupó por usted de su caballo. El animal estaba muy cansado. Es un buen hombre, y si necesita algo, él la ayudará. -Sarina bajó la voz, casi como si pensara que las paredes tuvieran oídos. Como si fuera una conspiradora.
Isabella cerró las manos alrededor de la taza de té. Inhaló profundamente pero no encontró ningún rastro de ninguna hierba que pudiera identificar como medicinal.
– Parecía muy agradable, y fue amable conmigo -Levantó la mirada hacia Sarina-. ¿Entró Don DeMarco anoche en mi habitación mientras yo dormía?
Sarina se tensó, sus manos se inmovilizaron mientras colocaba los platos más cerca de la silla de Isabella.
– ¿Por qué pregunta semejante cosa?
– He tenido extraños sueños, que usted estaba aquí en mi habitación y él entraba.
– ¿Está segura? ¿Qué aspecto tenía él? -Sarina empezó a poner en orden la cama, dando la espalda a la joven.
Isabella creyó ver que las manos del ama de llaves temblaban. Tomó un cauteloso sorbo de té. Estaba dulce, caliente y sabía perfectamente.
– No pude ver su cara. Pero parecía… enorme. ¿Es un hombre grande?
Sarina mulló la colcha, después la alisó cuidadosamente.
– Es alto y enormemente fuerte. Pero se mueve… -Se interrumpió.
– En silencio -ayudó Isabella pensativamente, casi para sí misma-. Estuvo aquí anoche, en esta habitación, ¿verdad?
– Quería asegurarse de que usted no habría sufrido ningún daño en su viaje -Sarina la animó a comer, empujando el plato hacia ella-. Nuestra cocinera se molesta mucho cuando no comemos lo que prepara. Ya devolvimos su comida anoche. Ha preparado esto especialmente para usted. Por favor inténtelo.
Isabella no había comido una auténtica comidad desde hacía mucho, casi temía probar un bocado. Su estómago protestó al principio, pero después el extraño pastel dulzón se fundió en su boca, y descubrió que estaba hambrienta.
– Está bueno -alabó en respuesta a la expresión expectante de Sarina- ¿Qué fue ese terrible grito que oí? Eso no fue un sueño sino alguien mortalmente herido -Era renuente a hablar incluso a Sarina de la visita de Francesca, insegura de si metería en problemas a la joven. Le gustaba Francesca y necesitaba al menos una aliada en el castello . Sarina era dulce, y muy buena con ella, pero su lealtad era definitivamente para Don DeMarco. Todo lo que Isabella dijera, todo lo que hiciera, sería cumplidamente informado. Isabella aceptaba eso como un deber de Sarina. Su padre había sido don de su gente. Ella conocía la lealtad que el título conllevaba.
– Esas cosas pasan. Alguien fue descuidado -Sarina encogió sus delgados hombros casi despreocupadamente, pero cuando se dio la vuelta, Isabella vio que su cara estaba pálida y sus labios temblaban-. Debo irme. Volveré a por usted cuando sea el momento. -Ya estaba a medio camino de la puerta, estaba claro que no deseaba continuar la conversación. Antes de que Isabella pudiera protestar, la puerta fue firmemente cerrada, y oyó la llave girar en la cerradura.